Houssam de 11 años, Marian de 8 y Nour de 5 lloran todas las noches inconsolablemente porque no quieren vivir en la calle. Son los hijos de Fatma y Driss, dos marroquíes que cruzaron a Ceuta junto con los miles de migrantes que entraron en la ciudad a mediados de mayo. La pobreza en Marruecos los motivó a huir de su país para buscar mejores oportunidades, sobre todo para los niños.
Los pequeños pasan buena parte de sus noches diciéndole a su mamá que no quieren estar así, que tienen miedo y repiten una y otra vez: “Estamos en la calle, estamos en la calle”.
Le preguntan a su madre por qué ellos no pueden dormir en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI). Fatma lamenta que nadie “le ha hecho caso a su familia”, mientras pasa las noches en vela cerca del centro del Jaral, cuidando que a sus pequeños no los muerdan las ratas que abundan en el lugar.
“He venido desde Marruecos porque hay mucha pobreza, no teníamos derechos, ese ha sido el motivo. No tenemos nada. Por eso mismo tomamos a mis hijos y, mi marido y yo, los hemos traído hasta acá”, cuenta la mujer en declaraciones a FaroTV.
A diferencia de lo que ha ocurrido con otros migrantes marroquíes, Fatma asegura que a ellos nadie les dijo expresamente que debían venir a Ceuta; tomaron la decisión porque su situación en Marruecos no era la mejor. Su esposo, que trabajaba en una panadería, se quedó sin trabajo por la pandemia. El dueño del comercio decidió cerrar, Driss se quedó sin los 250 euros aproximados que ganaba al mes para mantener a su familia y fue acumulando deudas: un año de alquiler y servicios.
El esposo de Fatma ganaba unos 9 euros diarios, que apenas alcanzaban para vivir. Además se quejaban de los servicios de salud, porque según ellos “no teníamos derecho en el hospital, no teníamos derecho de nada”. Los niños estaban estudiando en escuelas del Estado.
“Cuando he visto que todo el mundo ha venido a Ceuta y no los paraban, cuando me he enterado de que todo el mundo se venía para acá, tomé a mis hijos y con mi marido vinimos rápido por la frontera”, recalca Fatma. Ese lunes 17 de mayo, cuando todo comenzó, cruzaron. Lo hicieron nadando y tardaron aproximadamente una hora en llegar desde Castillejos hasta Ceuta “porque había mucha gente”. Afortunadamente, durante el trayecto no les sucedió nada y todos llegaron bien.
Estando en Ceuta, Fatma, su esposo e hijos fueron a casa de un familiar de ella, esperando poderse quedar allí una temporada. Pero solo pudieron estar tres días, recuerda la mujer. Por esta situación sienten que su familia le ha fallado. La hermana de Fatma, su único familiar en Ceuta, le dijo que tenía que abandonar su vivienda porque 10 personas no podían estar en una misma casa. En medio del conflicto familiar, para empeorar la situación, Fatma, Driss, Houssam, Marian y Nour resultaron positivos en la prueba de la COVID-19 y estuvieron aislados por unos días. Ella y su esposo cuentan que estuvieron apoyados por la Cruz Roja y que luego permanecieron en un hostal. Sin embargo, una vez que sus resultados salieron negativos, afirman que volvieron a quedarse sin techo y cobijo.
Después del sacrificio de venirse nadando, no se sienten mejor. “En Marruecos pensábamos que no había nada y cuando llegamos aquí, nos ha pasado lo mismo, no hay médicos y dormimos en la calle”. Pero, aunque se sienten decepcionados, no quieren volver a Marruecos. Su plan es tratar de llegar a la Península, porque en Marruecos no se sienten importantes, “no nos dan importancia”.
“Nos pidieron un documento, luego nos pidieron los de todos para entrar en el CETI, pero tenemos que esperar hasta julio”, explican.
La madre, que quiere que sus hijos ingresen en el centro, al menos para que puedan bañarse y no dormir en la calle, mostró los documentos que han podido tramitar hasta la fecha: una solicitud de protección internacional, firmada y sellada por la Brigada Provincial de Extranjería y Fronteras de Ceuta, y un número de expediente de solicitud de asilo asignado, además de los resguardos de presentación de solicitud de protección internacional con los datos de cada uno. Su única esperanza es que les concedan el asilo humanitario en España.
La historia de Fatma y su familia también la había contado una vecina de Loma Colmenar, que los conoció brevemente mientras estuvieron en casa de su familiar.
Dijo que cuando fueron diagnosticados con coronavirus, “la familia pasó los primeros cuatro días de confinamiento en una ambulancia, luego de haber ido al Tarajal, donde les practicaron las pruebas”.
Ella aseguró que lograron plantearle la situación de esta familia a Acnur para conocer cuáles eran las alternativas que tenían y confirmó que en el CETI tienen el expediente familiar, pero que debido a la gran cantidad de personas en el lugar, no los pudieron recibir. “Ellos tienen niños pequeños, están sin comer, viviendo y durmiendo en la calle”.
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