Gabriel Delgado Álvarez ha sido uno de esos sacerdotes gaditanos que, con la sencillez y con la alegría que proporciona el amor, se han tomado en serio el Evangelio. Cada día, orientando sus pasos por las pisadas de Jesús de Nazaret, se ha encaminado hacia esa dirección “obligatoria” -decía él- que le llevaba a acompañar, a conversar y a acoger generosamente a los que acudían en busca de pan, de trabajo y de paz. Toda su teología y toda su pastoral -sencillas, claras y profundas- se apoyaban en el principio de identificación de Jesucristo con el pobre y con el extranjero: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me acogisteis”.
El denominador común de las diferentes tareas pastorales que a lo largo de medio siglo ha desarrollado Gabriel han sido el acercamiento físico y cordial a los que sufren y la participación en la destrucción de las peligrosas alambradas y de las insalvables fronteras que impiden que ingresen en nuestros espacios tranquilos y protegidos esos hambrientos que nos llegan atraídos por una prosperidad que, en muchos casos, se mantiene a costa de su propia pobreza. “Posiblemente -repetía- no caemos en la cuenta de que existe una ley universal que determina que, para que el yo perviva, es necesario establecer contacto con esos otros que nos necesitan”.
Las diferentes tareas que este trabajador ha emprendido a lo largo de su dilatada actividad sacerdotal han estado impregnadas de misericordia, de compasión, de sensibilidad humana y de compromiso social. Como peón de albañil en Algeciras –cuando aún era seminarista-, como obrero en los Astilleros, como dirigente de la USO, como coadjutor en la parroquia de San Francisco Javier de Cádiz, como director de las Asociaciones Cardjin, Tartessos y Tierra de todos, Gabriel ha proporcionado compañía a cientos de personas en situación de vulnerabilidad, a gaditanos y a foráneos que han acudido a él en busca de formación, de orientación jurídica y de atención pastoral. A partir de mediados de los años 90, cuando empezó la oleada de inmigrantes, Gabriel fue transformando Tartessos en un centro de acogida a los nuevos parias de la tierra aplicando el principio según el cual, “la dignidad y los derechos humanos deben ser inviolables, también en las fronteras”. Semanalmente, hasta su primer ingreso en el Hospital, celebraba la misa en los campos de Vejer y de Conil de la Frontera.
Atento a las necesidades de cada persona concreta, ha desarrollado una "pastoral de frontera", de acogida, de apoyo, de respeto y de cercanía a los inmigrantes, ocupándose constantemente en acompañar en la fe y en la esperanza: ha informado a los jóvenes, los ha orientado y los ha apoyado para que adquirieran una formación humana y una preparación técnica que les hicieran posible la incorporación al mercado laboral. Alejado del exhibicionismo, de los boatos y de las palabras vacías, siempre adoptó las formas sobrias y el lenguaje sencillo del Evangelio. Y es que -querido Gabriel- como tú sabías bien, la fuerza del testimonio no necesita de la artificial sobreactuación. Gabriel, con su vida plenamente vivida, nos ha explicado un modelo de conducta sacerdotal al que deberíamos aspirar muchos de sus amigos. Con su hermana Charo, con sus hermanos Alfonso y Paco, con sus amigos y con sus compañeros, somos muchos los que, además de honda pena por su fallecimiento, experimentamos un profundo agradecimiento por su estimulante vida y sincera gratitud por su testimonio ejemplar. Que descanse en paz.
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