Opinión

Fijando posiciones

Todos los comienzos de curso son parecidos. Pese a ello, siguen ejerciendo una irresistible atracción en los actores implicados. Recuerdo cuando estudiaba bachiller en un internado, en el que vivía y desarrollaba mi actividad académica. Mis padres eran trabajadores emigrantes en otro país (no delincuentes, como se empeña en afirmar la extrema derecha). Pese a que cada curso que pasaba se me hacía más pesada la vida interna, sin embargo, cuando llegaba septiembre y se acercaba el comienzo del curso, la expectación era máxima. También el deseo de volver a la rutina del estudio. De ver nuevamente a los compañeros de años anteriores y de conocer a los recién incorporados. El primer día del colegio, era toda una fiesta.

En la universidad pasa algo parecido. Este curso ha sido algo más cercano a la normalidad pre pandémica. Pese a ello, hemos tenido unas semanas de incertidumbre. También de enfado. Muchos estudiantes han protestado, con razón, porque no entendían por qué se permitía la presencialidad en educación infantil, primaria y secundaria, y no en la universidad, donde se supone que hay una mayor concienciación y preparación para abordar situaciones como las actuales. Finalmente, a partir de la próxima semana, la presencialidad será total, sin limitaciones de espacio, aunque con la obligación de mantener determinadas medidas de seguridad, como el uso de la mascarilla y la ventilación de los espacios cerrados.

La docencia que ejerceré este año, la llevaré a cabo, principalmente, en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Granada. Es donde se ubica el Grado de Ciencias Ambientales. También es la Facultad en la que comencé mis estudios universitarios en la década de los 70 del siglo pasado. Como el vestíbulo de la Facultad se mantiene prácticamente igual que en aquellos años, las sensaciones que he tenido han sido más intensa aún. Por un lado sentía nostalgia de aquellos años de estudiante. Por otro, recordaba la acelerada actividad política que ejercíamos desde nuestras plataformas estudiantiles, contra todo y contra todos. Fundamentalmente contra la dictadura franquista y a favor de la democracia. Fueron años muy importantes en nuestras vidas y vitales para el devenir democrático de nuestro país.

Desde el punto de vista estudiantil, había aspectos muy distintos a los actuales. Por ejemplo, los cursos eran de 200 o 300 estudiantes, que nos sentábamos como podíamos, incluso ocupando los pasillos. Allí aparecía un profesor con una bata blanca, que comenzaba a escribir en la pizarra, en lenguaje matemático (yo estudiaba Ciencias Exactas) y que tenías que copiar como podías. Era la “clase magistral”, la “verdad”. Ahí se concentraba todo el saber, que debías aprender y “repetir” en un examen, para así acreditar que habías adquirido los conocimientos suficientes para superar la asignatura. A las pocas semanas, empezaban a desaparecer estudiantes y las clases se quedaban algo más clareadas. A pesar de esto, entender lo que se explicaba, o entablar una conversación con el profesor, era algo bastante complicado.

Hoy la cuestión es bastante diferente. Teóricamente desarrollamos una educación basada en los intereses del estudiante y en las competencias que ha de adquirir a lo largo del curso. Las clases “magistrales” ya no son lo más importante. Ahora se actúa más en grupo y nos basamos más en el aprendizaje autónomo. En la evaluación continua. Los grupos no son tan numerosos, pues están limitados normativamente. No obstante, en algunas titulaciones y situaciones, siguen siendo demasiado nutridos. Esto dificulta bastante la docencia, pues desarrollarla con los parámetros de la evaluación continua se hace algo complicado. Pese a ello, se sigue desarrollando con cierta dignidad.

De cualquier forma, los comienzos de curso son ilusionantes. Contemplar los pasillos llenos de estudiantes, que acuden a sus clases y van tomando posiciones en lo que va a ser casi su hogar durante todo un curso académico, te llena de ánimo. Es la rutina de todos los años, pero que, como decía, sigue ejerciendo un fuerte atractivo vital, que te ayuda a sobrellevar las incertidumbres de una terrible pandemia que, pese a todos nuestros esfuerzos, sigue acechándonos y esperando cualquier descuido para dar un nuevo zarpazo.

Esperemos que este curso sea definitivamente el primero de la nueva normalidad y pronto podamos contemplar nuestras aulas llenas de jóvenes sin mascarillas, con deseos de aprender y de construir el futuro de la sociedad.

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