Si no soñamos nuestro destino, nuestros pasos serán vacíos, y nuestra mirada cansada apenas alumbrará las rutas que conducen a lo infinito, a lo desconocido.
La vida se convierte así en una búsqueda, donde lo importante es el disfrute de los sentidos; el trayecto.
Cuanto más altos sean nuestros motivos, más larga será la trayectoria, y la perduración del tiempo que nos fue concedido.
Decir que buscamos la gratitud de lo infinito es tanto como decir que buscamos el brillo de las playas de oro fino; un lugar que solo se encuentra en las leyendas de los viajeros antiguos.
Tuvo también noticia entre los afamados peregrinos la existencia de un paraje donde la magia se entremezcla con la belleza del arco iris. Allí, el mar verde y azul sirve de base al arco recién aparecido.
La viveza de los colores alimenta la visión del alma en una secuencia que desconoce el olvido, y nos invita a la reflexión: ¿es tan difícil conciliar que los hombres y mujeres fuimos llamados a la unidad de destino?
La distancia que separa los reinos debe ser recorrida, para que los colores cristalicen y podamos presumir de un mundo vivo, y en paz consigo mismo. Solo así podremos cruzar el arco de la vida.
Las colmenas del castillo se elevan sobre un manto de nubes en los días de levante, y el enjambre de piedras que conforma el edificio queda desnudo, e invita a descubrir sus secretos.
Las luces de los quinqués permanecen abiertas hasta altas horas de la madrugada, mientras la astucia del alquimista intenta dar con la fórmula que calme nuestros deseos. ¿Cuál será la fórmula que convierta las arenas de la pobreza en la maravilla que es el metal de los reyes? ¿Acaso existe otro camino hacia la felicidad?
Las playas de oro fino quedan lejos, pues son aquellas el símbolo de la humildad. Debieran los reyes ser humildes antes que otra cosa, y dar la estocada así a la ambición desmedida, en la antesala del averno.
Debieran los seres humanos teorizar sobre los beneficios de la humildad, por ser este el espacio donde convergen los caminos que llevan al contento, al bienestar.
Si conseguimos que los nobles y los reyes sigan los preceptos de esta virtud, las cosechas de los sentimientos se elevarán como espigas hasta tocar el firmamento.
La contemplación de la humildad nos proyectará hacia un futuro mejor, de donde recibiremos el aliento necesario.
Muchas veces pasamos por alto la belleza que late dentro de las palabras, por eso invito a descubrir la fórmula de la humildad. Y en la seguridad que no hay mejor espejo.
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