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Fervorín

Se ha acabado la espera, se terminaron los días de la infinita impaciencia, abriéndose ante nosotros tantos presentes llenos de recuerdos y reencontrándonos con un profundo sentimiento que nació en nuestro corazón forjándose con el tiempo. Se pone así fin a una precuaresma y cuaresma, dejando atrás ese tiempo mejor para los cofrades y entregándonos al rito anual de la Semana Santa. Delicadamente pasamos las hojas de un calendario que conocemos sin mirarlo, donde la luz de la primavera nos indica con certeza la llegada de Cristo y María a las calles de nuestra tierra. Pero hoy no entraremos a rememorar ni los albores, ni las vísperas, ni siquiera los preámbulos de un gozo que está apunto de inundarnos, pues dicho periodo concluyó en nuestro particular universo de hermandades y forma ya parte de las vivencias pretéritas. Es Viernes de Dolores, se perciben las jornadas y me gustaría compartir ese ramilletes de sensaciones que se agolpan justo antes de la Estación de Penitencia, en esos instantes previos, donde recién llegados al templo nos topamos con una dulce realidad que pareció detenida en la memoria y se cruza ante nuestro ojos de nuevo.
La tarde comenzará a tomar forma cuando ayudados por alguien cercano nos dispondremos a vestirnos con el hábito nazareno, como un mozo de espadas que ayuda a un torero, asistidos con delicadeza para situar la prenda en nuestros cuerpos, ciñendo el cíngulo o duro esparto y acomodando la cola o la capa con primoroso acierto… Abandonamos la calma del hogar repasando no olvidar nada… la medalla, la papeleta de sitio y los bolsillos de caramelos repletos por si algún chiquillo desfalleciera en su empeño de acompañar a Dios vestido de nazareno.
Las calles y el sol perfilarán nuestras alargadas sombras por los caminos más cortos que nos conducirán a los templos, entre las miradas de curiosos y comentarios de aquellos olvidados del profundo valor del  respeto. Por fin, la puerta, alcanzamos nuestro anhelo, entregando esa papeleta de sitio que nos pedirá un oficial de la hermandad desprovisto de antifaz y nos la devolverá para conservarla en el evocador museo de acaudalados anales.
Cruzamos el dintel, ahí os tengo, frente a mí, entre los saludos y el murmullo me sobrecoge la estampa insuperable de Dios y su Bendita Madre, alumbrados por la luz de la cera que comienza a encender un pabilero, prendiendo la candelería con el pulso firme y con intención de ser fiel en la incesante labor de alumbrar tu divino rostro durante el camino. Embriagadora fragancia a flores frescas se confunde con el olor a carbón incandescente, lenta espera para mezclarse con el perfumado aroma de la fe llamado incienso.
El director espiritual intentará concienciarnos de la importancia de la estación penitencia que estamos apunto de hacer, cumpliremos con la obligada liturgia, pero nuestra mente volará entre tantas emociones que se repiten como un bello verso. Casi sin darnos cuenta buscaremos el abrazo entrañable de aquellos hermanos que comparten nuestra fe y la forma de vivirla… experiencia única que nos sabrá como aterciopelado alivio a la nostalgia… Sé que el cura cumple su labor pero, ¡Ay Señor! me pierdo en tus ojos contándote mis recuerdos, mis promesas, mis ofrendas hechas oración y no acierto a ordenar las solemnes palabras que llegan a mis oídos sordos.
Momento de ocupar lugar en el cortejo, mientras el murmullo y el airear de las telas limpias llenan mi alma, sólo rompiéndose ese instante con el seco sonido del llamador y la voz de quien manda como Lazarillo a un puñado de hombres. Los flecos rozan los varales por vez primera, un rumor de voces tímidas se embelesa viendo caminar a la Madre de Dios… y apenas sin intuirlo nos despierta de manera improvisada el chirriante crujir de la puerta, dejando así entrar el cielo a la iglesia o saliendo de la iglesia nuestro cielo…
El fervorín se esfumó, pues no había palabras para contarnos ni prepararnos, crisol de sensaciones únicas, cambiando el verbo por la más pura manifestación de los cinco sentidos, protocolo escrito sólo en el corazón de quien vive las hermandades con el cariño inculcado. Incomparable experiencia que nos desperezará del sueño de la espera cuaresmal, maravilla que regresa siempre cuando la primera está en la calle dando aliento a quien tanto aguardó y colmando Ceuta de cristiana bendición.

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