Opinión

Sobre la filosofía del cuidado

Si analizamos la acción de cuidar, es decir, el verbo cuidar en cualquiera de sus tiempos o modos, podríamos hacerlo desde el enfoque de la gramática, bien desde la fonética, desde su morfología o desde la sintaxis y así tendríamos las normas de uso y empleo de la palabra, pero nos faltaría lo principal que sería el significado de la acción de cuidar …. y entonces acudimos a la semántica, al concepto, que nos ilustra con acepciones, en este caso: ocuparse de alguna persona, animal o cosa, prestarle atención a sus necesidades para que se conserve en buen estado; y en otra acepción, procurar la vigilancia para sustraerlo o apartarlo de cualquier peligro.

¿Hasta aquí, quedaríamos satisfechos? Pues habría quien sí y habría quien no.

Casualmente, y ha sido mi inspiración para escribir este artículo, se proyecta, en estos días, en una cadena de TV un spot publicitario en el que un accidentado en silla de ruedas, reclama adecuada asistencia física para las secuelas del accidente, y argumenta, con cierta ironía, que la asistencia mental, ya se la proporcionará él mismo.

Esta alternativa que supone asumir su propia asistencia mental, es casi una diatriba al sistema sanitario que entiende que se queda corto en su función. Este simple anuncio nos debe llevar a la reflexión filosófica en cuanto al “cuidado”, su necesidad y su diversidad.

Por eso creo que para llegar completamente y de forma satisfactoria del concepto “cuidado”, hay que profundizar algo más que en la gramática.

Si aceptamos la postura monista de que el ser humano se compone de una sola esencia, es decir que lo físico y lo psíquico es una sola sustancia, entonces nos quedamos varados porque hemos mezclado indisolublemente lo espiritual con lo corporal, de tal manera que ya no hay una solución lógica para el alivio de la dolencia, pues tendríamos que recurrir a soluciones divinas.

Desde el siglo XVII, la modernidad, con Descartes a la cabeza del pensamiento, nos desembaraza del dogma divino y nos alumbra con la doctrina dualista donde se empieza a contemplar al ser humano formado por una parte corporal y otra mental que piensa, ambas en relación íntima pero separadas (res extensa, res cogitans; cuerpo y mente).

Después del empirismo y de las alternativas idealistas del sigloXVIII, donde la realidad no es totalmente objetiva, sino que también depende de un apriorismo impuesto por el sujeto (las categorías Kantianas), desde el siglo XX aparecen filosofías fonomenológicas, positivistas y existencialistas, que definen al hombre como el ser que parece y que es; un ente singular arrojado al mundo y el único que se pregunta por el más abarcador de los conceptos, que es el de “ser”. ¿Qué es un ser? No hay respuesta. Sólo tenemos conciencia (conocimiento) de la multiplicidad de toda la realidad a la que hemos dado nombres: hombre, perro, mesa, país, sueño, amor etc. etc. que son entes.

Esta singularidad del ser humano, como ente que es, no sólo se pregunta por el origen de los entes, que es preguntarse por el concepto de “ser”, sino que también se pregunta por su propio final, al que ha llamado muerte, y en cuanto “ser”, que también lo es, se plantea si la existencia merece la pena, o sería mejor, no ser. “Ser o no ser”(el soliloquio de Hamlet); existir o no existir; vivir o morir; estar o no estar: ” ¿Qué sueños sobrevendrán cuando despojados de ataduras mortales encontremos la paz? He ahí la razón por la que tan longeva llega a ser la desgracia”. La enorme y tormentosa duda. La angustia que supone la vida y lo absurdo de ella.

Ante esta texitura, el ser humano se siente atribulado y se plantea resistir los embates de la existencia que hacen de la vida un camino infeliz, o dejar de existir ante la duda de qué nos espera después de la muerte, circunstancia de la que nadie tiene el menor conocimiento. Esa duda sobre qué ocurre en el más allá nos hace apurar la existencia lo más posible; y es así como se nos presenta el concepto del cuidado humano. En cuanto se tiene conciencia de la muerte aparece la inquietud por el cuidado, que nos remite convenientemente a prolongar la existencia. Y esto es una condición primitiva que surge desde lo más profundo de cada ser para seguir conservando la vida en un conjunto de actos conscientes ….. para “seguir siendo”.

Aparecemos arrojados al mundo y al poco somos conscientes de sí mismo, y que nuestra vida transcurre en el espacio y en el tiempo (limitado); eso es notar la existencia de sí, es estar ahí.

Y en este proceso de reflexión, que desde ese momento ya se hace constante, el hombre está vigilante de su propia vida mediante el cuidado de ella. Para satisfacer sus necesidades, las básicas del cuerpo y las superiores de su configuración mental.

El ser humano está inserto en un mundo del que no se puede evadir y mantener esta situación exige un constante cuidado corporal, pero no sólo eso, sino que implica el cuidado de las cosas que lo rodean y por tanto el cuidado de los otros. Así mismo significa inquietud, preocupación y estado constante de alarma; es el desvelo por sí mismo; es asumir el destino con interés existencial, aparte del intelectual.

Ser en el mundo no es sólo estar ahí, también significa la reflexión de la existencia humana que hay que referir necesariamente a la herencia de la historicidad de la especie, y por tanto relacionada al entorno sociopolítico donde se desarrolla.

En la Alta Edad Media, por influencia del Cristianismo, la enfermedad se consideraba como una prueba de fe que Dios enviaba al individuo (como la que sufrió Job), y sus padecimientos acercaban al enfermo a los de Jesucristo. Pero esta actitud se fue modificando en el transcurso de los siglos hasta considerar la enfermedad como un castigo divino ….. una penitencia por los pecados cometidos, llegando, incluso, a identificar al enfermo con el pecador, del que había que apartarse.

Sin duda que la circunstancia existencial, aunque lejos ya de los planteamientos de la Iglesia aún supone un cierto pesimismo; es el precio que hay que pagar por “estar ahí”, “por ser”.

Existir es estar siempre en camino; es enfrentarse y confrontarse con una tarea que sólo acaba con la muerte, a cuyo encuentro nos adelantamos velozmente casi sin percatarnos de ello, por lo tanto es necesario que el individuo viva la muerte como suya, es decir que la haga suya e incomparable. Por eso cada uno debe comprender su existencia, su estar en el mundo para llevar a cabo su propio cuidado y para eso debe conocerse a sí mismo: el existir es un modo de ser donde no siempre se es lo mismo, sino que se permanece abierto e indeterminado. Así el profesional del cuidado debe comprender primero su propia existencia, su estar en el mundo y así comprender las necesidades de los demás.

Es posible cierta deshumanización en el trato por parte de los profesionales del cuidado hasta el punto de que no pregunten por el “ser” del enfermo adecuadamente, puesto que la noción, el conocimiento de la persona ha quedado alejada de lo teórico y de lo práctico. La ciencia interpreta al ser humano como paciente, sin más; como cliente o como usuario. Cuidar de manera comprensiva es percibir intencionadamente ese mundo privado del sufrimiento que hoy el médico, por razones de funcionalidad tiene que rechazar. El cuidador adquiere sentido en la medida en que utilice el lenguaje adecuado en la interacción; en él muestra su saber y su intencionalidad para el cuidado de la persona, la comprende en la totalidad de su entorno y lo expresa en auténtica alteridad.

Si miramos hacia atrás, hacia la Historia, que es igual que mirar hacia nosotros mismos, veremos que las situaciones se repiten: egoísmo frente a altruismo; individualidad frente a alteridad; sentimientos que se traducen en nacionalismos frente a globalización. No obstante, desde el punto de vista existencial, el cuidado es anterior a toda actitud o situación social o política del ser humano, y ya se encuentra en sus primeras raíces de un modo esencial; aparece cuando la existencia de otro adquiere importancia para mí ….. en consecuencia me dispongo a participar de su existencia y de esa manera salgo de mí para centrarme en el otro con desvelo y solicitud. No es sólo actitud intrínseca de los seres humanos, sino que es un ímpetu que surge de la propia existencia…..

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