Aquel joven llamado Hispanio iba mostrando síntomas preocupantes. Tenía molestias, le bajaban los defensas y los glóbulos rojos, la bilirubina y el colesterol subían... No estaba nada bien, pero el médico al que le habían asignado la tarea de cuidarlo se empeñaba en afirmar que a Hispanio no le pasaba nada de importancia y que tenía una salud envidiable, por lo que solo le recetaba subvenciones, juergas, algo de sexo libre, bebidas espirituosas gratuitas y cosas así.
Aunque el chico sentía que su malestar crecía, la realidad es que con eso de las subvenciones y demás se encontraba bastante a gusto. Mientras tanto, una peligrosa andancia afectaba a muchos otros jóvenes, cuyos respectivos doctores, con un acertado diagnóstico, se apresuraron a adoptar las necesarias medidas terapéuticas, con el fin de lograr su pronto restablecimiento.
Así pasaron algunos años, y llegó el momento en que aquel médico optimista fue sustituido por otro, quien se percató inmediatamente de que Hispanio padecía un grave cáncer en estado avanzado.
-Hay que transfundir sangre, hay que operar para estirpar el tumor, estudiar la posibilidad de que haya metástasis, someter al enfermo a una dieta estricta... -comenzó a indicar el nuevo facultativo (humano, y por tanto falible, pues quizás erraba al recetar algún medicamento concreto)-, pero entonces el anterior doctor, olvidando su grave responsabilidad, y el propio enfermo -que se sentía mal, pero que, insensato, no parecía dispuesto a sufrir tratamiento alguno para recuperar la salud, comenzaron a exclamar:
-¡Nada de dietas, que pasará hambre! ¡ni hablar de pinchazos para llevar a cabo una transfusión, porque hacen pupa! ¡pueden producirse trombos! ¡ni hablar de operar, algo tan cruento y doloroso!...
No obstante, el nuevo doctor, pese a las quejas, procedió a llevar a cabo la operación, a raíz de la cual prescribió sucesivas sesiones de radioterapia y quimioterapia, porque seguían existiendo células cancerosas, cuyas consecuencias podían ser fatales. Y otra vez el anterior médico y el propio enfermo, indignados, gritaban que esos tratamientos harían sufrir más a Hispanio, acusando poco menos que de torturador a quien los ordenaba.
¡Ni un pinchazo más, ni una sesión de quimio o radio! ¡eso puede ser muy perjudicial y desagradable! ¡se quedará calvo! ¿no toleraremos que pierda un solo cabello!¡Pedimos la inmediata sustitución de un facultativo tan cruel y tan despótico! ¡saldremos a la calle para exigirlo! ¡que deje en paz de una vez a Hispanio!
Curiosamente, la directiva europea del hospital, así como otros sabios, han venido respaldado públicamente las medidas prescritas, que, desde la otra parte, son calificadas como intolerables recortes de derechos.
De momento, esta fábula no tiene final. Esperemos que no sea el de la cigarra y la hormiga, en la que mientras uno se dedica a “pasárselo” bien, y acaba mal, otros trabajan para asegurarse el futuro. Por lo menos, esa enojosa complicación que se llama “prima de riesgo” parece remitir en estos días. Que la historia termine bien, aunque para ello haya que soportar ahora dolorosos sacrificios. Todo sea por la total recuperación de la salud del pobre Hispano, tan confuso a estas alturas sobre lo que pueda o no convenirle..Aunque no llegue a comprenderlo suficientemente, lo que necesita como el comer es curarse.
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