Categorías: Opinión

Fachadismo cultural

En las últimas semanas hemos tenido la oportunidad de visitar algunos de los recién inaugurados equipamientos educativos y culturales de la ciudad. El primer fue el nuevo Campus Universitario ubicado en el antiguo edificio del Cuartel de la Reina o del Teniente Ruiz, también conocido como el 54. Conocimos el inmueble cuando aún funcionaba como acuartelamiento y sufrimos lo indecible cuando fue abandonado y expoliado de manera sistemática durante meses por los habituales chatarreros ilegales que a diario recorren las calles de Ceuta. En pocos días desaparecieron balcones, pasarelas y hasta arrancaron las tuberías y los cables de las paredes en busca del preciado plomo y cobre. La imagen que ofrecía el cuartel tras su expolio se asimilaba a las consecuencias de un bombardeo sistemático. Mientras sucedían estos hechos, la Ciudad negociaba el traspaso de la propiedad de este inmueble militar para su reconversión en campus universitario. Una vez cerrado el acuerdo, comenzó una utilización en precario del edificio para alojar la sede de la empresa municipal Obimace y la impartición de cursos de formación. Fue una medida provisional que sirvió para evitar el acelerado deterioro del cuartel mientras se buscaba financiación para su rehabilitación. Al final se optó por el método alemán, que consiste en el adelanto del dinero de la inversión por parte de las empresas adjudicatarias que, a su vez, recibieron un cuantioso préstamo de una entidad bancaria. Ahora la nueva sede universitaria ha comenzado a funcionar y toca igualmente empezar a aflojar la cartera para pagarla, precisamente en el momento en el que las arcas municipales no andan demasiado desahogadas.
El otro equipamiento cultural al que nos queremos referir es la nueva Biblioteca del Estado. Lleva abierta apenas una semana al público y hemos aprovechado la ocasión para conocer sus instalaciones. Nuestra impresión ha sido francamente positiva. Se ha conseguido integrar de manera correcta los restos arqueológicos medievales de Huerta Rufino, aunque echamos en falta la instalación de paneles informativos, en puntos estratégicos, que permitan a los visitantes interpretar estos vestigios históricos. De las restantes plantas de la biblioteca accesibles al público, destacamos su extraordinaria luminosidad  y amplitud, así como su cuidado mobiliario y dotación de medios informáticos. Lo mejor que se puede decir de un espacio bibliotecario es que invita a la lectura y al estudio. Y este edificio ha conseguido crear esa atmósfera propicia para el pensamiento y la reflexión en silencio. Necesitábamos en nuestra ciudad un lugar en el que el conocimiento acumulado en los miles de libros, que se esparcen de manera ordenada por las salas de una biblioteca, enriquecieran nuestras experiencias intelectuales y despertara sentimientos de amor por la sabiduría. Un espacio que transformará estos conocimientos, experiencias y sentimientos en ideas, ideales positivos e imágenes reveladoras de una humanidad renovada. Todo ello con el propósito de hacer efectiva una vida plena y satisfactoria para todos los ceutíes, basada en el amor, el arte y la cultura.
El Campus Universitario del 54 y la Biblioteca del Estado de Huerta Rufino vienen a completar una dotación de equipamientos culturales y educativos de primer nivel en Ceuta. Unos equipamientos a los que, además de los mencionados y comentados, tendríamos que añadir los museos del Revellín de San Ignacio, el museo de la basílica tardorromana o el complejo cultural de la Manzana del Revellín, con su flamante auditorio. En términos económicos estamos hablando de muchos millones de euros procedentes de la Unión Europea, el Estado central y la propia Ciudad Autónoma de Ceuta. ¿Podríamos haber cubierto nuestras deficiencias en equipamientos culturales y educativos con menos dinero y de manera más equilibrada? Creemos que sí. A nadie le amarga tener un mercedes último modelo en el garaje de su casa, pero cuando una familia tiene que cubrir sus necesidades básicas, igual debe renunciar a un mercedes, conformarse con un vehículo más modesto y así equilibrar su presupuesto familiar. Queremos decir con esto que el camino elegido ha sido el que adopta un nuevo rico, caprichoso y dispendioso. Derribamos un magnífico cuartel del siglo XIX, el del Revellín, para construir un complejo cultural que a pocos gusta y que nos ha costado un dineral, cuando enfrente teníamos el teatro Cervantes que, con una inversión muchísimo menor, podríamos haber restaurado y rehabilitado, como han hecho en Melilla con el Kursaal.
Algo similar podríamos decir de la nueva Biblioteca de Ceuta. Se trata de unas instalaciones magníficas, como hemos comentado, pero que han costado trece millones de euros. Con ese dinero se podría haber dotado a la ciudad de una red de bibliotecas y salas de lecturas, más modestas y funcionales, repartidas de manera estratégica por la geografía ceutí. Una red de centros que llevaran los libros y la cultura allí donde más falta hace que son las barriadas con mayores problemas educativos, sociales y económicos. Lugares donde los jóvenes de nuestra ciudad viven en casas hacinadas y sin espacio para el estudio. Aquí es donde hace falta ofrecer espacios confortables, bien iluminados y dotados de medios tecnológicos indispensables hoy en día para el estudio y que muchas familias no pueden adquirir y mantener.
De manera consciente o inconsciente hemos agudizado el desequilibrio en cuanto a equipamientos, dotaciones e infraestructuras existentes entre el centro y la periferia. De golpe y porrazo la Facultad de Humanidades, la UNED y la Biblioteca Municipal han abandonado el Campo Exterior para reubicarse en la parte alta de la Almina, dejando huérfana de equipamientos educativos y culturales a un sector importante y mayoritario de la población de Ceuta, precisamente el que más necesita que les llegue la educación y la cultura. Ambas no se propagan por el aire como un virus o una bacteria, por la simple presencia de bibliotecas, teatros y museos en su entorno o por las virtudes de la denominada “promoción cultural”. Esta última, como comenta Marc Fumaroli en su libro “El Estado Cultural”, funciona como un “enorme collarón de asno burocrático”. Ha sido inventada, según Fumaroli, “por una oligarquía (burocrática y política, añadimos nosotros) afectada por un complejo donde entra un poco de mitología, mucho de megalomanía, más aún de paranoia, y muy poco de verdadera cultura”.
Por el contrario, la cultura es un proceso de crecimiento personal, de autoexamen, autocontrol y autoeducación, que debe ser alentado en el ámbito familiar, educativo y social. Nuestros esfuerzos deben dirigirse a inculcar a nuestros niños y, porque no, también a nuestros adultos y mayores, un pensamiento crítico, altas dosis de ambición espiritual y una irrefrenable pasión por la razón, la bondad y la belleza. Debemos fomentar la cultura no con la mera palabrería, sino con el ejemplo. Los lectores no surgen de manera espontánea con la simple presencia de una biblioteca al lado de su casa, por muy bonita y elegante que resulte. El gusto y afición por los libros se adquiere observando a los padres, madres y hermanos leyendo en casa. De igual modo, la perspectiva del arte comienza con el arte de ver, contemplar y gozar con la belleza de nuestro patrimonio cultural y natural, al que sigue la adquisición de la capacidad de ver el arte, e incluso de crearlo. Cada cual puede, pues, crecer y ampliarse a través de la vida, en una evolución personal; y la perspectiva personal resultante determinará el principal servicio que preste durante su vida. Si no seguimos este camino, nuestros museos seguirán vacíos, como sucede en la actualidad, -basta ver la poca afluencia a exposiciones de enorme interés como la de las fotografías de Bartolomé Ros-; a las jornadas y conferencias seguirán yendo en exclusiva los ansiosos por créditos educativos para completar sus trienios; y los libros de la nueva Biblioteca Municipal no harán más que acumular polvo y servir de decoración en las salas de lecturas llenas tan sólo en época de exámenes. El otro camino, el habitual, es el que nos conduce al fachadismo cultural. Enormes y costosas fachadas de hormigón que ocultan contenedores culturales vacíos de contenido y usuarios.

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