Describen la planta del Hospital como un lugar sin vigilancia que evite las agresiones, sin enfermeros ni psicólogos que hagan actividades.
Los familiares de un ingresado en Psiquiatría del Hospital Universitario del Instituto Nacional de Gestión Sanitaria (Ingesa) expusieron ayer la situación en la que se encuentran los usuarios de este área. Su esposa e hijo solicitaron a la administración sanitaria que dote de más personal cualificado a la planta de esta especialidad tras las últimas agresiones a los empleados, e incluso, entre los propios pacientes.
En el capítulo de recursos humanos, su mujer lamenta que el clínico solo disponga de un médico–psiquiatra y que esas “carencias” impidan que tanto los hospitalizados como sus familiares cuenten con un psicólogo que organice terapia para ambos grupos. En el primer caso “sobran las razones”, pero en el segundo argumentó que los parientes pueden sufrir traumas a raíz de la enfermedad de un familiar.
Estos afectados que se definen “colaterales”, subrayaron la “ausencia” de actividades relativas a la salud mental como ejercicios de relajación o respiración. La esposa de un ingresado aludió a la unidad especializada del centro de salud de Otero donde, enumeró, disponen de dos psiquiatras, dos psicólogos y un quinto profesional que imparte terapia.
En contraposición, detalló la portavoz de este núcleo familiar perjudicado, esta planta en el Hospital Universitario solo cuenta con “el médico que pasa por las mañanas”; la cifra de enfermeros asignados a este servicio es “nulo” y acude a sus requerimientos “aquel que está disponible en otra zona”; y “solo hay un celador que, por su formación, tampoco saber tratarles ya que no están cualificados para tratar a enfermos mentales”. Tampoco existe un vigilante o auxiliar de seguridad destacado en la planta a pesar de la conflictividad de este área sanitaria.
Por otra parte, la familia dudó de que Ingesa ofrezca una sanidad gratuita cuando exige, en el momento del ingreso, que el paciente lleve consigo varios accesorios que no sufraga, al menos, a los usuarios de Psiquiatría. Se trata de champú; gel; desodorante; peine; cepillo de dientes; dentrífico; compresas higiénicas; espuma de afeitar o cuchillas. La mujer entendió que los parientes corran con los gastos de la bata (sin correa); las camisetas interiores libres de dibujos; la ropa interior; los calcetines; las zapatillas de estar por casa o el tabaco en caso de ser fumador, pero consideró que el resto debería ser aportado por Ingesa. “Además, todos los días tengo que llevarle a mi marido ropa interior porque se la roban”, denunció de forma pública.
En cuanto a las restricciones a la entrada de alimentos y bebidas, el círculo más cercano al hospitalizado comprendió que no pueda dárselas delante del resto de usuarios, “pero deberían permitir que podamos almacenarlo en su armario para que, cuando esté solo, pueda disfrutar de, por ejemplo, un dulce”, apuntó.
Los pulsadores o botones con los que se notifica la necesidad de ayuda están “inoperativos”, de modo que tienen que “gritar” para captar la atención del celador y, al caer la noche, nadie puede permanecer junto al familiar, añadió a su queja.
Pasar el día en una “sala vacía” fuera de la habitación
Otro de los “problemas” detectados en Psiquiatría consiste en la imposibilidad de que los ingresados accedan a sus habitaciones durante el día y están obligados a permanecer sin nada que hacer –“porque no hay terapia”– en una “sala vacía” que, describió, solo está equipada con una mesa, sillas, un televisor y sin otro tipo de entretenimiento. “Tampoco pueden caminar, solo tienen unos metros de pasillo donde dar vueltas”, señaló apenada.
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