Opinión

La facultad de la intencionalidad

Hay especies de animales con una vida tan simple, tan corta y tan determinada que sí necesitan de la facultad de la intencionalidad pero no de intención puesto que no se formulan más propósitos que aquellos a que están destinados. Sus vidas transcurren de acuerdo a un patrón universal que se repite y se repetirá, sin variación alguna, desde su origen si las condiciones climáticas permanecen más o menos constantes; y en caso contrario, perecerán. Es el caso de las especies llamadas sociales o cooperativistas, como por ejemplo las abejas donde ya se evidencia de forma natural la diferenciación de castas entre sus individuos: reinas, obreras y zánganos cuyos roles no son intercambiables, sino que cada uno cumple exclusivamente su función.

Otro ejemplo singular sería el de la mariposa: en el envés de las hojas de unas plantas determinadas depositan los huevos, que eclosionan en la estación conveniente, de los que surgen unos gusanillos que en una metamorfosis fulgurante se convierten en crisálidas y al poco en ágiles y bellas mariposas que sometidas al instinto se aparean y enseguida buscan las hojas adecuadas donde de nuevo depositar los huevos para que el bebé gusano, cuando nazca, ya tenga preparado el menú y la mesa puesta. Un ciclo vital cortísimo en el que la especie satisface su objetivo de perpetuarse.

Poco tienen que ver esos animales con nosotros los humanos que disponemos de una gran variedad de facultades esenciales sin parangón con las demás especies: nos singulariza una anatomía que alberga variadísimos y complicados sistemas muy exigentes en sus funciones, diseñada para un ciclo vital muy longevo y con capacidades sorprendentes; cualquiera de esos sistemas es un prodigio de elaboración biológica único en la naturaleza. Y eso nos hace pensar y sospechar, engañosamente, que fuésemos destinados a un fin superior. No es más que una ilusión.

Los animales no se preguntan por el origen ni por el sentido de sus vidas. La viven y eso les basta.

Por fin el humano de la contemporaneidad, después de millones de años, ha llegado a la conclusión de que el mundo no alberga para él ningún otro sentido superior más que el de vivir la vida.

El hombre cuanto más se acerca y se integra en la naturaleza, mejor la interpreta y comprende su origen, sus vicisitudes y su final; pero eso no ocurre hasta que se desembaraza del anonimato al que lo somete la ignorancia, que es el momento luminoso de la autoconciencia…. cuando se conoce a sí mismo y se reconoce en el prójimo, es cuando sospecha que su vida tiene un sentido distinto al de los demás animales, y que compartiendo ese sentido se ayudará a enfrentarse una y otra vez al mismo absurdo que parece la existencia. Esa inercia ya generada en el seno materno se traduce, desde el nacimiento, como si fuese una conciencia prereflexiva, en una esencia que se llama INTENCIONALIDAD, que supone una inclinación deliberada hacia la vida que se comparte con todo el reino animal.

En el humano, y como derivada de la intencionalidad aparece en exclusiva la INTENCIÓN, que es cuando bajo el auspicio de la LIBERTAD, la intencionalidad se dirige hacia algo concreto…. hacia algún proyecto. Y cuando ese algo, ese proyecto, se dirige hacia el propio hombre, se hace personal e ineludible y se llama individuación que es un proceso psicológico que nos convierte en un ser único, una unidad indivisible que tiende a la completitud; y para tender a la completitud se necesita la posibilidad de adquirirla, y esa posibilidad la tiene el humano de manera inmanente puesto que el hombre siendo, como es, un constante devenir, siempre es pura posibilidad …. la posibilidad absoluta que le proporciona su libertad.

Vista así, la vida parece un camino de rosas. Nada de eso: ese camino que el velo de la ignorancia deja ver como fulgurante y espléndido, oculta una realidad que se va deslizando poco a poco hacia el conocimiento o conciencia que es un pozo infinito, el de la sabiduría, que nos hace comprender la totalidad oculta de los enigmas que nos inquietan.

No obstante la satisfacción que nos proporciona el conocimiento, tanto de lo bueno como de lo malo, no es gratuita: el conocimiento sólo se adquiere a través del esfuerzo por conseguirlo; significa enfrentarse una y otra vez contra la apariencia absurda conque se nos presenta la vida; y si se tiene verdadero interés en esta que es la única vida, hay que intentarlo una y otra vez con la misma pasión y renovada valentía. Son las inquietudes que nos angustian las que hay que desmantelar con tesón socavando sus cimientos, a veces construidos por estructuras mentales erróneas producto de la inmanente ignorancia y otras adquiridas como consecuencia del paradigma de la época en que vivimos.

Parece una perogrullada, pero es así, mientras se vive se está inmerso en la propia vida y por eso no se tiene perspectiva de la misma; no se puede ir construyendo el edificio de la vida y a la vez destruyéndolo para irlo corrigiendo, pues no lo acabaríamos nunca para habitarlo. Sólo se puede corregir lo que está terminado, y eso con la vida no es posible …. es muy corta y en constante devenir. Solamente se puede avanzar y además avanzar hacia la absurda meta que es la muerte.

Por todo eso, para sentirse enteramente humano y entender el que consideramos terrible final, hay que admitir nuestros límites (los de nuestra época) y la pequeñez que somos en la naturaleza y es fundamental desembarazarnos de cualquier vestigio de esencia sobrenatural y divina, absurdamente asociada a la existencia humana.

En nuestro siglo, afortunadamente, ya admitimos que sólo somos producto de la evolución y una circunstancia azarosa de la propia naturaleza. Vivimos en un vertiginoso torbellino de acontecimientos que nos distrae y nos aparta de inquietudes trascendentes; a casi nadie le importa su origen ni el método empleado en su creación ….sólo importa vivir lo mejor posible y sin sufrimientos.

Cada época ha tenido su paradigma que ha regido la vida de las sociedades. En la Edad Antigua fueron la ignorancia y los mitos. En la Edad Media fue Dios, lo sagrado y la Iglesia. En la Edad Moderna fue la duda y la Razón que la diluye. En nuestro paradigma, el de hoy, es la Ciencia que a duras penas cabalga a lomos del desconcierto de una política nefasta que convierte al mundo en el peor de los infiernos. Es el nuestro el paradigma del fracaso absoluto de todas la esencias humanas, de todo aquello con lo que el hombre, hasta hoy, había conseguido adornarse….

Interpelado Gottfried Leibniz, de por qué Dios no había creado un mundo perfecto contestó que Dios había creado el mejor de los mundos posibles. Visto lo visto se confirma que hay que desconfiar de la Creación Divina.

Es el propio hombre el que se crea y se da sentido a sí mismo y a la realidad que lo rodea. Es el propio sistema de relación creado por el hombre el que desvirtúa su sentido y el de su existencia, hasta el punto de degradar el planeta que lo sostiene: Un exacerbado consumismo, fuente incontenible de residuos que nos contamina y ahoga nos hace cómplices de nuestra propia aniquilación.

Se ha perdido el respeto al otro y a la naturaleza, que es lo mismo que perderse el respeto a sí mismo.

¿Se está pensando ya en cambiar de paradigma?....

De no hacerlo se corre el riesgo de que la propia civilización perezca víctima de su propia irresponsabilidad y egoísmo…..

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