Recientemente, hemos acogido con inmensa satisfacción el homenaje realizado al ceutí don Fernando de Leyba y Cordova, que adquirió un sobresaliente protagonismo al otro lado del Atlántico, realizando una gesta desconocida para muchos, hasta formar parte de la historia y del legado de los Estados Unidos, defendiendo a los americanos de la opresión británica tras pronunciarse con su actuación en el devenir de la Guerra de Independencia.
Ha sido el recinto fortificado del castillo del Desnarigado como uno de los lugares más emblemáticos de la Ciudad, el que ya guarda entre sus memorias este simbólico acto que refleja inigualablemente la simbiosis que florece entre el ejército y la sociedad y que magistralmente ha sido organizado por el Ilmo. Sr. Coronel Director del Centro de Historia y Cultura Militar de Ceuta, don Roberto Cabieces Monreal.
Teniendo como broche final la inauguración de una placa conmemorativa en honor a este héroe, que siglos después se ha forjado como uno de sus mejores hijos para hacer a España con su generosidad, aún más grande.
Por tal motivo, como cada una de las diversas actividades militares que se desarrollan en esta Guarnición, este capítulo destacado como otros tantos, ha resplandecido por su magnificencia, porque, hoy como ayer, prosiguen honrándose credos, decálogos, mandatos e idearios que, engalanados cadenciosamente, engrandecen con orden y sin pausa la memoria inagotable de los Ejércitos de España.
No pudiéndose ocultar en esta nueva página gloriosa que refrenda el carácter extraordinario de la institución castrense, aquellos valores que la revisten y que la nutren como la jerarquía, la ejemplaridad, el honor, la lealtad y el sentido del deber. Y, como no, la más principal, la obediencia, que se yuxtapone a otras tantas que en numerosas circunstancias de la historia ha suscitado el espíritu de iniciativa y de servicio y del más amplio ofrecimiento manifestado en el relato de cada una de las unidades que integran la Comandancia General de Ceuta.
Posteriormente, en este acto se han rendido los honores militares reglamentarios al son de los himnos estadounidense y español, para finalmente ser depositada una hermosa corona de laurel ante en el monolito que ha sellado esta heroicidad, ondeando el símbolo cardinal de nuestra Nación junto a la de EEUU y la bandera de la Cruz de Borgoña.
No ha podido faltar en esta ceremonia la presencia del Excmo. Sr. Comandante General y Comandante Militar de Ceuta, don Javier Sancho Sifre, estando acompañado por el Excmo. Sr. Presidente de la Ciudad Autónoma, don Juan Jesús Vivas Lara y la Excma. Sra. Consejera de Presidencia, doña María Isabel Mabel Deu del Olmo, además, de numerosas autoridades civiles y militares.
Del mismo modo, ha estado presente doña Kristine L. Sjostrom, socia honorífica de la Asociación Cultural Fernando de Leyba e investigadora, cronista y miembro de la Sociedad Nacional de las Hijas de la Revolución Americana, quién puso de manifiesto la trascendencia de la figura de Leyba en el proceso de Independencia de América.
Según, se tiene la opinión, pocas personas tienen conocimiento que, al otro lado del Océano Atlántico, más en concreto, San Luís, el actual estado de Misuri, sería en algún momento español. Y, menos aún, en el rumbo que iría adquiriendo este territorio con relación a la Guerra de Independencia (1775-1783), donde España materializó una hazaña que ayudó propiamente a la hechura de los Estados Unidos de América.
Si bien, la Revolución Americana se había iniciado unos años antes, en 1779 España optó por intervenir de forma inmediata en defensa de las Trece Colonias. El afán de los americanos por nuevos dominios conllevó que milicianos de Virginia dirigidos por George Rogers Clark, se hicieran en 1778 con la demarcación situada al este del río Mississippi conocida por IIIinois, que en nuestros días engloba no solo el estado con ese mismo nombre, sino, igualmente, Indiana y Kentucky.
En dirección al oeste, se extendían los amplios campos de Luisiana que comprendían desde Canadá hasta al golfo de México y que después de la Guerra de los Siete Años, pasaron de manos francesas a hispanas. Así, Nueva Orleáns se constituyó en capital, mientras que casi dos mil kilómetros de aguas arriba del Mississippi, San Luis, con anterioridad a que los españoles adquiriesen la potestad del área, en 1764 había sido poblada por Francia a base del fructífero negocio de pieles.
Años más tarde, el 26 de mayo de 1780, la estratégica plaza de San Luís de Illinois se atinó cercada por más de mil hombres, frente a una agresión preparada por Gran Bretaña y perpetrada por una masa de cientos de feroces contendientes, que reunían a elementos indios y negociantes franceses, dispuestos a tomar brutalmente el control del río Mississippi y así dar por hecho la planificación de todo tipo de artimañas para la comercialización de pieles.
Preámbulo de lo que a posteriori esta efeméride otorgó a este hijo pródigo de Ceuta, don Fernando de Leyba y Cordova, forjándolo como héroe al capitanear un pequeño regimiento de veinte soldados y una exigua milicia coordinada con maña, en una empresa inverosímil que contribuyó a una de las mayores valentías consumadas.
Porque, este triunfo valeroso, se convirtió en la clave para conservar eficientemente el abastecimiento de armas, municiones y pertrechos a los rebeldes atravesando el gran río, pero, sobre todo, para que los insurrectos reafirmaran su poderío sobre estos territorios.
De ahí, que este pasaje pretenda justificar el vivo retrato de un hombre desenvuelto en una inagotable actividad humana en la zona principal de la alta Luisiana en el año 1780, conocida como San Luis de los Ilinueses, provincia de la Luisiana española.
Nuestro protagonista nació en Ceuta el 24 de julio de 1734, siendo el quinto de siete hermanos nacidos del capitán don Gerónimo de Leyba y Cordova, natural de Antequera y de doña Josefa Vizcaigaña, natural de Ceuta.
Tras ir paulatinamente percatándose de las vicisitudes del servicio de armas de su progenitor e ir trasladándose por numerosos lugares de la geografía española, de Leyba ingresa a la edad de dieciséis años como cadete en el Regimiento de Infantería España. Una vez emprendida la carrera militar e ir curtiéndose escalonadamente en los valores de la milicia, pasaría destinado a la plaza de Orán en el Norte de África.
Más adelante, en 1762 es trasladado a Cuba, concurriendo en la infructuosa protección de la Habana, inmersa en el curso de la Guerra de los Siete Años.
En uno de los hechos sucedidos en el combate dirigido a la Fortaleza del Morro, es detenido por las fuerzas inglesas, aunque, luego, es puesto en libertad y por méritos es promovido al empleo de teniente.
En el año 1767 contrae matrimonio con doña María Concepción de Zasar, de cuya unión nacen María Josefa y Margarita. Una vez es ascendido a capitán, en 1769 conoce por vez primera la comarca de Luisiana con una población mayoritariamente francesa. Destacando entre sus diversos destinos, el obtenido en Nueva Orleáns.
Con anterioridad a ser emplazado para trasladarse a San Luis, se alecciona en el agreste fuerte de Arkansas. En este nuevo destino comienza a fraguarse una estrecha relación con Clark, líder rebelde en Illinois. Alcanzado el año 1778, el Gobernador de Luisiana en Nueva Orleáns don Bernardo de Gálvez y Madrid, le designa Vicegobernador de la Alta Luisiana con capital en San Luis.
En escaso periodo de tiempo, de Leyba recibe la encomienda por parte del Gobernador de Luisiana, de comunicar cuanto antes cualquier incidencia que viniese derivada de los sucesos que se produjesen en la Guerra de Independencia e, igualmente, fue confiado junto a un jefe norteamericano en los despachos reservados.
Es necesario resaltar en este contexto, que en 1682 este territorio es designado como Luisiana francesa en honor del rey de Francia Luís XIV y, a la postre, es incorporado a Nueva Francia como una jurisdicción administrativa, hasta que se prolongaría desde el golfo de México a la frontera actual de Canadá.
Con anterioridad a que Francia manifestara su plena disposición por hacerse con esta extensión, ya en el año 1519 los españoles habían rastreado el río Mississippi llamándole río del Espíritu Santo, sin obviar, la imponente depresión desde Florida.
Al finalizar la Guerra de los Siete Años en la que España y Francia se sumaron frente a Gran Bretaña, en virtud de lo acordado en 1762 con el Tratado de Fontainebleau y en 1763, respectivamente, con el Tratado de París, Luisiana pasó a depender del Virreinato de Nueva España. Expandiéndose de sur a norte desde la extraordinaria planicie costera del golfo de México y las franjas contiguas a la gran desembocadura del Mississippi y, de este a oeste, comprendiendo la cuenca izquierda de este gran río, hasta las cordilleras Rocosas en el noreste de Colorado y la región de Montaña.
Contiguamente al último periodo del conflicto antes aludido, con los Pactos de Familia (1733-1789), se produjeron tres acuerdos entre las monarquías del Reino de España y el Reino de Francia contra Gran Bretaña, en las que Francia hizo entrega a España de Luisiana como compensación por los detrimentos territoriales sostenidos, entre ellos, Florida. Quedando esta concesión plenamente justificada por la pérdida de Canadá y, porque, en la teoría Francia restó interés ante una superficie hasta ahora inexplorada y apenas colonizada.
Alcanzada la parte principal de estas líneas, hacia el flanco norte se hallaba estratégicamente establecida la capital norteña de la Luisiana española, donde nos atinamos ante la localidad de San Luis de los Ilinueses, que, por otro lado, había sido instaurada en 1764 bajo la soberanía hispana por comerciantes francos. La condición eminentemente estratégica que le venía conjugada, por ende, se ordenaba por la bifurcación de los ríos Missouri e IIIinois con el Mississippi, hasta convertirse en la conexión principal y brazo de comunicaciones de los afluentes en esta área.
En el año 1780 en San Luis se centralizaba un poderoso puerto que proporcionaba las vías navegables esenciales, así, como, almacenes, operaciones de pieles y el fuerte de San Carlos. Pero, mientras San Luis iba adquiriendo su resonancia para el tránsito y comunicación vadeando el Mississippi, de Gálvez y Madrid iba recuperando importantes territorios. Tómese como ejemplo, la liberación de Florida en poder británico.
Hasta tal punto, que, si las fuerzas británicas se hacían con San Luis, descenderían a su antojo a Nueva Orleans, dejando irremisiblemente acorralados a los patriotas americanos e imposibilitando la anhelada Independencia de los Estados Unidos.
Por entonces, al frente de la Alta Luisiana y con la alta responsabilidad de Vicegobernador, estaba don Fernando de Leyba y Cordova, presto con un destacamento de veintinueve soldados entre infantes y artilleros pertenecientes al Regimiento Fijo de Luisiana. En su lado frontal, descendiendo desde Michigan, se localizaba al General Sinclair, preparado con trescientos soldados regulares y unos novecientos nativos aproximadamente, provenientes de diferentes grupos tribales.
Ante la inminente amenaza confirmada, de Leyba ordenó alertar a las fuerzas presentes, previniendo para ello con despachos del escenario que se iba cerniendo, tanto a los pequeños sitios contiguos como a los defensores de Clark. En tanto, al otro lado de la posición del Mississippi, gracias a la ayuda logística española que le venía facilitando en el transcurso del conflicto, continuaban al acecho los norteamericanos.
Ya, de cara a las fuerzas hostiles, de Leyba disponía de una torre de unos diez metros dispuesta en el Fuerte de San Carlos, que treinta y nueve días antes había levantado en honor al rey Carlos III, faltándole para concluirla los parapetos que afianzó con anillos de trincheras y una empalizada de madera. Conjuntamente, dispuso de ciento sesenta y ocho milicianos de San Luis y el apoyo de cuatro cañones.
Inicialmente, en lo más alto de esta posición situó las piezas artilleras, hasta aparejar adecuadamente la defensa con dos trincheras para los tiradores. Dando tiempo con convencimiento, que en seguida contaría con un refuerzo de ciento cincuenta y un hombres llegados de Santa Genoveva.
De Leyba, tras situarse en un contrabaluarte dominante a los efectos del mando de sus veinte mejores y selectos tiradores, hizo elevar la bandera del Regimiento y aguardó con aplomo la penetración rival.
Sinclair, convencido que progresaba en lo oculto el día 23 de mayo cuando alcanzó los alrededores de San Luis, caviló que los españoles serían sorprendidos, toda vez, que, en vez de utilizar a sus tropas, optó por llevar a la carga a diversas tribus nativas que ya tenía en pie de guerra. Sin embargo, lo que no descifró es que en milésimas de segundos se daría la orden para hacer fuego contra sus propios hombres.
Así, ante su indicación, fueron apareciendo en la desenfilada trecientas bocas de mosquetes perfectamente alimentadas y al grito de ¡fuego! por parte de Leyba, los cañones descargaron habilidosamente su metralla desde la atalaya, como, asimismo, la fusilería. Los asaltantes desconcertados, se arrojaron en embestida enardecidos de cólera, vociferando aterradores chillidos y asestando a quien se ponía por delante.
La apuesta estratégica adoptada por de Leyba sólo pudo ser contrarrestada por los soldados ingleses, porque el resto escaparon en huida, por lo que, tras cuatro horas de intenso fuego cruzado y forcejeos nivelados en ambos bandos, Sinclair especuló que estaba malgastando vidas, decidiendo finalmente por replegarse.
Con estos antecedentes más que gloriosos, como una parte integrante de la herencia que el pasado rubricó en don Fernando de Leyba y Cordova, San Luis permanecería protegida, iniciándose inmediatamente el seguimiento tras la arremetida malograda y la desbandada desconcertada. Organizándose para ello varias partidas de guerrillas, con la premisa de no dejar ni a sol ni a sombra a los evadidos en las frondosidades del terreno de los ilinueses.
Pronto, con la aparición de doscientos norteamericanos, de Leyba marchó en el rastreo minucioso de las fuerzas contrincantes que nunca llegó a alcanzar. Por último, el 20 de junio redactaba un escrito a de Gálvez y Madrid, informándole que el frente norte había quedado preservado.
Allí, en San Luis de los Ilinueses, persistieron treinta y seis años de historia española redactada a base de sudor y sangre, entre los que memorablemente se subrayaría la acción valerosa de este oficial, exhibiendo junto al cumplimiento del deber el más bizarro espíritu, luchando hombro con hombro ante las tribus participantes como siux, sauk, menomini, winnebago y fox y atrevidamente resistir la acometida británica.
En la madrugada del 28 de junio de 1780, a penas pocas semanas transcurridas desde la batalla de San Luis, el agotamiento y la cruda enfermedad que de Leyba ya arrastraba en aquellos instantes cruciales, acabaría despojándole definitivamente del aliento de vida, que sus adversarios no habían conseguido arrebatarle antes.
Don Fernando de Leyba y Cordova fallecería a los cuarenta y cinco años, pasando a formar parte del Soldado de todos los tiempos, como conciencia adherida en la senda ilimitada de los tiempos, hoy presente e inmortalizado en la figura sublime que encarna a este hijo predilecto de Ceuta, siempre solícito a ofrecer su vida al servicio de España. Siendo enterrado frente al altar de la iglesia parroquial de San Luis, junto a su esposa doña María Concepción que un año antes había muerto.
Un año más tarde, Su Majestad el rey Carlos III, recompensaría esta proeza junto al legado español que ha quedado en Estados Unidos, ascendiéndole a título póstumo a teniente coronel.
Como fiel defensor de la causa y desprendido en su infinita voluntad, de Leyba decidió ofrecer la totalidad de sus bienes y propiedades, con la finalidad de obtener la materia prima necesaria en la construcción del blindaje que demandaba el honor para esta Ciudad. Por lo que, el ataque británico irrumpido en esta contienda, forma parte de uno de los grandes capítulos que rotularon la semblanza española a lo largo de sus más de tres siglos de presencia en los Estados Unidos de América, tomando para bien, el control efectivo de la zona.
Pero, de lo que no cabe duda, que, en este simbólico lugar de San Luis, ha quedado indemne no sólo la estela perdurable de este audaz, osado e intrépido baluarte del ejército español llamado don Fernando de Leyba y Cordova, sino, asimismo, la huella indeleble que ha grabado el paso uniforme de quiénes forman parte de esta religión de hombres honrados.