Colaboraciones

Frío, estrés e incomprensión

La pandemia provocada por la covid-19 sigue presente, condicionando de manera muy significativa nuestras vidas. Así viene sucediendo desde hace casi dos años (nos confinaron el catorce de marzo de dos mil veinte). En el ámbito escolar, los tres últimos cursos se han visto afectados por esta tragedia. Aunque no de igual manera. La inesperada irrupción del virus supuso un corte abrupto y definitivo del tercer trimestre de aquel ya lejano curso diecinueve-veinte. El siguiente estuvo marcado por un conjunto muy amplio y riguroso de medidas de protección que lo convirtieron en un curso completamente atípico (reducción de la jornada lectiva de alumnado, exigentes protocolos sanitarios y ampliación de cupos docentes para hacer frente a las bajas).

Sin embargo, esta tercera edición de “los cursos covid-19” se está desarrollando bajo el signo de la confusión y la desorientación. No sólo en las aulas. La sociedad en general, hastiada, fatigada, desbordada y extenuada, asiste perpleja a una realidad cuya gravedad le resulta imposible calibrar en su justa medida. Y se abre paso una inquietante contradicción. Todas las mañanas nos informan de unas cifras de contagios espantosas, a pesar de lo cual, la vida cotidiana no se detiene ni (casi) se altera. La información más rigurosa viene a decir, de forma resumida, que el virus ha atenuado sus efectos y que las vacunas nos protegen, al menos, de los efectos más extremos. De aquí se puede concluir, que el virus sigue (muy) presente, pero que no debemos preocuparnos demasiado. Esta debe ser la máxima que guía el comportamiento de las administraciones que gestionan el sistema educativo en su conjunto. O, dicho de otro de modo, la instrucción, dictada de manera más o menos explícita es “arreglaos como podáis”. Una absoluta irresponsabilidad. En el sentido literal de la expresión. Nadie se quiere ocupar de lo que sucede en los centros, más allá de emitir un rutinario parte de bajas y contagios semanales. Es una vergüenza.

Antes de seguir, conviene recordar que no existe ninguna actividad social que se pueda comparar a la educación. En los centros docentes se dan cita aproximadamente veinticinco mil personas de manera obligatoria, en contactos (muy estrechos) superiores a las cinco horas diarias. La probabilidad de contagio es muy elevada. Y este hecho no se puede abordar desde un fatídico si pero no: “hay que preocuparse, pero sin estar preocupados”. Estos mensajes sólo pueden provocar inseguridad e intranquilidad, entre otros motivos, porque llevamos dos años viendo gente morir, sufrir, llorar y vivir aterrorizada. Se nos dice que “no bajemos la guardia”; pero es la propia administración que nos lanza esa recomendación, la que no sólo la ha bajado, sino que ha decidido suprimirla.

Sin embargo, esta tercera edición de “los cursos covid-19” se está desarrollando bajo el signo de la confusión y la desorientación. No sólo en las aulas. La sociedad en general, hastiada, fatigada, desbordada y extenuada, asiste perpleja a una realidad cuya gravedad le resulta imposible calibrar en su justa medida. Y se abre paso una inquietante contradicción. Todas las mañanas nos informan de unas cifras de contagios espantosas, a pesar de lo cual, la vida cotidiana no se detiene ni (casi) se altera.

La administración local, por sus competencias, debería haber dotado a todos los centros de las medidas de seguridad y protección establecidas en los protocolos. Para ello disponían de un “fondo” de veinticinco millones de euros. Se les requirió la instalación de purificadores de aire y medidores de CO2. No ha podido ser. Al parecer una interesante disquisición teórica sobre destrezas administrativas, procedimientos de contratación y coordinación de órganos competentes, han lograda que ningún centro de Ceuta cuente con este sencillo y barato equipamiento. La solución propuesta es abrir las ventanas y que corra el aire. Aunque sea muy frio. Y así, durante cinco horas… no pasa nada. A nadie parece importarle esta situación. Como sucede siempre que se habla de educación, en el orden de prioridades, alumnos y profesores aparecen en el último lugar.

Otro tanto está pasando con el sistema de sustitución de las bajas del profesorado que provocan tanto los positivos como los confinamientos preventivos. Es cierto que el Ministerio, el curso pasado, entendió este problema y asignó un cupo adicional que permitió (mediante un sistema de rotación itinerante) cubrir las bajas razonablemente bien. Según los responsables ministeriales, con esto es más que suficiente. La realidad ha cambiado. Los confinamientos son breves pero muy frecuentes, lo que genera una acumulación de bajas imposible de cubrir con los recursos disponibles (no sólo por covid-19). Lo razonable y responsable por parte de una administración pública, sería dar la respuesta adecuada a la nueva situación. Ha sucedido justo lo contrario. No quieren saber nada. Los centros tienen que hacer frente a las bajas con “lo que tienen”, lo que se traduce en enormes dosis de estrés laboral entre los que quedan “sanos” que no dan abasto y, lo que es peor, una enorme cantidad de horas lectivas perdidas (sobre todo en secundaria). Pero esto tampoco importa mucho a quienes, allí en Madrid, nos siguen viendo como un molesto apéndice siempre protestando por todo. Sus representantes en Ceuta se lamentan, encogiéndose de hombros en un gesto mezcla de impotencia y obediencia debida, que siempre deviene en la nada. Y así, muertos de frio, agobiados por el estrés y amargados por la incomprensión, seguiremos “haciendo lo que podamos”.

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