Desde las primeras herramientas del homo habilis hasta las armas de destrucción masiva; desde la invención de la rueda hasta los viajes espaciales; desde la luminosa civilización en la que vieron la luz Sócrates, Platón o Pitágoras, hasta los grandes genocidas cuyos nombres no deben manchar los anteriores, la Humanidad ha recorrido un largo sendero.
Un largo camino plagado de barbarie, pues no ha de sorprendernos la capacidad inaudita del hombre para hacer el mal, pero también su admirable disposición para obrar el bien, para la fructífera creación en todas las ramas del saber y para la lucha en la mejora del ser humano, aunque en ello le vaya la vida. No ha sido el progreso humano una aparición venida de lo alto, no, sino un avance largo y difícil, lleno de resistencias y conflictos, de revoluciones violentas y reacciones sangrientas. Quizá por ello aconsejaba Saramago no mirar la realidad como algo que ha existido siempre sólo porque existe ahora. Así pues, el avance de la Humanidad se debe, sin duda, a su propia capacidad de llevar a la práctica las utopías que imagina.
Intrínseco a la Francmasonería, en toda su extensión, es el carácter eminentemente utópico de la misma. Tanto es así que decir masonería es decir utopía, pues el progreso del género humano es la razón primordial de la existencia de la Orden Masónica. Los grandes y universales valores que la inspiran, y la esperanza en el porvenir, son las palancas necesarias para la transformación de la sociedad. La aspiración suprema de la masonería, sintetizada en los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad, no es una ensoñación, sino que constituye un compromiso cívico y moral con todos los movimientos y aspiraciones humanas en lucha por la democracia y la justicia, la libertad y el propio progreso material y espiritual de la Humanidad.
La masonería, como verdadera escuela de formación del ciudadano, como precioso instrumento de formación moral e intelectual del hombre, tiene las idóneas herramientas, símbolos y alegorías para ello. Unos medios a través de los cuales se inculca una pléyade de valores humanistas que ayudan a evitar las trampas del pensamiento dogmático y subrayan el carácter nefasto de los dogmas, negando la superstición y el fanatismo y valorando por encima de todo la tolerancia y la solidaridad, el amor a la ciencia y al trabajo, la defensa a ultranza de la razón, el sentido de la justicia, de la virtud y de la humildad, la fraternidad y la suma importancia de la laicidad. Su campo de acción: el hombre y su entorno vital El ideal del pensamiento masónico hunde sus más profundas raíces en los anhelos más nobles y solidarios del ser humano y, por ello, todos los fenómenos que afectan a la sociedad constituyen sus elementos de reflexión.
Nada de lo humano le es ajeno y por ello esta es la primera y última razón de ser de la francmasonería, horizonte que aboca indefectiblemente a la gran tarea solidaria y colectiva de transformación de la realidad social. Esta preocupación es la ocupación de la masonería.
Aunque toda discusión política está prohibida en los talleres, el francmasón, como ente social, como ser con convicciones democráticas y sensibilidad social, deja de habitar el subsuelo del edificio social y su trabajo se convierte en parte del trabajo de la sociedad en la que está inmerso. Los ideales propugnados por la francmasonería (justicia, tolerancia, libertad, solidaridad, fraternidad, laicidad, igualdad) son socialmente trascendentes, y por tanto inequívocamente políticos. La defensa de esos ideales y su aplicación práctica conlleva el deber de actuar en cada tiempo y lugar en el contexto político-social en el que se desarrolla. Sus trabajos tienen el deber de ser socialmente influyentes para ir transformando y mejorando la sociedad, convirtiendo en realidades del mañana las utopías de hoy.
No podemos olvidar que toda la historia de la sociedad ha sido fruto de una progresiva toma de conciencia. Echando la vista atrás se puede comprobar que todo esfuerzo y sacrificio ha merecido la pena. Pero se impone la ineludible obligación de seguir luchando por lo justo, por lo necesario, por lo que se debe y se puede hacer y conseguir en cada momento histórico, en la certidumbre de que el mundo puede ser cada vez mejor. El camino a recorrer es largo, muy largo y extremadamente difícil, pero la búsqueda de la utopía, y la batalla para hacerla realidad ha de proseguir porque su horizonte siempre es el futuro.
Sabedores de las poderosas fuerzas que siempre se oponen a una evolución solidaria de la humanidad, somos conscientes de la dificultad que entraña transformar la cruda realidad. Por ello, porque es un mandato ético y moral, la Francmasonería se erige en un instrumento de agitación de la conciencia colectiva con una de sus herramientas más eficaces: el poder transformador de las ideas.
Larguísimo es el listado de personajes ilustres que, en tres siglos de Masonería, han enriquecido con sus reflexiones los múltiples talleres extendidos por la faz de la tierra. Basta decir que la práctica totalidad de las ramas del saber y actividades humanas se han visto en ellas representadas por hombres y mujeres insignes, comprometidos con su tiempo.
La masonería ha ido creciendo con estas aportaciones, al igual que la sociedad se ha beneficiado con esos trabajos muchas veces adelantados a su tiempo. Y es que Utopía es Francmasonería.
Hasta el hallazgo del historiador ceutí Francisco Sánchez Montoya, de documentación sobre la logia masónica La Antorcha de Ismael, los orígenes de la masonería en Ceuta estaban datados en 1869, pues entre este año y el de 1899 se tenía constancia de dos talleres ceutíes: Africana e Hijos de la Africana. Después vendría una apabullante información sobre las cuatro logias que operaron entre el 30 de diciembre de 1929 (fecha del “encendido de luces” de Hércules 446) y el año 1936, con el inicio de la Guerra Civil. Las restantes fueron Constancia 89, Hijos de Hércules 55 y Themis 107.
Aunque en trabajos posteriores intentaremos hacer una semblanza de las logias mencionadas, hoy nos dedicaremos a la “decana” de todas ellas: La Antorcha de Ismael.
Conforme recoge Francisco Sánchez en su libro en preparación: “Masonería en Ceuta, origen, guerra civil y represión: 1820-1936”, (cuya presentación está prevista para el próximo año en nuestra ciudad)
La Antorcha de Ismael alzó sus columnas en el mes de abril de 1821, permaneciendo operativa durante todo el trienio liberal. En 1823 quedó disuelta (como todas las del territorio nacional) por órdenes del rey Fernando VII.
Ubicada su sede en el Callejón de la Zigarra, en la parte trasera del convento-iglesia de San Francisco, (después se trasladaría a la calle Real de la Almina, en el Barrio de San Pedro) La Antorcha de Ismael tuvo una vida corta pero activa, dominada por la política del trienio constitucional. El número de sus miembros siempre solía pasar de 50, siendo hombres de prestigio los que engrosaban sus columnas. Este estamento social, salvo unos pocos civiles, estaba formado en su práctica totalidad por militares, principalmente de los regimientos América y Valencia.
Uno de sus principales miembros y promotores fue el Mariscal de Campo y Comandante General de Ceuta, Fernando Gómez de Butrón. Entre los civiles destacados figuraba el alcalde constitucional Manuel de Baños, así como funcionarios municipales y concejales del ayuntamiento. Según la documentación estudiada por Sánchez Montoya, el objeto principal de su fundación obedecía a la necesidad de difundir las ideas liberales y el significado de la Constitución.
Junto con el Comandante General Gómez de Butrón, Francisco Isnardi fue uno de los miembros fundadores de La Antorcha de Ismael, en la que ofició como Orador. La personalidad de este masón, y su profunda relación con Ceuta, propician que le sean dedicadas unas líneas específicas. Isnardi, médico gaditano, era venezolano de adopción. Fue, desde su puesto de Secretario del Congreso Nacional, uno de los artífices del texto de la Constitución promulgada en Caracas el 5 de julio de 1811. Como es sabido, al año siguiente tuvo su fin la aventura independentista venezolana y, en abril de 1813, el Consejo de Regencia ordenó el traslado de Francisco Isnardi y otros rebeldes al presidio de Ceuta.
Con el tiempo, todos los confinados regresaron a América, excepto Isnardi, que prefirió quedarse en la ciudad. Su personalidad, conocimientos y dotes intelectuales propiciaron que en marzo de 1820 fuese nombrado secretario del Ayuntamiento de Ceuta y más tarde, en diciembre de ese mismo año, secretario del Comandante General, Gómez de Butrón.
La utopía es el principio de todo progreso y el diseño de un porvenir mejor”. Esta frase ilustra perfectamente el pensamiento del escritor francés Anatole France (1844-1924), autor de “Los dioses siempre tienen sed”, “La rebelión de los ángeles” o “La isla de los pingüinos”, entre otros, y premio Nobel de Literatura en 1921. Caso Dreyfus Este francmasón fundó la Liga de los Derechos Humanos en Francia y apoyó a Emilio Zola en la defensa del injustamente condenado
Entre algunos de sus conocidos posicionamientos se encuentra su frontal oposición al Tratado de Versalles (1919), por entender que esa injusta paz impuesta a Alemania tras la I Guerra Mundial, iba a ser el germen de la II Guerra Mundial.
Ramón y Cajal, un Premio Nobel Francmasón
Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), conocido y reconocido médico español especializado en histología y anatomía patológica, recibió el Premio Nobel de Medicina en el año 1906, en reconocimiento a su trabajo sobre la estructura del sistema nervioso.
Averroes
Si bien es público y notorio el gran trabajo desarrollado por el médico que nació en Petilla de Aragón (Navarra), menos conocida es la trayectoria masónica del reconocido científico. Santiago Ramón y Cajal perteneció a la Logia “Caballeros de la Noche 68” de Zaragoza. Esta logia tuvo actividad desde 1869 hasta 1892 y en su primera etapa perteneció al “Gran Oriente Lusitano Unido”, para integrarse posteriormente bajo la jurisdicción de la “Gran Logia Simbólica Independiente Española”. En el registro de miembros (“Cuadro lógico de obreros que componen la logia” -ver foto), fechado el 22 de marzo de 1877, aparece la inscripción de Santiago Ramón Cajal, de profesión médico, donde consta con el número 96, habiendo adoptado el nombre simbólico de Averroes.
Varios masones
Premios Nobel a la vez Varios son los francmasones galardonados con el Premio Nobel, pero resulta curioso que, cuando se lo entregan a Santiago Ramón y Cajal, otros masones también recogieron el prestigioso premio. Así, ese año (1906), el Nobel de Literatura fue a parar a manos del italiano Giusoe Carducci (1835-1907), catedrático de la Universidad de Bolonia y fuerte crítico de la influencia del clero y el Papa en la política. Por su parte, el vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos, Theodor Roosevelt (1858–1919), recibió el premio Nobel de la Paz ese año por su implicación personal en el arbitraje del conflicto entre Francia y Alemania sobre Marruecos y por orquestar el acuerdo entre Rusia y Japón, que terminó con la guerra entre ambos países. Para finalizar, un pensamiento del Premio Nobel español que resume perfectamente su trayectoria masónica: “todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro”.
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