Algunas veces, en la tranquilidad del desayuno, entre sorbo y sorbo de café, te van llegando las ideas acerca de lo que vas a escribir en la mañana. Y, en este caso, lo que nos llega es el constante insulto de un político, a saber: el del presidente del PP, Pablo Casado, sobre el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al que le ha dedicado una suerte de insultos e improperios vergonzantes, que a quién descalifica de verdad es al mismo político deslenguado que los apunta.
Este país nuestro, tan canalla a veces, tan llenos de banderas en los balcones para sumergirnos en una España que ya sólo existe en el recuerdo de unos pocos nostálgicos, suele dar caudillos atávicos que marcan nuestra historia; y, lo que es aún peor, remedos de caudillos, que sólo son trasnochados ecos de otra época pretérita fuera de un tiempo nuevo, donde otra España diferente: plural, libre, tolerante y democrática nos espera...
Remedos de caudillos como el señor Casado, heraldo del insulto, y comendador de la estulticia, donde su discurso me trae el recuerdo de aquellos versos imperecederos de don Antonio Machado en su poema Retrato, pongamos: «Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una...»; que sólo consiste en un ejercicio de no alumbrar ninguna reflexión que mereciera la pena; sino al contrario, descalificar zahiriéndolo de manera inmisericorde y sin el menor escrúpulo. Y, dado que es nacido en Palencia, le ha dado en utilizar el castellano antiguo en la palabra felón*, que emplea a modo de ariete contra todo aquel que no se halle de acuerdo a sus retrógradas ideas. Y, hemos ido al diccionario de la RAE, acerca de «felón», y en sus páginas -como una revelación- se hallaba la mejor definición de este bravucón y desabrido político que está de más para el país que en los próximos años necesitamos.
A veces, cuando observamos la puerilidad de algunos partidos y políticos de este país, no se puede dejar de sentir bochorno y vergüenza de sus despreciables y miserables comportamientos de deslealtad contra el Gobierno de la nación. Y, no es una cuestión menor, producto de un mal momento y unas palabras desafortunadas pronunciadas desde la frivolidad acostumbrada de un mitin, o una reunión de militantes afines; sino es una cuestión atávica de sinrazón, que va incluso más allá de lo personal y permanece dormido esperando el momento adecuado para saltar a la garganta del que se cree su enemigo.
Y, bien decimos que no es una cuestión de ideología o de preferencia política por este o aquel partido; porque podemos preferir ésta o aquella determinada ideología, pero la valía y el reconocimiento a una determinada persona por algún comportamiento ejemplar, debe de premiar y estar al margen de cualquier opción partidista.
Sin embargo, algunos de los políticos que ocupan los asientos del Parlamento, alcanzan sus erráticos comportamientos tal grado de necedad y de insustancialidad, que llega un punto que no dejamos de preguntarnos: ¿en manos de quiénes estamos? Y, a mayor abundancia, llega la estulticia a tal grado, que pululan por los asientos del hemiciclo políticos que reniegan y proclaman que es una traición para la nación española, que se reúnan y hablen de la consabida problemática catalana, los respectivos presidentes del Gobierno de España y de Catalunya.
De tal forma, diera la impresión que, en un país democrático como el nuestro, el reunirse y tender puentes entre políticos antagónicos es considerado por la derecha española un acto de traición; pareciera, entonces, que no sólo no estamos en un país democrático, sino que tal vez, hayamos retrocedido hacia posturas neofascistas que imperaban en España con la dictadura de Franco.
La cuestión catalana es una problemática larga, que hunde sus raíces en el medievo, donde tenía un componente nacionalista e independentista de lograr su autonomía de la «Marca Hispana» del imperio de Carlomagno, que se logró de hecho con Wifredo el Velloso**; que continuó con la guerra de Secesión con Felipe V y Rafael Casanova en la defensa de Barcelona, y prosigue con la proclamación de la República Catalana de Lluís Companys. Por tanto, no es una cuestión de traiciones, ni de dirimir estas cuestiones políticas en el ámbito de la justicia, porque las cuestiones políticas sólo se resolverán con medidas políticas a través del diálogo y la palabra.
Querer solventar la cuestión catalana ejecutando el artículo 155 de la Constitución, es un craso error de consecuencias imprevisibles; porque se puede intervenir la Generalitat con las fuerzas de seguridad del Estado e incluso con el ejército; pero, ¿acaso se puede intervenir al pueblo, cuando ese mismo pueblo no lo comparte? ¿Se puede hacer acallar la voz de un pueblo indefinidamente cuando ese pueblo persiste en dejarse oír?
No; no nos parece -a nuestro modo de ver- que la utilización del 155 en estos menesteres, donde los nacionalismos están tan a flor de piel y bullen de manera desmesurada en el alma de los pueblos, sea el conjuro adecuado para desatar el nudo gordiano de tan difícil y compleja situación. Porque la situación no se puede solucionar a través de la fuerza y la irracionalidad; sino utilizando la paciencia, la cabeza y, sobre todo, intentando comprender los sentimientos largamente guardados en la memoria colectivas de los pueblos-naciones como el catalán.
En España no hay nada nuevo bajo el sol y, en un juego interminable y cansino, la historia vuelve a repetirse con la misma regularidad y secuencia que el péndulo del viejo reloj de pared que heredamos de nuestros abuelos. Y, volvemos a los gobiernos de la República, y a su agitada etapa, donde el poder económico, la Iglesia y la continua conjura militar, no permitieron su desarrollo ni su estabilidad, hasta que un golpe de Estado la derribó instalando una dictadura que duraría cuarenta años.
No hay nada nuevo bajo el sol, porque ahora, se dan parecidas circunstancias a las que antaño ocurrieron en nuestro país, a saber: los progresistas e independentistas formando un grupo, y los conservadores vociferando en cada esquina contra el Gobierno de la nación. Parece sorprendente y fruto de la casualidad que después de más de ochenta años vuelvan a darse en nuestra sociedad, circunstancias parecidas de fanatismo y ofuscación a las que se dieron en los años treinta en el siglo pasado. Ya comentó esta situación adelantándose a su tiempo Ortega y Gasset, con la publicación de la «España Invertebrada», donde narra perfectamente la situación política de enfrentamiento por la que pasaba el país, y que a la postre desencadenaría el golpe militar del general Franco del 36 y los militares sublevados contra el orden constitucional.
El nuevo conservadurismo del PP y de Ciudadanos que ahora se les ha añadido el exacerbado extremismo de Vox, son prisioneros de su falsa retórica y de su falta de dialogo, buscando en su irrealidad una sola visión de España, que se halla fuera de lugar de la democracia de las autonomías y del contexto europeo. Nada puede cambiar el curso de la historia, y a pesar de dar vueltas y vueltas en la misma noria, en algún momento se romperá este círculo infernal, para dar paso a una nación que abandona por fin el lastre de su pasado más aciago, que sólo nos produce náusea y vergüenza.
¿Acaso los conservadores de este país no leen la historia; acaso no saben que los procesos independentistas no pueden solucionarse sometiéndolos mediante la represión y la fuerza? ¿Acaso no saben y la historia lo demuestra a poco que se columbren sus páginas, que todo proceso independentista tarde más o tarde menos, acaba en la independencia del territorio en conflicto? ¿Acaso no acabaron rompiendo con la metrópoli todas las colonias de América y África? ¿Acaso no rompieron el orden constitucional establecido, y se les tildaron de traidores a la corona a las repúblicas hispanas de América? ¿Acaso, acaso no quieren entender y no entienden ofuscados y empeñados en un fanatismo feroz y a la vez pueril?
Lo que piden Pablo Casado y Albert Rivera es a todas luces una ignominia, y va de frente contra la cultura democrática que, con tanta dificultad, se ha ido recuperando de la noche obscura del fascismo para volver a ese maléfico pasado. Pues lo que desean Casado y Rivera es nada menos que a través del 155, se destituya al Gobierno de la Generalitat y se paralice l`Estatut d`Autonomía de Catalunya. Y, ¿se piensan estos políticos de pacotilla que con esta acción se solventaría el problema de Catalunya, y que los dos millones que han votado a los partidos independentistas iban a asumir sus voluntades sin que se provocase una reacción imprevisible?
No se puede apagar un fuego echándole más leña, porque el fuego lejos de apagarse se incrementara en proporciones agigantadas; de las misma manera, la solución propuesta por los líderes conservadores, no sólo no calmarían la situación presente; sino que la elevarían a posiciones fueran de control de consecuencias tan nefastas, que podrían considerarse en el peor de los casos como irreversibles. Ni actuando de forma mayoritaria las fuerzas de orden público y acaso también el ejército -con el trauma y el coste que tendría para nuestra joven democracia-, se solucionaría la crisis catalana; que a nuestro modo de ver, la empeoraría de forma manifiesta y, tal vez, haría inviable una posible solución negociada del problema, que, aunque no satisfarán del todo a las partes, si pudiera encontrarse una solución pactada para los próximos años.
Desde luego se necesitan políticos a la altura de las circunstancias, que tengan las mentes serenas y no se dejen contagiar por aquellos insensatos al paño, que su único afán es la conflictividad; porque piensan que: a río revuelto ganancia de pescadores, y a modo de mantra -con la intención espuria de lavar la mente-, repiten hasta la saciedad en sus citas electorales: «España es lo único importante», cuando en realidad lo único importante para ellos, son sus propios intereses personales, que esconden y ocultan haciendo un llamamiento a un caduco patriotismo, y envolviéndose en una bandera y en un país llamado España, que nos pertenece y es patrimonio de todos los españoles, y que, como pretenciosos facinerosos, pretenden robarnos...
Y, cada día, a cada hora, van por las esquinas los salvapatrias y los bergantes de siempre, voceando que el gobierno «huye hacia adelante»; sin embargo, los que huyen hacia atrás, hacia el pretérito fascista de la dictadura del general Franco, son ellos, que con una grave miopía y una errática lectura de la historia, confunden los valores de nuestra patria, con una cortijada de anchos cultivos de secano puestos a producir para ganancias de hacendados.
Sí; dejen ya de ser esa mala gente que nombra el poeta de Campos de Castilla y de sembrar el miedo entre la ciudadanía; porque hemos de tener en cuenta, que siempre hay tiempo para ser desleales pregonando mentiras y embustes malintencionados por los lugares donde caminan, para asustar hasta a los leones del Congreso con el consabido «España se rompe». Y, aferrados a la verdad que alcanza a cada ciudadano de nuestro país, debemos de decir alto y claro, y decimos: «Que la España del pensamiento único no existe, porque lo que verdaderamente existe es la España plural, nación de naciones y de ciudadanos libres, donde sólo la fuerza de la palabra sea la que agite nuestros pensamientos y nuestros corazones...».
(*) Felonía: Deslealtad, traición, acción fea. Felón: Que comete felonía.
(**) Con el progresivo fin de la dominación musulmana en el siglo IX, los condados se fueron desvinculando gradualmente de la tutela francesa y consiguieron una autonomía cada vez más amplia. Un punto de inflexión importante se produjo con Wifredo el Velloso, quien, como gobernante de cinco de los más grandes condados, reestructura el territorio y lo hace crecer con la repoblación de tierras. Aprovechando la crisis de la monarquía carolingia, a partir de Wifredo, los condes dejan de ser nombrados por el rey francés y pasan a un régimen sucesorio, siendo su nombramiento refrendado por el rey francés.
Dado que nadie respondió a la demanda de auxilio del conde Borrell II frente a los ataques de los musulmanes, no es de extrañar que cuando en 987 el rey Hugo I Capeto exigió renovar los vínculos políticos con la corona franca la respuesta fuera un mutismo total, de tal manera que ese fue el último contacto exigiendo la subordinación de los condes de la Marca Hispánica a los monarcas francos. Borrell II negó la obediencia a Hugo I Capeto, rey de Francia, lo que fue seguido por los demás condes de la Marca Hispánica, consiguiéndose así la independencia de los condados catalanes de los francos. Era la independencia de facto de la dinastía condal de Barcelona, no reconocida jurídicamente hasta la firma del Tratado de Corbeil siglos después, ya en 1258. (Fuentes: Wikipedia).
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