Opinión

Sobre la frontera y los falsos patriotas

La próxima apertura de la frontera se ha convertido en una de las noticias más esperadas por muchos. No solo para los transfronterizos, marroquíes que esperan a uno y otro lado del Tarajal que este se abra. También para muchos sectores que viven directa o indirectamente de lo que genera el paso fronterizo. Reducir el debate de apertura sí o no a un tema de reconocimiento de españolidad no solo es pueril sino que demuestra la nula proyección política de quien defiende estas barbaridades para ocultar, en el fondo, un rechazo hacia un vecino país con el que son obligadas unas buenas relaciones.

Tras la reunión en Rabat del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el rey de Marruecos, Mohamed VI, se han alzado las voces unidas en bloque para atacar y cuestionar todo aquello que tiene que ver con lo que se ha denominado hoja de ruta. Si los argumentos estuvieran fundamentados, incluso podrían ser objeto de análisis, se podría perder algo de tiempo en intentarlo. Pero lo que se pone sobre la mesa no es más que una lucha de egos, de patriotismos falsos y de defensas absurdas de valores. Y absurdas lo son porque en el fondo no son más que engaños. Aquí hay quienes se pelean por aparentar ser más español que nadie, posicionándose por encima de los demás, adueñándose de símbolos y banderas y dibujando al resto que permanece alejado de este esperpento como antipatriotas. Esas guerras hace tiempo que parecían agotadas, esas infantiles luchas de banderas habían quedado para los extremismos, pero cierto es que para quienes carecen de programa político y discurso no queda más que la visceralidad para llamar la atención.

La frontera tiene que abrir y lo tiene que hacer con garantías, con orden y control. Tiene que abrir para aliviar el tráfico de marroquíes que tienen todo el derecho a trabajar regularizados y para hacer lo propio con españoles cuyos negocios dependen de esa fluidez. Son muchos los negocios que arrastran años de bloqueo porque ese tránsito no funciona, negocios y sectores que se han mantenido gracias a unas ayudas que no pueden ser permanentes. Si esto no se ve, no se entiende, es que además de extremismos hay demasiado de absurdo en todo este incierto panorama del que estamos siendo testigos.

Quizá haya quienes han visto beneficios políticos en recuperar el síndrome Perejil, viendo que perdieron la oportunidad de brillar el pasado mayo. Los oportunistas salen a la palestra, pero a pie de calle se reclaman otros debates bien alejados de tanto insensato.

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