La sanidad de Ceuta se mueve siempre sobre extremos y no precisamente para lo bueno.
Ingesa mantiene un nivel ajustado de
especialistas, decisión que se torna en sangrante en áreas tan sensibles como
la Oncología. Solo dos profesionales de esta especialidad trabajan
en el hospital. Esto lleva a que cuando uno no está el otro debe asumir la carga sin dejar espacio siquiera a posibles incidencias. Pero esas se producen y es entonces cuando hay que tirar de profesionalidad para subsanar los fallos de una administración que, en ocasiones, opta por órdenes dictatoriales para tapar su falta de organización. Así ha sucedido esta semana. La dirección médica del hospital ha obligado a uno de sus profesionales oncólogos a suspender sus vacaciones para incorporarse antes de tiempo ante la falta del segundo que debía atender un compromiso familiar. Lo ha hecho sin cuestionar, por ejemplo, si la profesional afectada podía estar fuera del país. La medida tenía que acatarse sí o sí. El riesgo era claro, de no hacerlo los pacientes oncológicos se quedarían sin sus tratamientos. La buena voluntad y profesionalidad de los especialistas termina cubriendo así un déficit de organización de Ingesa que debería ser capaz de garantizar el servicio sanitario sobre todo si se trata de pacientes oncológicos. ¿Qué sucedió en el caso de marras? La oncóloga programó a los pacientes y se incorporó antes de tiempo para evitar precisamente el mal mayor: que los pacientes acudieran a consulta y se toparan sin atención y con sus tratamientos suspendidos. A este extremo se llega en la sanidad ceutí que peca de un escaso interés hacia los usuarios que representan los eslabones más débiles de la cadena. A lo que se puede considerar un abuso de autoridad se suma la despreocupación por los pacientes. Una especie de modo de proceder kamikaze que no hace sino evidenciar una
precariedad absoluta por la falta de alternativas ante el deficiente número de especialistas.