La desaparición del general Fernández Silvestre el 22-07-1921 en el Desastre de Annual, fue un verdadero misterio, un auténtico enigma, que al día de hoy todavía no se han logrado esclarecer. A mi modesto juicio, de las distintas conjeturas que se han barajado, la que parece que cuenta con más probabilidades de verosimilitud es la de un presunto suicidio dentro de la tienda donde tenía instalado su puesto de mando. Debió estar muy afectado y apesadumbrado por la caída de las posiciones próximas de Abarrán, Dar Dris, Monte Arruit, Igueriben, etc, que fueron minando el frente general de Annual, sin que hubiera forma humana de socorrer tales posiciones, pese a los numerosos intentos de conseguirlo y constantes pruebas de heroico valor que sus defensores dieron. Y, sobre todo, lo que más debió dolerle fue el propio derrumbamiento de Annual, al ver la desbandada y el pánico que cundió entre sus tropas tras la orden de retirada que él mismo les diera al verse copado y sin posibilidad de defensa. Debió sentirse abatido y desolado de haber perdido la aureola que hasta entonces había tenido de general invicto y prestigioso. Sin embargo, no existe ninguna prueba que dé plena certeza de su propia autoinmolación, sino sólo hipótesis, indicios racionales fundados y numerosas versiones sobre su presunta muerte, aunque todas tienen puntos bastante contradictorios.
Según refería el 18-07-2006 Francisco Ángel Cañete Páez, en el 85 aniversario de la desaparición de Silvestre, basándose en declaraciones de los más íntimos y cercanos colaboradores del general, momentos antes de su supuesta muerte, dio la orden a su ayudante, comandante Tulio López Ruíz, de que localizase a su hijo, alférez de Caballería Manuel Fernández Duarte, al que su padre llamaba cariñosamente “Bolote”, que se encontraba en una de las Unidades que guarnecían Annual, para lo que cedió su propio vehículo ligero, ordenándole que trataran romper el cerco, llegar hasta donde el hijo estaba y llevarle inmediatamente a su presencia. Conseguido el objetivo, llevaron ante él a su hijo con el que se fundió en fuerte abrazo, se despidió de él y ato seguido ordenó a su ayudante que destruyera todos los documentos privados existentes en su despacho de la Comandancia General en Melilla, e hiciera entrega de una carta dirigida a su madre, Dª Eleuteria, que residía en Melilla, en la misma vivienda que Silvestre, junto a sus dos hermanas solteras, Mercedes y Carmen, que también vivían con el general. La carta contenía 1.032 pesetas, que era todo el capital que Silvestre llevaba consigo el día de su desaparición. Después cuando la madre supo la desaparición de su hijo, no llegaría a recuperarse de tan irreparable pérdida, mahándose a Madrid, donde falleció en 1926, y está enterrada en el cementerio de la Almudena.
Después, Silvestre rogó a sus más inmediatos colaboradores que se marchasen y lo dejasen solo. Su ayudante y de más subordinados se negaban a irse, pero ante la insistencia una y otra vez del general, se marcharon, viéndolo dirigirse a los parapetos a pecho descubierto, junto a una puerta muy batida por los rifeños, donde permaneció durante unos minutos como ensimismado, increpando a unos soldados indígenas que se pasaban al enemigo y a otros que huían despavoridos, diciéndoles: “huid, huid, soldaditos, que viene el coco”. Y así se le perdió su pista con la salida de la posición de sus defensores. Pero luego está la versión dada por el teniente coronel Pérez Ortiz, quien declaró haber sido él el último en verlo, muy entero, a pecho descubierto y disparando con su pistola al enemigo, y ahí ya se aprecia alguna contradicción con la versión anterior. Pero, por si fuera poco, también hay otra versión más, ahora dada por el teniente y el cabo radiotelegrafista, ambos de Ingenieros, Manuel Arias Paz y Manuel de Las Heras, respectivamente, que atendían la estación de radio Telefunken instalada cerca del puesto de mando del general, quienes afirmaron que los últimos en verlo fueron ellos y que les ordenó quemar la emisora y que intentaran escapar rápidos.
El escritor Juan Pando Despierto, narra muy bien los últimos momentos de Silvestre, recogiendo unas declaraciones del cabo radiotelegrafista Las Heras realizadas 35 años después, cuando ya trabajaba como jefe de taller de Standard Eléctrica, a su jefe el ingeniero Joaquín López Ferrer, hijo del que fuera Secretario General de la Alta Comisaría, Luciano López Ferrer. Dice Las Heras a López Ferrer, y recoge Pando: “Una vez destruida la estación, el teniente Arias y yo subimos a una vieja motocicleta que teníamos aparcada junto a la tienda del general. Los alrededores continúan batidos por el incesante fuego rifeño…hay que partir. Ambos miramos hacia el general y vimos cómo entraba en su tienda. Indudablemente éste se suicidó”. Arias y Las Heras lograrían escapar y llegar a Dar Driu y de allí saltar a Monte Arruit. En la defensa de esta última posición moriría heroicamente unos días después el teniente Arias Paz. El Arma de Ingenieros tendría en él uno de sus héroes más caracterizados. El cabo Las Heras se salvó y el año 1956 hizo tales declaraciones.
Por otro lado, están también las declaraciones del segundo de Abd el—Krim, llamado Sidi Mohamed Azerkane, conocido por los españoles como “el pajarito”. Dice este último al periodista César González Ruano, que había acudido a Mazagán a una importante cita con Azerkane, al que dice: “Por España se dicen cosas un tanto novelescas acerca del general Silvestre después de su muerte. Se ha llegado a asegurar que aun vive y que acaudilla una de las disidencias del Atlas contra la colonización francesa”. Azerkane sonríe y dice: “Sería un anticipo de la resurrección de los muertos. Silvestre hace muchos años que está muerto”. Le replica Ruano: “¿Y quién se lo prueba a usted después de todo?”. Azerkane se lleva las manos a los ojos y responde: “Estos ojos míos que lo vieron sin vida”. Ruano insiste: “¿Lo vio usted mismo?. ¿Cómo fue eso?”. Azerkane contesta: “De una manera bastante sencilla. Una muerte vulgar, que a él ciertamente no le correspondía. Durante la retirada de los españoles iniciaron en el Rif, en la cabila de Tensamán, o mejor dicho, en sus confines, cuando el general caminaba detrás de su ejército desbandado por la sorpresa, unos rifeños dispararon sobre él. Yo lo vi muerto, cuando ordené que enterraran a todos, lo mismo moros que cristianos”. “¿No pudo existir confusión?”, replica Ruano. Azerkan responde: “Ninguna. Yo conocía muy bien a Fernández Silvestre, y allí estaba tendido en tierra, con las señas inconfundibles, los dedos rotos, el pelo crespo…Yo avanzaba en compañía del hermano de Abd el-Krim, y se lo dije: Mira, han matado a Silvestre. La misma prisa no me permitió descabalgar para saludar al cadáver”. Y el periodista Ruano termina: “Esta debe ser la auténtica historia de la muerte del bravo general Silvestre, al que España le debe muchas más victorias que derrotas”.
Pero, apenas alguien conociera el temperamento y la personalidad del general, o sin conocerle haya leído siquiera sea algunas páginas de su historial militar, de ningún modo podría imaginárselo caminando a la cola de su ejército desbandado, ensimismado y meditabundo. Su entereza, su arrogancia, su altivez, su pundonor militar, su valor y su honor de valiente soldado, que los tenía más que acreditados, jamás su conciencia militar se lo hubiera permitido. Antes de todo eso, seguro que se hubiera disparado un tiro en la sien, como sería lo más probable que en realidad sucediera, y que creo debe ser la hipótesis que ha de ser tenida por más cierta ante el cúmulo de indicios a que necesariamente conducen los momentos inmediatamente anteriores a su desaparición.
Pero veamos ahora la versión que sobre la muerte de Silvestre nos da el cabecilla rifeño Abd el-Krim, que se contradice totalmente con la anterior de su segundo, Azerkane. En marzo de 1954, Abd el-Krim, exiliado en Egipto, recibió en su palacio de El Cairo al periodista español Fernando P. de Cambra, al que concedió una entrevista. En un momento de la misma, Cambra pregunta a Abd el-Krim: “¿Qué fue del general silvestre?. ¿Cayó luchando?. ¿Lo asesinaron?. ¿Murió en el cautiverio?”. Contestación: “No, nada de eso. Si hubiera sido hecho prisionero le habríamos respetado la vida como hicimos con el general Navarro (2º jefe de Melilla). El general Silvestre se suicidó en Annual cuando vio que la posición ya no podía resistir más. Fue un bravo soldado que no admitía la derrota. Tal vez fuera demasiado impulsivo. Tuve entre mis manos su fajín”. Al concluir la entrevista, Abd el-Krim obsequió a Cambra con una espléndida cena árabe y al final le entregó una carta para el general Franco que, al regreso, el periodista, a través del ministro de Información y Turismo, le hizo llegar, junto con un pequeño informe de lo hablado con el entrevistado; cuya lectura Franco declinó luego, manifestando que “no quería saber nada de traidores”.
Y luego está la leyenda y la fabulación que tras su muerte se extendió por España y Marruecos, a modo de como si fuera un nuevo romance de moros y cristianos. Una de estas versiones, que se estima totalmente alejada de la auténtica realidad, es la de que el general Silvestre se habría convertido al Islam, ocultando su nombre bajo la difícil prosodia de otro nombre árabe. Pura fantasía sin el menor rigor ni seriedad, pero que lo sitúa como cabecilla de una insurrección en las montañas del Rif. Por otro lado, en una colina situada cerca de Annual, ha existido hasta hace pocos años un “morabito” y en su interior una tumba muy cuidada donde, según la tradición, se encontraba enterrado un “valiente jalifa”, cuyo nombre nunca se supo. Y con la leyenda surge también la fantasía. ¿Pudiera haber sido la tumba del cuerpo del general Silvestre, que hubiera sido enterrado bajo el disfraz del rito musulmán?. Creo que sería pueril creer en tal efusión meramente ficticia y surrealista de quienes incurren en semejantes elucubraciones.
Y qué fue del alférez Manuel Fernández Duarte, hijo de Silvestre?. Pudo llegar a Melilla con el ayudante de su padre, el día 22-07-1921. En el Anuario Militar de España de 1925, se hallaba de teniente de Caballería destinado en el Depósito Central de Remonta. En 1930 ya figuraba de capitán, con el apellido Fernández-Silvestre y Duarte, en la misma dependencia. El 10-08-1932 parece ser que se sumó a la revuelta del general Sanjurjo, habida cuenta de que por ello fue posteriormente procesado y expulsado del Ejército (Decreto de 21-01-1933. Gaceta nº 24). Confinado en Villa Cisneros, logró evadirse y ahí se le pierde la pista, hasta que reapareció luego el 18-07-1936 participando en la Guerra Civil en la defensa del madrileño Cuartel de María Cristina, sede del Regimiento de Infantería de Wad-Ras, entonces mandado por el coronel Tulio López Ruíz, su compañero de viaje desde anual a Melilla el 22-07-1921, día del “Desastre de Annual”.
Tomado el cuartel, logró huir. No tendría tanta suerte el coronel López Ruíz que, tras ser tomado el referido cuartel, fue detenido y después fusilado. Porque, efectivamente, el capitán Fernández-Sivestre Durate, consiguió aquella vez salvarse, saliendo de Madrid y pasándose a las filas nacionales. Ascendido a comandante, se le confirió el mando de la 11 Bandera de Falange de Castilla. Pero después, tendría en el frente de batalla el mismo fatídico destino, muriendo en combate el 10-05-1937. Está enterrado en el cementerio de Villaviciosa de Odón; en su tumba, en una lápida muy erosionada por el transcurso del tiempo, se lee: “Aquí yace Manuel Fernández Silvestre y Duarte. Comandante de Caballería y jefe de la 11 Bandera de Castilla. Murió heroicamente en el frente de Toledo el 10-05-1936, a los 36 años”. En cambio, sobre su padre el general, nada cierto se ha podido desentrañar, tal como ocurriera con el paradero de miles de cadáveres de españoles masacrados y quemados con petróleo en los campos de Annual. Vayan mi reconocimiento y recuerdo agradecido para cuantos fallecieron, y que todos descansen paz.
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