Opinión

Felones y traidores III

A veces, cuando observamos la puerilidad de algunos partidos y políticos de este país, no se puede dejar de sentir bochorno y vergüenza de sus despreciables y miserables comportamientos de deslealtad contra el Gobierno de la nación. Y, no es una cuestión de arrimar el ascua a la sardina tal como dice el refrán; sino es una cuestión atávica de sinrazón, que va incluso más allá de lo personal y permanece dormido esperando el momento adecuado para saltar a la garganta del que se cree su enemigo.

Esta España nuestra tan querida es inagotable en sus formas tan peculiares de hacernos ver los enredos tan curiosos que llevan a cabo sus políticos. Sólo hay que fijarnos en la actitud tan rocambolesca que ha tomado el partido Popular, a raíz del descalabro del 28 de abril del presente en las Elecciones Generales; pues resulta que responsabiliza al Gobierno anterior de Rajoy y al partido de la ultraderecha los peores resultados del partido desde su fundación.

Ver para creer, porque después de laminar a todos los políticos afines a Rajoy, y ofrecer ministerios al grupo posicionado en su ideología de extremo nacionalismo y de nuevo cuño en el próximo Parlamento; ahora les hace responsable del derrumbe de sus propuestas en el electorado que, sabiamente les dio la espalda de manera mayoritaria, tanto, que sólo sacó 66 diputados y la desaparición de Euskadi y Catalunya.

En estas cuestiones donde se dirimen la credibilidad de las propuestas de los partidos políticos, no caben medias tintas; y si los argumentos que se ofrecen son rechazados ampliamente por los electores -como es el caso-, no cabe otra postura que dimitir de forma inmediata. Se podrá argumentar ésta o aquella cuestión para tratar de minimizar el resultado y eludir la responsabilidad adquirida con los votantes; sin embargo, no hay nada más patético que columbrar a un dirigente tratar de encontrar excusas de sus malos resultados electorales, cuando todos sabemos –incluso sus partidarios- que está mintiendo de manera vergonzante, y que sólo trata de escapar en una huida hacia adelante, donde a poco caerá de bruces con todo el equipo a sus espaldas...

El presidente del PP -el inestable y cambiante, Casado*-, sabe que tiene que dimitir, y lo sabe también su partido. Y ahora no vale decir -como si no pasara nada- que se han equivocado en su estrategia política; porque día y noche han estado insultando y difamando a sus contrincantes políticos, como si tuvieran patente de corso para hacernos creer todo aquello que pensaban en sus mentes calenturientas, exagerando la realidad hasta límites insoportables donde todo eran traiciones y venta al por mayor de España...

¿Quiénes son ahora los traidores y los vende-patrias, que se sujetan al sillón como si en ello les fuera la vida? No; no basta con decir nos hemos equivocado; sino que asumir la equivocación supone la dimisión inmediata, punto, así de claro y contundente. Porque han errado en lo que demandaba la sociedad y no han sabido leer el rumbo con que el viento inflaba sus velas.

En política no basta con confesar el error cometido, porque no sólo hay en juego cuestiones personales en las que una vez asumido el error puedes intentar solucionarlo cambiando la actitud; sino que la responsabilidad va unida a miles de ciudadanos a las que van dirigidos los programas de la convocatoria electoral, en los que se apunta las formas y maneras de la política a seguir en los próximos cuatro años de legislatura.

Y, no cabe ni es ético arrojarse del tren en marcha cuando los resultados electorales no son los deseados; y cambiar de tren y de aquello que habías -mitin a mitin- ido pregonando por todas las esquinas del país; y, repartiendo ministerios con sus entonces compañeros de viaje, instalados en la extrema derecha más rancia. No; no nos convence esa manera pueril y caprichosa -llena de devaneos retóricos y de insultos al contrario-, donde se sustituye un verdadero programa de actuaciones y directrices políticas que conduzcan al país a unas mejoras económicas y sociales, por un monotema tan claramente patriotero que nos lleva al hartazgo de tanto repetirse, y basado sólo en las banderas monárquicas adornando los balcones y en la unidad de España. Al parecer quien no adorne su balcón con la bandera bicolor, ni es patriota, ni ama España, ni tiene derecho a sentirse español por los cuatro costados...

En mi opinión, aun no compartiendo el ideario programático del ámbito de las derechas, consideramos que un partido conservador serio, leal y adaptado a la modernidad, no sólo es necesario; sino también imprescindible para la gobernabilidad de nuestro país. Un partido Popular templado y sensato, tal como lo dirigió durante años, Mariano Rajoy, que se sostuvo en el poder, defendiendo y aplicando sus restrictivos postulados tanto en lo económico como en el ámbito social; y, que a grandes rasgos, fue traducible y lo mantuvo en los parámetros de los partidos conservadores de la Unión europea. Aunque, no podemos negar, que no supo o no pudo con la corrupción que hizo saltar por los aires al partido que fundara Fraga.

Podemos no estar de acuerdo en esta o aquella política empleada; sin embargo, el talante del Gobierno de Rajoy siempre fue respetuoso, lejos de estridencias y sobre actuaciones patrióticas de cara a la galería. Bien es cierto que aplicó el artículo 155 de la Constitución, anulando el Gobierno de la Generalitat, que en nuestra opinión fue un craso error, puesto que no ha servido para nada, salvo para alargar un problema que no se soluciona mandando a las Fuerzas de Orden público y Seguridad del Estado; sino con el dialogo necesario con los independentistas catalanes, y alcanzar un acuerdo, donde todos dejen en el camino algunos de su postulados.

Porque nada hay irrenunciable, que pueda impedir ese acuerdo de Estado que apacigüe durante un tiempo los graves enfrentamientos, y se tienda puentes, que aunque no resuelva el fondo de la cuestión, si dé un tiempo largo de reflexión para que se aborde el tema del referéndum de independencia**, con otros criterios más sosegados y en otro ámbito donde no haya tanta crispación; y, donde se puedan discutir algunas fórmulas políticas donde Cataluña, aún reconociéndose una «Nación» con mayúsculas, continúe formando parte del país en materia económica y en aquellas otras pertinentes que permitan continuar la imbricación que ahora tiene Catalunya en España.

Este país, definitivamente, debe de dejar en las páginas de la historia lo que se ha llamado por el régimen anterior «el alzamiento nacional» y la dictadura franquista que gobernó España durante cuarenta años. Y, dejar claro, que en ningún caso fue justificable el golpe de Estado dado por los militares africanistas, contra una República mayoritariamente votada por el pueblo de la que emanaba su legitimidad.

Sí bien la República pudo cometer errores, y las calles y la sociedad se hallaba convulsas, e incluso se quemaron conventos e iglesias -que es lo que siempre saca a relucir la derecha en cualquier ámbito de discusión- e incluso se palpaba el mismo pulso independentistas que ahora en Catalunya; no es de recibo ni atiende a cualquier razonamiento sensato y razonable, que la solución la buscaran los militares sediciosos alzándose contra el orden constitucional de la República.

Han pasado 84 años de aquel alzamiento propiciado por los grandes terratenientes, hacendados, bancos y el poder económico de la nación, que como bien sabemos costeó el viaje del Dragón Rapide que trajo a Franco desde Las Canarias al aeródromo de Tetuán, además de la curia alta de la Iglesia. Y continúan las mismas contradicciones y la misma problemática que en su día anunciara Ortega y Gasset*** en su premonitorio libro La España invertebrada, que su primera edición data de 1922 -14 años antes de estallar la guerra civil- como si el tiempo se hubiese detenido; y, ahora, surgiera el mismo malestar y controversias, que parecían olvidadas bajo el polvo del pretérito.

Sin embargo, todo aquello que se quiere cerrar con prisas y a obscuras para que no haya testigos, mal que no pese, vuelve a rebrotar si cabe, aún con más fuerza, como podemos columbrar en cada esquina de nuestro país; con la única diferencia que el régimen democrático con que nos dotamos a partir de 1978, nos da la capacidad de emplear la palabra como la única fórmula de dialogo, capaz de dirimir las diferencias entre las distintas nacionalidades que conforman la organización territorial del Estado.

Nada hay tan esperpéntico y fuera de los buenos usos democráticos, que ver como los populares de Casado, viran en redondo y en la desesperación de caer en otro descalabro electoral, se desdicen de la política dislocada y fuera de la realidad de abrazar marchitas ideologías de advenedizos compañeros de viaje instalados en la ultra derecha. Los ciudadanos de este país no necesitan salvadores de la patria -ya hemos tenidos bastantes iluminados-; que un día apuntan una cosa, y al otro dicen lo contrario al resultado de lo que han votado los ciudadanos. Y los que ayer eran sus admirados y fraternales camaradas de andadura, que repartían sus futuros ministerios, como quien reparte rosquillas y dulces, hoy no sólo le retiran el saludo; sino que los culpabilizan de su pobre y mal resultado en las urnas. A tal punto alcanza tal desvergüenza, que con toda razón sus antiguos compañeros de viaje, les denominan, acertando en su graciosa definición: «La veleta azul..» Veleta por lo cambiante y provisionalidad de sus criterios; y azul, por los espacios donde se supone que aún revolotea la gaviota...

Esperemos que sea el diálogo y la palabra las armas que tengan que abrirse paso para encontrar una solución territorial, que aunque no convenzan del todo a las partes litigantes, entre las diferente posturas centralistas del Estado y las autonomías periféricas; en cambio, se postule la razón y el sentido común, en contraposición de la fanática insistencia de los políticos y partidos conservadores en la aplicación del 155, y el envío de las fuerzas de seguridad y orden público del Estado -incluso al ejercito-, para resolver mediante el empleo y la coacción de la fuerza, una cuestión que sólo se resolverá con el tiempo, y con una especial dedicación, y un continuo diálogo de las partes. Todo lo demás es estar fuera de los modos democráticos y del devenir de la historia...

(*) Es sabido que Casado tiene la reconocida capacidad de ser superdotado, pues es el único caso de aprobar la mitad de la carrera de derecho en una sala convocatoria.

(**) En las últimas décadas se han producido referéndum de independencia en Canadá, Checoslovaquia y Reino Unido, por Quebec, Eslovaquia y Escocia, donde en dos la convocatoria ha salido favorable por continuar unidos: Canadá y Reino Unido; y, en Checoslovaquia, por la separación.

(***) José Ortega y Gasset, ocupó un lugar de privilegio en la historia del pensamiento español de las décadas centrales del siglo XX. Maestro de varias promociones de jóvenes intelectuales, no sólo fue un brillante divulgador de ideas, sino que elaboró un discurso filosófico de notable originalidad.

Gran parte de su actividad se canalizó a través del periodismo, un mundo que conocía por motivos familiares y se adecuaba perfectamente a la esencia de sus tesis y a sus propósitos de animar la vida cultural del país. Además de colaborar en una extensa nómina de publicaciones, fundó el diario El Sol (1917), la revista España (1915) y la Revista de Occidente (1923).

José Ortega y Gasset, en sus artículos y ensayos trató temas muy variados y siempre incardinados en la actualidad de su época, tanto de filosofía y política como de arte y literatura. Su obra no constituye una doctrina sistematizada sino un programa abierto del que son buena muestra los ocho volúmenes de El espectador (1916-1935), donde vertió agudos comentarios sobre los asuntos más heterogéneos.

No obstante, como denominador común de su pensamiento puede señalarse el perspectivismo, según el cual las distintas concepciones del mundo dependen del punto de vista y las circunstancias de los individuos, y el concepto de razón vital, intento de superación de la dicotomía entre razón pura y razón práctica de idealistas y racionalistas. Para Ortega, la verdad surge de la yuxtaposición de visiones parciales, en la que es fundamental el constante diálogo entre el hombre y la vida que se manifiesta a su alrededor, especialmente en el universo de las artes.

El núcleo del ideario ortegiano se encuentra en obras como la España invertebrada (1921), El tema de nuestro tiempo (1923, La rebelión de las masas (19309, Ideas y creencias (1949), Historia como sistema (1940), y ¿Qué es filosofía? (1958). Las cuestiones de estética y crítica literaria fueron objeto de sus reflexiones en Meditaciones del Quijote (1914). Ideas sobre la novela (1925). La deshumanización del arte (1925), Goethe desde dentro (1932), Papeles sobre Velázquez y Goya (1950) e Idea del Teatro (1958). Permanentemente cercano a la realidad inmediata, abordo los asuntos políticos en Vieja y nueva política (1914), la decadencia nacional (1930), Misión de la universidad (1930) o Rectificación de la República (1931). Su estilo, más cerca de la prosa literaria que del discurso filosófico, posee una brillantez expositiva en la que reside una de las claves del éxito y difusión de sus libros

La mención a José Ortega y Gasset, se ha extraído de la Web: “Biografías y Vidas”.

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