Si este foro procura acercar la filosofía a la calle, creo que una de las tesis que se tendría que tratar es el llamado “problema de las otras mentes”. Este es importantepor la relación existente, a mi juicio, entre la resolución del mismo y el lugar que ocupa la empatía y la comprensión del otro en nuestra escala de valores.
El problema de las otras mentes conecta de manera inmediata con el de la existencia del mundo exterior. René Descartes nos hablaba de esto con la hipótesis del genio maligno: “Supondré que hay (...) cierto genio maligno, no menos deshonesto que poderoso, que se ha empleado a fondo para engañarme. Tendré que considerar que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos, (...) no son sino las ilusiones de las que él se sirve para acorralar a mi credulidad”. El filósofo francés expone este experimento mental en el marco de su búsqueda del fundamento del verdadero conocimiento, a través de la duda metódica, hasta llegar a la conclusión de que como dudo, no puedo dudar de que, dudando, yo existo. Disculpe el lector la reiteración de términos y la posible dificultad que haya añadido a la comprensión, pero lo que Descartes acaba fundando a partir de estas diatribas es una cuestión filosófica de primer orden: la realidad del mundo se sostiene sobre el sujeto pensante. Después de esto necesitará a Dios para dar el salto al mundo exterior. Podemos plantear su callejón sin salida con una serie de preguntas consecutivas: ¿Existe el mundo exterior y los demás en él? Si existen, ¿lo hacen fuera o dentro de mi mente? Si solo existen dentro de mi cabeza, ¿soy yo el que fundamenta su ser o son ellos mismos?. Al hilo de estas preguntas podemos fijarnos en una formulación contemporánea del problema. El filósofo Hilary Putnam plantea lo siguiente: “Se trata aquí de laposibilidad de que en realidad no seamos sino meros cerebros situados en una vasija o cubeta y que toda la presunta información acerca del mundo exterior que poseemos no provenga realmente de los objetos de los que nosotros creemos que proviene (...)”. Esta es la famosa cuestión del cerebro en una cubeta, de la cual han surgido reflexiones en forma de películas como Matrix o El show de Truman. Estas elucubraciones poco tienen que ver con la cotidianeidad de cualquier humano, pues día a día depositamos inconscientemente nuestra confianza en la existencia del mundo exterior, de las otras mentes y personas y de las sociedades que formamos con ellas.
Así pues, supongamos que, efectivamente, existe el mundo exterior y hay muchos “otros” con los que compartimos directa o indirectamente nuestras vidas. Ahora bien, ¿podemos llegar a entender a esas otras personas y sus mentes? El filósofo Hans Georg Gadamer afirma que la comprensión es esencialmente prejuiciosa; José Ortega y Gasset que “Cada vida es un punto de vista sobre el universo” y que, por tanto, no es la mente la que comprende, sino la existencia como un todo. De esta forma, entender totalmente los pensamientos de las otras personas se torna una tarea imposible en tanto en cuanto no poseemos el mismo órgano deconocimiento de la realidad al tener vidas distintas. Evocando un pasaje de la maravillosa novela La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, el sombrero de una de las protagonistas, Sabina, es un objeto cuyo significado es incomprensible para su pareja, Franz, dado que forma parte de un “río semántico” completamente diferente del suyo y se encuentra asociado a ciertas vivencias que él nunca ha tenido.
Así, aunque entienda el significado literal de las palabras con las que su amante explica su relación con el sombrero, nunca llegará a saber del todo a qué se refiere.
Observamos que la filosofía del siglo XX advierte que es imposible dar el “salto” requerido para la comprensión de las otras mentes desde la mía. Sin embargo, ese salto, aunque imposible, es necesario para el correcto devenir de las relaciones interpersonales y la vida en sociedad. Veámoslo a través de Thomas Nagel y su ensayo ¿Qué se siente al ser murciélago?. Aunque su tesis descansa sobre una intención deslegitimadora de los discursos sobre la mente hegemónicos en su época, podemos usarla para ahondar en lo expuesto: es legítimo suponer que los murciélagos tienen experiencias, que es posible estudiarlas e imaginar cómo es su percepción de la realidad, pero solo estaremos descubriendo qué sentiríamos siendo murciélagos, no lo que siente este animal siéndolo. Esto sucede debido a que los recursos de nuestra mente para esta tarea son limitados. Análogamente, ocurre que para comprender a otros individuos de nuestra especie la materia prima para nuestro conocimiento, si Ortega acierta, es una vida que es nuestra y solo nuestra.
Este “problema del murciélago” es, en buena medida, el de la empatía y la convivencia social pacífica. Desde el convencimiento de que el salto necesario para la comprensión de los otros no puede tener éxito, y de que no podré desentrañar la maraña de significados en torno a los sombreros de las Sabinas del mundo, tengo dos opciones: el dogmatismo que causa en ocasiones la incomprensión que acompaña al trato con los demás; o el respeto al otro, a sus acciones, creencias, ideas… En definitiva, a su vida, pues el abismo insalvable entre su existencia y la mía me hace tomar conciencia de la fragilidad que las caracteriza a ambas por igual. El cantante Leiva explica esta problemática en una de sus canciones, Stranger things. La extrañeza y la hostilidad son los temas fundamentales de la composición, al final de la cual nos deja unos sugerentes versos: “Hay una puerta abierta / hay un dolor guardado / hay algo más… tenlo claro.” Siempre hay algo más, algo que se nos escapa. Aprender esta realidad como fundamento de la empatía constituye la base imprescindible para construir unas sociedades más respetuosas.