Opinión

Filibusteras de la moral

Como decía Serrat, corren buenos tiempos para las cazas de brujas y de librepensadoras que osan disentir. Pero también está resultando ser una maravillosa época para las defensoras de la piratería política, para las nuevas caudillas de todo lo que huela a la nueva derecha (bonito eufemismo) y rancios nacionalismos y, sobre todo, para los desfiles de gruesas banderas al viento con portaestandartes de marciales poses y violentas actitudes. Faltaría más.

Estamos viviendo lo que muy bien podría llamarse un “mundo feliz”, pero en una versión mucho más perversa que la de Aldous Huxley, claro está.

Estas perpetuas salvadoras de los “valores eternos” (siempre hay un par de “valores eternos” o tres que salvar) tienen una idéntica táctica en todas las latitudes y horizontes: emplear gruesas declaraciones, con sus sucias manossiempre puestas sobre sus oscuros corazones, para arengar a las masas. Estos discursos, siempre cargados de odio hacia los que, supuestamente, no comparten el mismo RH, contienen siempre una rancia capa de sustrato identitario supremacista que las dóciles escuchadoras digieren y asumen sin dificultad. Las crisis siempre son terribles para estómagos vacíos y, sobre todo, para la capacidad de razonar.

Estas verdaderas filibusteras de la moral tienen la especial habilidad de adaptarse a los tiempos, adelantándose incluso al presente olfateando sin fallar un provechoso futuro próximo. Siempre tienen preparadas las convenientes baterías demagógicas para bombardear sin piedad ni reparos, con consignas huecas y reflexiones infantiles, los mutilados cerebros de quienes ven en el clavo ardiente la única salvación, en lugar de remangarse para cambiar el rumbo de las cosas.

Por si fuera poco, estas piratas del pensamiento nunca tienen el valor de proseguir solas en el camino aunque, desgraciadamente, voluntarias amantes del orden nuevo no les faltan. Como tozudamente se empeña en indicarnos la Historia, una vez alcanzado el punto de no retorno, estas usurpadoras de la Utopía saben reclutar las pardas camisas de turno para imponer sus tesis.

Como es obvio, para estas carroñeras del pensamiento único, la ideología es lo de menos. Camaleónicas mutantes como ellas solas saben hacerlo, se adaptan al medio cambiando de color y forma tantas veces como sea necesario, con el único objetivo de alienar a las incrédulas para llevarlas hacia esa idílica tierra prometida que, invariablemente, termina cercada con concertinas y torres de vigilancia, y poblada de amarillas estrellas de David cosidas en el pecho. Y no, no aprendemos.

Europa, esa Europa que antaño se cargó de luces para asaltar la Bastilla o se nutría de la Comuna de París que clamaba Fraternidad, está volviendo al galope hacia los años 30. Entonces, la intolerancia acabó siendo un signo de identidad en la que las alimañas de la inteligencialograron unos resultados más que conocidos, y hoy el monstruo que ya asoma sus garras no tiene mejor pinta que entonces. De hecho, los últimos resultados en los distintos comicios de la Unión y el curso de los acontecimientos políticos nos dan la razón, lamentablemente.

Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero es posible que al hilo de todo esto caiga en la cuenta de que “quizás” sea el momento de dejar de escuchar los cantos de sirenas de las filibusteras de la moral que, le digan lo que le digan, sólo sirven a las ratas decostumbre. Visto lo visto, no queda, pues, otra salida que empezar a pensar que, como seres humanos, nuestra emancipación sólo puede ser obra de nosotras mismas, o jamás será. El resto, le guste o no, es pura basura política radiactiva encaminada a abonar el borreguismo suicida y destinada a erradicar el peligrosísimo pensamiento crítico. Un clásico.

En estos momentos tan dramáticos, más nos valdría releer a Gabriel Celaya cuando aseguraba que

“Porque vivimos a golpes,

porque apenas si nos dejan

decir que somos quien somos,

nuestros cantares no pueden

ser sin pecado un adorno;

estamos tocando el fondo…”.

Y es que, si cambia “cantares” por “pensares”, caerá en la cuenta de que Celaya está aún de rabiosa actualidad.

Si no, siempre le quedará el infinito abismo de la sinrazón a la que, sin más remedio, parece que cíclicamente estamos perversamente abonadas. Y es que, como cantaba el ya mencionado Joan Manuel Serrat (ahora tildado de fascista, por cierto) “corren buenos tiempos para los de siempre”. De pena o de asco, como mejor le venga.

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