He vuelto unos días a la región de Chauen para disfrutar de un par de excursiones, reparar mi interior de tantas obligaciones laborales, y estrechar mi relación de cariño con mi perrito Aman “el segundo”. El primero se marchó, hace ya unos cuantos años, al igual que Agrom, al que recientemente he despedido para no verlo más en esta vida temporal. Estrechar estos lazos con mi único can vivo, es algo fundamental para reforzarnos mutuamente y lamernos las heridas de tanta defunción.
Con la muerte siempre se pierde pie, es un mal tropezón que puede que nos haga caer de bruces dentro de un cactus bien repleto de espinas, del que solo podremos salir sacándolas una a una. Estos tres días en las montañas yebalíes justo antes del puente de la Inmaculada fueron encantadoras, para Aman un descubrimiento tras otro de paisajes, olores y aventuras, además de un reforzamiento de nuestros lazos afectivos, y para mí, también fueron productivas en exploraciones naturalísticas, escritos y reflexiones variadas.
Comenzamos la primera excursión en una zona que no hoyaba desde hace más de un lustro, un puerto de montaña en las cercanías del pueblo de Fifi, a pocos kilómetros de Bab Taza. Decidí empezar por aquí porque al intentar adentrarme en el Talasemtane, me encontré con el día de mercado en este precioso y caótico batiburrillo marroquí. Un bullicio de mercancías, puestos improvisados a toda prisa, atascos de vehículos a motor y mulos; en los zocos populares vibran las esencias magrebíes, al igual que su innata reivindicación a la libertad del caos en movimiento, y estoicismo vital. Lo dejé pasar, puede dar la vuelta no sin esfuerzo, y le comenté a Aman que mejor volveríamos al día siguiente, en principio protestó por el largo tiempo de viaje, pero se conformó finalmente. Los canes viven el presente, y no se plantean que pasará más tarde o en el futuro, no necesitan sentido de trascendencia sino solo disfrutar poderosamente el momento. Lo cual no le impiden amar sus experiencias, la naturaleza, y desarrollar fuertes lazos de fidelidad y cariño con sus amos y cuidadores humanos.
Pasamos la conocida fuente de “la in del ma berda” fuente de agua fría, una zona de manantiales que han encauzado y preparado para que todo aquel que lo dese, pueda tomar agua en garrafas. En Marruecos existe una enorme tradición medicinal, vivencial y folclórica, entorno a los manantiales y fuentes, que se consideran altamente beneficiosas para la salud de cuerpo y alma. Subimos hasta un alto por donde pasa la carretera y nos desviamos hacia una zona boscosa de robles, quejigos, encinas y pinos, siguiendo la dirección que mira al Parque Nacional de Talasemtane. Estos montes, son diferentes a las dorsales calizas, territorio de suelos básicos, que conforman los montes del mentado parque. Su geología está compuesta principalmente por areniscas e incluso materiales metamórficos, todos ellos conforman suelos típicamente ácidos.
De todos modos, como explican los geólogos, estas diferencias se refieren, a la deposición de sedimentos en cuencas marinas no necesariamente idénticas, bien por acumular principalmente materiales terrígenos, en el caso de areniscas, o sobre todo, por material procedente de las conchas de organismos planctónicos, en el caso de las calizas. Sea como fuere, estábamos paseando entre areniscas de colores rojizos y verdosos, intercaladas a intervalos, con unas rocas metamórficas bien oscuras que recordaban estéticamente a mis queridas coladas volcánicas. Siento un sentimiento entrañable por todas las zonas volcánicas del planeta y en especial por las islas de la Macaronesia donde he vivido largo tiempo, y me congratulo de volver frecuentemente, como ave de paso, para la realización de determinadas exploraciones y estudios científicos en los fondos marinos.
Deambulo entre árboles que se arremolinan en un precioso desorden que indica fragilidad y belleza sin límites. Es imposible, trasmitir el encuentro con la paz en este tipo de excursiones, en ellas abrazo lo sobrenatural como forma correcta de situarse ante la creación, y fin inevitable en el camino de la fe en el Dios único y verdadero. Espero con infinita alegría la promesa de restauración de toda la Creación, hecha al género humano por nuestro Señor. Y me imagino toda suerte de proezas, y recreaciones de la realidad, cuando todo se vuelva sublime ante la divinidad, finalmente presente. Ya no veo solo senderos bonitos, sino caminos inspirados que nos llevan hacia el Creador. Tampoco veo solo árboles vetustos, bellos e interesantes por todo lo que pueden enseñarnos naturalmente, sino edificios vivos que me hablan de la eternidad, del sufrimiento de la cruz y la resurrección; el árbol es también una imagen elevada de la gracia y del perdón, por ello siento que camino a través de lo infinito y del eterno presente celestial.
Esta comunicación con la naturaleza es teológicamente correcta, y atributo del primer hombre creado a imagen y semejanza de Dios, sentir a los árboles no es una tontería sino parte del despertar a la trascendencia. Muy al contrario, se trata de un incremento de los sentires elevados que divinizan nuestra mirada por la participación del gran hacedor en nuestra alma inmortal. Una especie de vigilia ensoñada, en la que participamos del mundo sutil de los místicos, es como si el espíritu tomara el control del cuerpo, siempre tan terco y resistente a nuestros proyectos. Así estamos a solas, por unos instantes de intimidad con nuestro propio mundo, “Heráclito pensaba que en la vigilia participamos del mundo común pero al dormir nos retiramos al propio”. Estas experiencias nos muestran cual es nuestro verdadero destino y naturaleza elevada, es en el dominio de la carne cuando encontramos el camino hacia Dios. Aquel que no penetra en estos caminos espirituales, solo ve cosas materiales sin alma ni propósito, se engaña y confunde quedándose en la superficialidad de todo. El ser humano se reconoce cuando despierta al mundo creado, lo habita en equilibrio, y además, genera obras propias cultivándolo. Despierta cuando descubre el valor infinito de todo lo creado y del prójimo; Habitamos el mundo siempre que nos sabemos sostenidos diariamente en nuestras necesidades, desarrollamos relaciones de amistad y empatía con el entorno a partir de nuestro cuerpo espiritualizado, verdadero espacio de encuentro con la trascendencia; generamos mundo y creatividad por ser nuestra condición en la divinidad, una absoluta distinción del resto del mundo, necesitamos nuestro trabajo, y las obras artísticas e intelectuales para sentirnos plenamente humanos. Ningún ser creado salvo el hombre y la mujer contienen esta grandeza y necesidades espirituales.
Al fallecer, desaparece nuestra verdadera naturaleza, que no es otra que una carne espiritualizada, y aunque nuestro espíritu sigue su existencia, esta no será completa hasta que se vuelvan a unir cuerpo y alma en gloria. Desaparecemos nosotros mismos, tal y como fuimos concebidos, y por eso, esta es una de las causas teológicas, que explica nuestra aversión a morir en la carne.
Después de apasionantes subidas y bajadas, de sudores y sorpresas paisajísticas y muchas imágenes, emociones interiores y pensamientos ensoñados, volvemos a nuestro inicio y bajamos hacia la ciudad azul a los pies del Tisuka y damos las gracias por tan dichosas experiencias.
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