Existe una vieja leyenda conocida que data del siglo VIII y está relacionada con Toledo, Ceuta y Mérida. Con Toledo, porque habría sido el escenario en el que se desarrollaron parte de los acontecimientos de la causa principal de la pérdida de España por la invasión árabe el año 711, durante el reinado de don Rodrigo.
Con Ceuta, porque en ella gobernaba el conde don Julián, segundo protagonista al que también cabría imputar la culpabilidad. Y con Mérida (mi ciudad natal, aunque siento y tengo por mi pueblo al remanso de paz y naturaleza que es Mirandilla) guarda relación porque la misma leyenda refiere como posible que allí habría huido luego el rey visigodo. De haber sido ciertos tales hechos, revestirían una importancia trascendental para tales lugares y España, que no entiendo por qué se ha profundizado más en la investigación sobre si se trató de una historia real o fue una mera ficción con el tiempo convertida en leyenda.
El sustrato histórico que sirvió de base a la leyenda refiere que a comienzos del siglo VIII reinaba en España el rey visigodo Witiza. La monarquía se hallaba en crisis y muy debilitada por la nobleza, y la situación se agravó a la muerte del Witiza el año 710. Los nobles quisieron coronar a su hijo Agila; pero una facción muy influyente de la aristocracia, logró proclamar rey a don Rodrigo, pese a no pertenecer a la estirpe real anterior. Casi a la vez, los árabes llegaron el año 709 hasta las puertas de Ceuta, que estaba gobernada por el conde don Julián, quien en principio se hizo fuerte y logró hacerles retroceder y frenar su ocupación. Pero un hecho inesperado hizo cambiar la situación. Don Rodrigo era amigo de don Julián, al que nombró conde de Ceuta y Tánger. El rey, que era mujeriego y poseía dotes seductoras para con las féminas, recomendó a don Julián que le mandara a su hija Florinda la Cava para que fuera educada en la Corte bajo su real protección y, a la vez, le cuidara a él de la sarna que padecía. Don Julián accedió a sus deseos y mandó a su hija de Ceuta a Toledo, donde estaba la capital del reino, tras haber sido trasladada desde Mérida, que en el siglo V también fue capital de la nación.
Se dice que Florinda era guapísima, y don Rodrigo, nada más verla llegar, quedó deslumbrado por su belleza. La buena moza comenzó sus sesiones de cura al rey limpiándole con mucha delicadeza sus puntos sarnosos. Y don Rodrigo, acogiéndose al vulgo popular en eso que dice que “sarna con gusto no pica”, pues no hacía más que darle vueltas a sus libidinosos pensamientos sobre la forma de ‘llevarla al huerto’, de manera que cuando al atardecer Florinda bajaba a diario por el jardín a bañarse a las aguas del Tajo en las fogosas noches toledanas de verano, él la contemplaba enardecido desde el hoy llamado ‘Torreón del baño de la Cava’. Con tan vil empeño, le fue creciendo su exacerbada lascivia, hasta que un día terminó forzando a la joven, traicionando con ello la paternal confianza que don Julián le había depositado al poner a su hija en sus buenas manos y especial protección real. Hay autores que dicen que las relaciones incestuosas fueron consentidas por Florinda, que sólo delató al rey por despecho al negarse a casarse con ella. En la Crónica de Alfonso X se recoge: «Ella dice que hubo fuerza; él, que gusto compartido». Fuera de una u otra forma, de tal concubinato nació un hermoso niño, que se dice fue luego degollado por los invasores.
Enterado don Julián del vil atropello, se sintió traicionado por su rey y fue a Toledo a recoger a su hija, aunque como tal súbdito suyo que era no se atrevió a hacerle ningún reproche. Y bajo el simple pretexto de que su mujer, Egilona, había enfermado y necesitaba de los cuidados de Florinda, se la llevó. Pero, nada más regresar a Ceuta, pactó con Musa, gobernador del Norte de África, facilitándole el paso de la invasión árabe de España contra la que antes había luchado. Con ello devolvió al monarca tan infausta traición con la propia traición suya, en venganza del honor ultrajado de su hija. Don Rodrigo salió con sus tropas al encuentro de Tarik, jefe de las invasoras; pero tras una dura batalla que duró del 19 al 26 de julio del año 711 cerca del río Guadalete, según la Crónica Mozárabe (a siete kilómetros de Arcos de la Frontera, según Sánchez Albornoz) como los árabes estaban mejor pertrechados la ganaron, apoderándose después de toda la península, que después costaría a los españoles 781 reconquistarlo. Pero nótese que los cristianos recuperaron su propio territorio que les había sido arrebatado, mientas que los invasores vinieron a usurparlo desde Oriente Medio. Nada justifica que el terrorismo bárbaro y atroz del llamado ‘Califato’ pretenda de nuevo detentar Al-Ándalus tan ilegítimamente.
Desde ese momento comenzó la construcción legendaria de los hechos y motivos que rodearon la pérdida de España, que se convertiría en materia de crónicas y romances en los siglos siguientes hasta nuestros días, y que fueron emergiendo como leyenda en diferentes momentos de la historia literaria española para ofrecer versiones dispares y a veces contradictorias de aquel estupro consumado. Tal exabrupto real cometido con Florinda, venía a representar la calidad político-moral del reino godo y las razones que propiciaron la venganza del conde don Julián. El lance amoroso fue recogido en los romances tanto de mozárabes cristianos como en las crónicas y escritos árabes de Al-Razi en los siglos IX y X, Ibn al-Hakam y otros. Se difundió entre los siglos XII y XIII y apareció en la ‘Crónica de 1344’, en la ‘Crónica Sarracina de 1430’, en el ‘Chronicón Silense’, en ‘Crónica Najerense’, ‘Crónica Tudense’, ‘Crónica del Toledano’, etc. En 1589, Miguel de Luna, médico morisco y traductor real, escribió ‘La verdadera historia del rey don Rodrigo’, que trata de la causa principal de la pérdida de España y la conquista que “della hizo Miramamolin Almançor rey del África y de las Arabias”; habiendo pasado luego por la Ilustración, hasta que en 1805 María Rosa Gálvez de Cabrera representó en escena el idilio, en el que la materia histórica se explica a partir de las relaciones de poder entre los sexos y de la conflictiva intrusión de lo femenino en el ámbito de lo público en la España prerromántica y liberal.
Florinda la Cava, en el texto de la ‘Crónica’, explica así a su amiga Alquifa las razones que en principio le llevaron a silenciar el ataque lascivo contra ella cometido por don Rodrigo: “Si aquellos que este fecho supieses lo judgasen así como pasó, yo no auría que temer de lo de mandar decir a mi padre, ca e miedo de me lo non creer, e que tenga yo por mi grado de fiz e que me desanpare” (bic). Y cuando la Corte le acusa de haber delatado al padre su idilio amoroso con el monarca tras haber consentido, la sociedad representada en el siguiente poema, responde en su defensa: “(…) ¿Cerrar queréis los labios/ de las que oprimen vuestras manos fieras?. (…)/ Pues no, no lograréis que esta infelice/ de haber clamado al padre se arrepienta/ de haber seguido los impulsos blandos/ con que habla el corazón naturaleza/ y de haber conservado los derechos/ que a un honor ultrajado se reservan”.
Los períodos literarios se alternaron en los romances y crónicas entre varios siglos de ensañamiento contra Florinda, y su posterior victimización para censurar las actitudes del poder real, sus vicios y corruptelas. Así, en la obra ‘Florinda’ de Gálvez, de la tradición literaria precedente considerándola “mujer mala”, se pasa en el período siguiente a considerar a don Rodrigo como un tirano, que abusa de su poder, acusándolo de despotismo y de violentar la voluntad de sus súbditos para obtener el placer. El rey es débil ante los vicios carnales (refiere) y está dominado por sus impulsos obsesivos, además de por sus malos consejeros; lo que le lleva a abandonar sus obligaciones y a dejarse dominar por la lujuria y la perversión. Es también soberbio y está cegado por la adulación palaciega. Y a los pocos cortesanos que se atreven a aconsejarle por el bien del pueblo godo, como hicieron Pelayo y Tulga (tío de la joven mancillada) que le aconsejan que desista de la joven y vuelva al indisoluble matrimonio con su esposa, él hace oídos sordos, los expulsa de palacio y les persigue y atemoriza para que callen, negando en público la evidente relación deshonesta, cuando luego en privado la reconocía.
¿Y qué fue de don Rodrigo y Florinda? Hay autores que aseguran que él murió en la batalla; pero otros, junto a la periodista extremeña Israel J. Espino, en su serie ‘Extremadura secreta’, publicada en el diario Hoy de Badajoz, señalan que existen indicios de que huyó hasta Mérida. Y el académico de la Historia José Luis de la Barrera tiene rescatado que, para expiar sus culpas, Rodrigo se recluyó en el monasterio de Cauliana, actual Cubillana, donde existía uno de los cenobios cristianos más reputados de Hispania y una escuela de novicios. Allí residía Romano, uno de los escasos monjes que quedaban, pues la mayoría había huido ante la llegada de los árabes. Al ver al rey postrado ante una cruz, lloroso y contrito, le animó a acompañarle en un último viaje, Lusitania adentro, para poner a resguardo la imagen de la Virgen y un pequeño cofre con las reliquias de San Bartolomé y San Blas. En el viaje murió Romano, pero don Rodrigo cumplió la misión fundando en Portugal una ermita bajo la advocación de Nuestra Señora de Nazareth, en un sitio que bautizó como San Bartolomé, y donde él mismo terminaría sus días, y estaría enterrado en Viseo.
Otra versión grotesca y menos creíble, dada en romance, la ha encontrado el antropólogo Flores del Manzano en Las Hurdes (Cáceres). En ella se afirma que don Rodrigo, huyendo de los moros, se escondió en una cueva hurdana y a las siete semanas apareció una serpiente encantada que le comió “las sus partis” (partes genitales, en el antiguo dialecto extremeño el castúo). El romance dice así: “«Huyendo fue don Rodrigo hacia una cueva lobera/ la boca seca de sede y entumías las carrilleras/ ¡Maldita sea la mi suerte, que peor no la tuviera!/ Por mantener a mi reino, me veo d’esta manera/ En lo jondu de la cima, en lo jondu de la cueva/ echó a penas las sus culpas, que muchas y grandes eran/ Pasaron siete semanas, siete semanas en penas/ pasadas que había otras siete, una sierpe se le allega/ Prepárate, don Rodrigo, a purgar todas tus penas/ que el reino perdíu lo tienis por culpa de una alcagüeta/ Ya le royi los sus pies, ya le royi las sus piernas/ ya le comi las sus partis, por ser las más pecaderas/ Bien te lo digo a ti, sierpi, si es que-una sierpi fueras/ comerás mi corazón y que revientin mis penas/ Comeré tu corazón, cuando se acerque la fecha/ aún te quedan por penar siete semanas enteras».
En cuanto a Florinda, hay una calle en Mérida que rodea la Alcazaba, llamada Cava, teniéndola el pueblo por dedicada a ella. También en Torreón el Rubio, Cáceres, hay una calle y un pasaje dedicado a La Cava. Otros señalan que se arrojó a un pozo en Pedroche (Córdoba), en cuyo brocal estaría escrito su nombre.
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