Sin solución de continuidad, se van sucediendo las distintas ferias y ciclos taurinos a lo largo y ancho de todo el país, se va encajando la temporada en el ecuador y seguimos en las mismas. El orbe taurino se debate entre la poca fuerza de las reses y la incapacidad de crear nuevas figuras. El año se ve marcado por la falta de chispa, por una repetitiva expectación que nunca se ve recompensada con buenas faenas. Los carteles perfilan tardes de gloria y terminan dejando al público como coleccionista de decepciones.
A la desilusión generalizada por el trascurso de la temporada se le suman el alto número de figuras que han visitado este año las enfermerías de las plazas. Como ejemplo, podríamos citar a algunos: Desde José Tomas con la grave cornada en Aguascalientes en Abril (si hubiera tenido el arrojo de firmar la tarde del domingo de Resurrección en Sevilla quizás no habría estado en México en esas fechas), la espeluznante cogida de Julio Aparicio en Las Ventas (uno de los pocos que aprietan en las grandes citas pese conocer la gloria en otros tiempos) y últimamente Juan José Padilla que en su afán por lidiar a los Miuras en Pamplona, un año más, recordó heridas de guerra de Sanfermines del pasado donde estuvo apunto de perder la vida y marco su carrera como diestro tremendista por antonomasia.
La ausencia de pureza y el conformismo nos dejan pocos resquicios a aquellos aficionados incansables, buscadores de un toreo de verdad, de matadores desprovisto de artificios y comprometidos con el arte de Cúchares. El desgaste y la zozobra de los aficionados han llenado las plazas de espectadores eventuales que buscan una tarde entre amigos y jolgorio más que acercarse a la autenticidad de un espectáculo donde se unen el arte y valor. Las plazas se han transformado en comilonas y botellonas, optando por una versión desvirtuada del verdadero comportamiento que se debe mantener en un coso taurino. Esa forma de presenciar una corrida de toros es respetable (todo el mundo no tiene porque ser como los aficionados entendidos del tendido siete de Las Ventas, ni como la barrera de la Maestranza), pero deben comprender que esa forma de vivirlo elimina en buena medida la calma para lidiar ganado bravo y llena de incertidumbre el temple del matador y la reacción de la res ante el movimiento y ruido reinante en la plaza.
Decir que Pamplona es un ejemplo de plaza de segunda con repercusión de plaza de primera es un dato obvio, pues es bien sabido la fama de los encierros que se han convertido en un evento seguido en el mundo entero de forma masiva (que poco tienen que ver con el traslado de los toros a la plaza de los pastores en otros tiempos, donde los toros no sufrían ante tanto indocumentado que hoy en día acompañan al ganado de forma masiva). En cierta manera, mi percepción del mundo de los toros está alejada de los encierros y difícilmente puedo llegar a comprender que hace un Fuente Ymbro, un Cebada Gago o un Dolores Aguirre detrás de un americano con la camiseta del Osasuna, que embelesado después de leer a Hemingway descubrió la belleza de correr delante de un toro (aunque para el americano termine siendo la fiesta de San Fermín un Mardi Grass que abandona Nueva Orleans para ocupar cada Julio las calles de Pamplona).
Las “peñas” dan todo su cariño a los matadores en el coso pamplonés pero convierten el ambiente de una tarde de toros en las gradas de un campo de futbol, llenando de voces y cánticos cada tercio y estando más pendientes de comerse un guiso, una empanada, dos pasteles, y dos litros de kalimotxo que del albero y la faena difícil de un hombre que se juega la vida ante una explosión de un “achispado” jubilo. La afición de Pamplona sólo es un ejemplo de pasar una tarde culinaria y de borrachera en una plaza de toros, también son buenos ejemplos Algeciras, Almería, Huelva por nombrar a otras de menor calado pero de igual o parecida forma de interpretar una tarde de toros.
La temporada sigue sin aportar nada y se resume en unas pocas alegrías de Morante en sus tardes inspiradas y en el inolvidable “Tercio de Quites” en la corrida de la Beneficencia de Madrid entre el diestro de la Puebla y Daniel Luque. Así de escaso es el balance y con pocos visos de cambio en el horizonte de una temporada gris. Pudiera parecer mi artículo una ofensa a una fiesta como la de San Fermín, universalmente conocida y potenciadora taurina, pero viendo como discurre la temporada ya me molesta hasta la cola de las taquillas.