El último Barómetro del CIS, el del pasado mes de noviembre, elevaba el azote del desempleo, el precipicio de la crisis económica y el carrusel de escándalos de corrupción al pódium de las preocupaciones que quitan el sueño a los españoles.
Con esas tres líneas argumentales –más una férrea defensa de la unidad nacional y la explícita censura a quienes caminan por el alambre del secesionismo– se colocó ayer frente al atril del Salón del Trono el presidente de la Ciudad, Juan Vivas. La cita conmemoraba, con un día de antelación, el trigesimosexto aniversario de la Constitución, el texto que en 1978, tal día como hoy, recibió un respaldo mayoritario en las urnas.
El primer mensaje del jefe del Ejecutivo local cerraba el paso a la “autocomplacencia” y a la “satisfacción plena”. Se refería al desempleo, la lacra que según las cifras oficiales atrapa a miles de ceutíes y que, asumió Vivas, debe erigirse en “la principal preocupación y ocupación” de su Gobierno a tenor de las “dramáticas consecuencias humanas y sociales” que arrastra a su paso. “El enorme esfuerzo que los españoles están realizando y las reformas”, auguró, “no serán en balde”.
Con la luz de la reactivación económica asomando al final del túnel, los peligrosos envites del independentismo y la corrupción estaban llamados a convertirse en los grandes ejes del discurso del 6-D. Sobre el primero de los desafíos, ese intento de jaque mate al principio de la unidad territorial que consagra la Constitución, Vivas se negó a “ponerse de canto” y a reducir la réplica a “una mera exaltación de los valores de nuestra Carta Magna y del espíritu de consenso y acuerdo que la animó y la gestó”. Este año, enfatizó, “se necesita algo más: proclamar, con toda rotundidad y claridad, que la unidad de España no es negociable”. Reivindicó la “adhesión a los pilares” de la estructura del Estado que los españoles se otorgaron a sí mismos hace casi cuatro décadas porque es garantía de “autonomía para reconocer y fomentar la diversidad” y además avala los principios de “solidaridad, libertad, justicia, igualdad y pluralismo”.
El artículo 2 del texto que hoy celebra cumpleaños le brindó su siguiente argumento: si la soberanía nacional reside en el pueblo español, en su conjunto, deberá ser “sólo él” quien goce de la atribución de “cambiar o modificar los pilares del edificio constitucional”. Sin citar a la Generalitat, a Artur Mas, a ERC ni a las plataformas ciudadanas que abogan por hacer volar los puentes que unen a Cataluña con el resto de España, el presidente reafirmaba su posición, la del PP y la del Gobierno central, sobre la consulta del 9-N y las aspiraciones del frustrado referéndum abortado por la Justicia.
El siguiente mensaje tampoco tenía destinatario expreso, pero bajo su negativa aceptar una reforma territorial, aunque ésta “no quiebre la unidad de España”, no era difícil aventurar que se escondían como blanco las aspiraciones del secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, de retocar el texto legal de 1978 para marcar la senda hacia el modelo federal. Vivas asumió que son posiciones ideológicas “legales y legítimas”, tanto como “la postura de quienes vemos que no es oportuno ni conveniente, que no podemos ni debemos iniciar un camino de ese calado sin saber previamente cuál es el destino final”.
“Podemos ganar la batalla”
El otro pilar de la intervención estaba reservado, por imperativo de la actualidad nacional y local, a los tentáculos de la corrupción. El presidente de la Ciudad reconoció el “hartazgo e indignación, más que justificados y totalmente comprensibles” que el goteo de casos aireados en los últimos meses provoca en el ciudadano. “Si nunca puede aceptarse ni tolerarse que nadie, aprovechándose de un cargo público, se quede con lo que es de todos o beneficie a los amigos; en tiempos de sacrificios y penalidades para muchos, el delito se sitúa en el más bajo escalón de la indecencia y la inmoralidad”, aseguró.
Como principal cortafuegos, confió en que “si remamos todos en la dirección adecuada, podemos ganar la batalla”. Y como grandes armas, confió en la “Justicia y una Policía independientes, que no están subordinadas a ningún mandato partidista”. Una suma de fuerzas que deberán continuar coincidiendo en esfuerzos para alcanzar metas que, subrayó, generan “hechos irrefutables: puede que no se descubra todo lo que ocurre, no estamos en condiciones de asegurarlo o negarlo, pero lo que sí podemos afirmar es que aquí, en España, no se tapa nada ni a nadie”. Pero para esa lucha, aconsejó, se precisa de una Justicia con más medios humanos y materiales, “en número y especialización, para poder ser más ágil y eficaz”. La última recomendación apuntaba hacia el interior, esgrimiendo una autocrítica hacia una clase política vapuleada por los incontables escándalos y a la que se le esfuma el crédito social. “También necesitamos más transparencia en la gestión de lo público, y en los patrimonios e intereses de quienes ejercemos responsabilidades de esta naturaleza”, apostó.
Todo ello, reiteró, “porque los corruptos están haciendo mucho daño: desprestigian a la política y a los políticos”, a los que sobre la base de su experiencia definió, “en su inmensa mayoría, como decentes y honradas”. Quienes se apartan de ese camino, denunció, incurren en “vicio y debilidad, fruto de la perversa combinación de la avaricia y la codicia con la falta de escrúpulos”.
Alcanzada esa cota de crítica, Vivas deslizó otra advertencia: las denuncias sin fundamento son “inadmisibles e indecentes”. Aun recientes las acusaciones de supuestos casos de corrupción –sin demostrar– lanzadas en las últimas semanas desde el PSOE y por parte del diputado tránsfuga Rachid Ahmed, alertó de que “la difamación no es cosa insignificante ni baladí”. En ese punto fue contundente: “No es admisible la manipulación de los procedimientos judiciales, ni la utilización de la denuncia falsa, sin fundamentos, sin pruebas, sin indicios, para, al servicio de intereses partidistas o de cualquier otra índole, manchar el nombre de personas honradas. No es admisible, y no es decente”.
También hubo mención a Juan Carlos I y a su visita a Ceuta, a Felipe VI y a las víctimas del terorrismo. Obstáculos, autocrítica y recomendaciones que dejaron al menos hueco a un mensaje de esperanza “en el porvenir que nos espera”.
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