Opinión

Fariseos y escribas increpan a Jesús

Le pregunté a Myriam si ella conocía algo más sobre María Magdalena, y comprobé que todo lo que sabía era erróneo, sólo servía para confundir a la gente y crear el engaño. No me gustó  lo que se decía de ella, y no lo voy a repetir, no es nunca conveniente la confusión. Le comenté que íbamos a repasar lo que dicen de ella los Evangelios, a los que nos referiremos para tener noticias de María. El sobrenombre Magdalena nos indica el lugar de su procedencia: Magdala.  Ella era hermana de Lázaro y Marta, que vivían en Betania, cerquita de Jerusalem, muy amigos de Jesús, gente muy considerada y conocida por todo Israel debido a su inmensa fortuna. También María Valtorta nos irá dando  amplia visión del antes y el después de María, por lo que el conocimiento será fidedigno. Tanto san Juan como san Lucas nos hablan mucho de ella.
Cuando muere Jesús, los cuatro Evangelistas mencionan a María , y sobre todo Lucas, hace referencia a tres mujeres que siguen a los Doce: María Magdalena, Juana de Cusa y Susana. Lucas presenta a María como la mujer de la que habían salido siete demonios, lo que suponía la liberación del pecado o de una mala vida, la mujer que había sido curada de malos espíritus y enfermedades. Luego será una de las mujeres que lo acompañan  desde Galilea. Más tarde, vio con las demás el Sepulcro de Jesús, y cómo había sido colocado Su Cuerpo. Se marcharon para respetar el Sabbat, descansaron según el Precepto, pasaron el Sabbat y prepararon aromas y mirra. (Lc.23,54-56). Terminado el precepto, regresan al Sepulcro: María Magdalena, Juana y María de Santiago llevaban los aromas (Lc.24,10). La piedra del Sepulcro estaba abierta y no se encontraba el Cuerpo del Señor. Vieron dos hombres con trajes refulgentes”… San Marcos cita la aparición de Jesús a Magdalena: “Jesús resucitó el primer día de la semana, y se apareció primero a María, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos…”
Y Juan nos cuenta: “Estaba María junto al Sepulcro, fuera, llorando… Vio dos ángeles de blanco sentados donde había estado el Cuerpo de Jesús…Se volvió María y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús…”Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?... “Señor, si te lo has llevado dime dónde lo has puesto, para que yo me lo lleve”. Jesús le dijo: “María”. Ella se volvió y Le dijo en hebreo: “Rabbuní”, que significa “Maestro”…
San Gregorio Magno identifica a la mujer que derramó el perfume en casa de Simón el fariseo con María Magdalena: “una mujer que había en la Ciudad, una pecadora, Le ungió los pies con el perfume que llevaba en un frasco de alabastro”. En Lc.10,18-19, “María, que sentada junto a los pies del Señor escuchaba Su palabra”. En S. Marcos leemos que en casa de Simón el leproso.  (Recordemos que era Simón Zelote, riquísimo, vecino y muy amigo de Lázaro, que el Señor lo sanó milagrosamente, y a partir de entonces, lo deja todo y sigue al Maestro, siendo uno de los Doce). Pues bien, una mujer derrama sobre la cabeza de Jesús un caro perfume de nardos”. San Juan cita una cena en casa de Lázaro, muy enfermo: “María era la que ungió al Señor con perfumes,(Juan 11), y enjugó Sus pies con su larga cabellera”… Myriam y yo, en cuanto a la Verdad Histórica, estamos completamente de acuerdo… Como Jesús invita a los Pastores que cuenten lo que recuerden de la noche del Nacimiento en Belén, Elías comienza su relato:”Ya había terminado de recoger mis ovejas, cuando vi pasar por allí a una joven encinta con Su esposo. Ella sonreía. Iba sobre un asno y parecía absorta en Sus pensamientos. El hombre me pidió algo de leche y me preguntó si sabía de algún lugar para dormir aquella noche, pero yo no conocía más que las cuevas donde se cobijaba el ganado. Cuando se hizo de noche, Leví y yo vimos una gran luz fuera de nuestro cobijo, y salimos.
Un ángel parecía estar esperando a la salida. Nos dijo: “Ha nacido el Salvador”, y nos quedamos mudos de asombro, Del Cielo cargado de estrellas venían miríadas de ángeles, ¡era algo increíble!”. Los Pastores que escuchan el relato, se ponen a llorar recordando aquellos momentos que tanta felicidad les causaron. “Luego el ángel nos pidió: “Id a adorarlo. Está en un establo sobre un pesebre entre animales. Encontraréis a un Niño liado en pañales”. Y al decirnos esto, el ángel resplandecía inundado de Luz. Cuando pronunció el nombre del Salvador, se inclinó en adoración y las alas despedían llamas. Dijo: “es el Mesías del Señor”. Y Leví continúa diciendo que los miles de ángeles allí reunidos, cantaban:” ¡Gloria a Dios en los más altos Cielos, y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad!”  Es una música que aún resuena en mi mente y me traslada directamente al Cielo”, Y Leví tiene que dejar de hablar porque el llanto le invade el rostro.
El relato lo continúa Isaac: “Entonces obedecimos al ángel. Teníamos una alegría inhumana. Íbamos cargados de regalos, como leche, queso, requesón, miel, huevos, y una ovejita. La comida que nosotros siempre llevamos en nuestros desplazamientos. Al llegar oímos la vocecita del Niño, que hacía gorgoritos invitándonos a entrar en aquella oquedad. Y Su Mamá diciéndole bellas palabritas de amor, para que el Bebé estuviese feliz. Teníamos todos una gran emoción. José oraba extasiado y al vernos dijo que entrásemos a la gruta. ¡Oh, Jesús mío!, eras como un ovillo pequeño de lana mullida, y Tu Cuerpecito olía a almendras y a jazmín. ¡Y ya no pudimos olvidarte jamás¡”
Jesús apunta contento que es así, que ya nunca abandonaron a Su Mesías. Jonatás continúa: “Tu mirada, Tu voz y Tu sonrisa, se nos grabaron en nuestros corazones para siempre”. Los Pastores no dejaron a la Familia Santa en ningún momento, hasta que ellos se fueron huyendo a Egipto. El Pastor recuerda a Jesús cuando vinieron los Sabios en ricas caravanas, ya que entonces todo Belén se volvió una fiesta. “Luego vino el horror”…Y Elías muda su rostro a un color amarillo pálido al visualizar en su interior la tragedia de la Degollación de los Inocentes. (Lo encontramos sólo en Mateo 2,16-18, que dice: Entonces Herodes al ver que había sido burlado por los Magos, se enfureció terriblemente, y mandó matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, menores de dos años, según el tiempo que había sido precisado por los Magos. Entonces se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento; es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen.). Jesús le pide no recordar aquello. “Ni siquiera Zacarías nos pudo dar noticias Tuyas”. Jesús explica a todos que debía  mantenerse en el silencio total, para evitar riesgos y peligros.
“Cuando volvimos de Egipto no pasamos por Hebrón, donde vivía Zacarías, ni por Belén, pues todavía se conservaba el odio muy reciente, sino que fuimos por la costa hacia Galilea. Dios proveía todo, ya que el Mesías Niño debía cubierto por el Misterio. Ni siquiera cuando a los doce años viajamos hasta Jerusalem, para la Ceremonia, (el barmisba), nos vimos con Juan ni Zacarías. Mi padre y Mi Madre, que eran custodios del Mesías, sufrieron mucho cuando creyeron haberme perdido. “Tu padre y Yo estábamos angustiados y Te buscábamos”, Me dijo Mamá al encontrarme. Pero Mi respuesta les tranquilizó:” ¿no sabíais que debo ocuparme de las cosas de Mi Padre?”, y comprendieron enseguida. Por eso vosotros no tengáis miedo. Yo soy perfecto, pues soy el Hijo del Padre. He servido al Padre y Me conservo como el Salvador. Pero hace un año que el tiempo ha llegado. Y ahora se levanta el velo. Soy el Mesías esperado, el Salvador, el Redentor y el Rey del tiempo que viene”.
Los Pastores quieren saber si vio luego a Juan y a su padre, pues Zacarías los había salvado cuando llegó el derramamiento de Sangre Inocente, y Jesús les aclara que vio a Juan en el Jordán, cuando fue a bautizarse. “Zacarías se purificó con todas las Gracias que el Cielo concede a los humildes. En especial, le concedió el silencio”: Simón Pedro está preocupado, porque no quiere olvidar nada de lo que está conociendo, y el Maestro lo tranquiliza. Le dice que se lo repetirá cuantas veces sea necesario: “¡Oh, Señor mío! Yo quiero morir pronunciando Tu Nombre Santo”. Jesús asiente con una ternura especial hacia este discípulo tan entregado a Él. Se levanta y lo besa en la cabeza.
Pedro se sorprende de esta acción tan profunda y pregunta al Señor por qué es tan afable con él. “Porque has profetizado. En efecto, morirás pronunciando Mi nombre y Yo Te estaré esperando con los brazos abiertos, he besado tu espíritu que hablaba por ti.
El Rabbí en pie, entona un Salmo que todos siguen, pues es el Salmo  que cantan los levitas en la fiesta de la Consagración del Pueblo (Esdras 9, II libro). “Levantaos y bendecid al Señor vuestro Dios, de eternidad en eternidad. Sea bendito Su nombre sublime y glorioso con toda clase de bendiciones y alabanzas…”. Cuando terminan es ya hora de recogerse y se machan a sus casas. Luego, y según recomendación de Lázaro, se van de nuevo para Aguas Claras. Aún llueve cuando llegan y no se ve a nadie por los alrededores. El Maestro dice a Iscariote que vaya al pueblo al pueblo a comprar comida. Andrés se acerca y Le susurra que le han  comunicado en el pueblo sobre la mujer que esperaba el regreso de ellos. Ha huido, porque le pegaron, y se fue malherida. “Yo quería ayudarla, como se salva a una hermana, Señor”. El Rabbí le dice que no se preocupe, que ella se salvará. Ambos van caminando tranquilos.
Andrés se siente ahora en paz y confortado por las palabras del Maestro. ¡Es tanta la satisfacción que el Maestro siente por Andrés, al ser tan sencillo! Le dice que Sus Apóstoles futuros serán como él, y salvarán a muchas almas. “¡Bienaventurado será el sacerdote que no se desanima ante las incertidumbres y adversidades!”, exclama el Señor. Y pregunta al discípulo por lo sucedido mientras ellos han estado en Betania. “Al poco de marcharnos, llegaron los fariseos.
Preguntaron de buenas maneras en el poblado, pero nadie se fiaba de ellos. Estuvieron varios días alojados en la fonda, aunque sin querer mezclarse con los extranjeros, para no profanarse. Un día vieron a la pobre mujer y la apalearon, por eso huyó, según me han dicho. Tú, Señor, sabes que sólo quiero ayudarla”. Jesús lo tranquiliza con unas palabras y una sonrisa azul, que conquista el corazón de Andrés. El Maestro abraza al amigo: “No ha muerto y no se ha perdido. Tú ayúdala con tus oraciones, Andrés”. El discípulo no sabe qué decir de la emoción:” ¡Oh, Señor mío!”, exclama. Jesús considera que deben ir al poblado a dar a todos las gracias por haberla protegido. Se unen a los demás discípulos que esperaban apartados. Viene Judas a galope tendido y avisa al Rabbí que no se acerque a la casa, pues acechan algunos fariseos y escribas del Templo, que son muy peligrosos. El mismo Judas se había enfrentado a ellos por sus calumnias y blasfemias:” ¡Son como hienas al acecho! Son peores que los de Sodoma. (Hagamos un alto para contar que pasó en Sodoma, ciudad a orillas del Mar Muerto. Abraham despidió a los ángeles que le anunciaron la llegada al mundo de su hijo Jacob. Oyó la voz del Señor:”Las iniquidades de Sodoma han llegado a su colmo y voy a destruir esta ciudad. Abraham se compadeció y dijo al Señor que si había cincuenta justos, ¿perecerían los demás?.
El Señor le dijo que perdonaría a la ciudad. Fue bajando la propuesta a cuarenta, treinta, veinte o diez. Por desgracia no había ni siquiera diez. Lot, su sobrino era hombre justo que vivía allí. Dos ángeles fueron a avisarle que abandonase la ciudad con su familia. Cayó una lluvia de fuego y azufre. Los ángeles dijeron que ninguno volviera la cabeza, pero la mujer lo hizo y quedó convertida en estatua de sal…).
Pedro felicita a Judas por su actuación y le dice que debía haber arremetido contra ellos con más fuerza. Judas le recuerda que el Maestro condena la violencia, por eso se contuvo. “Pero un escriba me arrojó contra un muro y me costó recuperar las fuerzas”. Pedro lo pondera y lo anima por su comportamiento. Jesús no está de acuerdo con lo que están hablando, ya que Sus discípulos no pueden actuar como aquellos que se encuentran en el error. “No os quiero vengativos, ni violentos, ni murmuradores. Vosotros estáis en la Luz. Me duele que penséis así. El Mesías no huye, no soy un cobarde. Hablaré con ellos, que son también hijos de Abraham. No puedo descuidarlos, tengo que atraerlos a Mi”. Y se encamina hacia la casa. Todos detrás siguen en silencio, avergonzados.
Van a la cocina a preparar la comida, pero Jesús está serio, pensativo. Enseguida ven llegar a los polemistas. El Rabbí se levanta y se dirige a ellos:”La paz sea con vosotros. ¿Queréis algo?” Su voz es imponente, con rigor. Ellos se sorprenden, aunque enseguida se reponen y arremeten contra Él. Le dicen que es un perturbador de conciencias. Un corruptor, y violador de la Ley.”Eres un poseído. En nombre de la Ley, ¡lárgate!” Jesús les pregunta por qué actúan así. “Haces milagros, arrojas a los demonios con ayuda de ellos. Eres un pecador que vas con las pecadoras!” Pedro se acalora e interviene: “¿es que esta casa es vuestra para que nos echéis?” Los otros le dicen que todo Israel está en manos de los santos y puros y que esa casa es de Lázaro. Iscariote se ríe de ellos considerándolos unos desvergonzados, y los amenaza. Jesús pide silencio a Judas y ordena a Pedro que entre en casa. “Oíd todos, os pido no combatir contra el Verbo de Dios. No os odio. Venid a Mí. Tened mentalidad de santos para conseguir el Cielo. Vengo a salvaros y os amo. Sed almas puras. ¿Os pido de rodillas que recapacitéis?”. Ellos no comprenden y se enfadan aún más. Jesús entonces decide irse y agacha la cabeza cuando ellos se marchan.
Todos se han dado cuenta de que llora, y lo consuelan mucho. “No lloro por Mí, son ellos que no comprenden. Iremos a Galilea mañana a primera hora”. Y esa misma tarde aprovecha Jesús para hacer una visita a la casa del encargado de la vivienda, que estuvo atento a los movimientos de la mujer del velo. El hombre quiso ayudarla, pero ella no quiso ocasionar molestias. “Me dio este brazalete de oro para limosnas. Tómalo Señor para los pobres” y Él lo entrega a Pedro. Jesús le exhorta a que sea siempre un israelita justo y sincero. Lo bendice y toda la familia se arrodilla y besa los pies del Rabbí. Siguen los conflictivos en el poblado. Jesús advierte a los Suyos con severidad que Él detesta la violencia.”¿Cuántas veces os he dicho que no quiero un reino temporal, sino Eterno? Aún no lo comprendéis, pero llegará un momento que sí”.
Pedro está afligido, pues no quiere que el Maestro se enfade por sus torpezas. Ya está zanjado el asunto. “Y ahora vamos a ver a sinagogo, que Me defendió ante ellos. Con él recibiré un gran consuelo”. Van por un bosquecillo con casas dispersas y con huertos. Se oye balar a las ovejas desde los pastizales vecinos. Llegan a una placita con un surtidor de agua y allí cerca está la casa. Abre la puerta una anciana llorosa, que al ver a Jesús se postra en el suelo para adorarlo, pero el Rabbí la levanta enseguida. “Vengo a bendeciros, a decir adiós y dar las gracias a tu hijo”. Él está en su habitación, desconsolado. “La paz sea contigo, Timoteo”. Está triste y confuso. “Señor, me dijeron que soy anatema, que he pecado. Soy un pobre sinagogo y ellos son los santos de Israel. El Sanedrín me maldice. Yo sólo servía a Dios con mucho amor. Soy joven, sólo tengo mi casita y vivo con mi madre, que es de Asra. Dicen ellos que soy cómplice, por eso no quiero mirar al Cielo, por vergüenza, Señor”. Jesús lo consuela: “tú no has pecado, Yo te lo digo. Puedes levantar tu mirada al Todopoderoso, sin miedo. Yo quiero tu mirada y tu corazón. En efecto, el Sanedrín vendrá contra ti. Ven Conmigo, ¿quieres ser Mi discípulo? Ven a Mi Viña, que eres un buen trabajador para el Patrón Eterno”. El joven quiere irse enseguida con Él.
“Esperarás a lo que diga el Sanedrín y te permita seguir tu camino. Búscame luego en Nazaret o Cafarnaum. La paz sea contigo y con tu mamá”. Les dice que visitará Asra, aunque sea una ciudad rebelde a la Ley, y la madre lo agradece mucho al Señor. “Eres bendita como Anna de Elcaná. (Parémonos para conocer a Elcaná, que tenía dos esposas, Anna y Peniná. Anna no tenía hijos y Peniná sí. La primera era la preferida, pero lloraba mucho y no comía en su tristeza.  Pidió mucho a Yahvé que Le concediera un hijo varón. “Lo entregaré al Señor por todos los días de su vida y la navaja no tocará su cabeza”. Su hijo fue Samuel, que significa” se lo he pedido a Yahvé”, hacia el 1080-1045). Cuando Jesús va ya por los caminos de Galilea, Sus discípulos quieren que Él les hable, mientras cruzan por los montes duros de Emaús…

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