Opinión

Explorando la eternidad

La necesidad de cambiar nuestro modus operandi tanto en el planeta como con respecto a nuestra forma de vivir es un hecho que preocupa a muchas mujeres y hombres de bien. Esto implica por encima de todo renovar la visión del mundo que representamos interiormente y a la que nos dirigimos con ahínco, muchas veces, para satisfacer un apego quizá psicológicamente desorientado sobre el futuro. Este cambio, debe pasar por hacer un esfuerzo razonable que nos fortalezca en la fe, en la esperanza de ser seres eternos que alumbre el viaje mental y personal hacia el confín de nuestra psique y permita la exploración de nuestra alma. Este es el sino de cualquiera que afronte su destino heroico y comprenda que está existencia tan efímera dará comienzo a la inmortalidad en el espíritu. Descubrir en nosotros, tan miserables, pequeños y muchas veces mezquinos, el elemento fundamental que nos dota de inteligencia y voluntad, y lo que es más importante, de vida eterna, es el gran regalo. El libro de Chesterton “el Hombre Eterno” es un presente de belleza literaria talentosa y acercamiento intelectual al problema de saberse o no dotado de la capacidad de eternidad. Por el contrario, la visión de una parte importante del positivismo/materialismo individualista imperante, contempla absurdamente al ser humano como una contingencia más de la evolución de la vida, un echo fortuito, y por lo tanto fuera de toda planificación y significado trascendente. Quizás la ciencia moderna, llegará a crear un hombre artificial sumido en una especie de eternidad fingida, tecnológicamente preparada para la duración temporal, algo que desdibuja el concepto de vida eterna. Un horripilante escenario en el que la visión de una obsesión por seguir en el tiempo, en apariencia la única vida posible, se convertirá posiblemente en una de las más grandes abominaciones creadas por la locura materialista. Un loco intento que, a toda costa, pretende sustituir al insustituible final de nuestra existencia temporal.

La teología (ciencia sobre Dios) ofrece respuestas con luz racional y visión sobrenatural al significado, que muchas veces parecen indescifrables, de los textos sagrados. Y mientras tanto al Creador no le impresionan nuestras disquisiciones intelectuales; arrancarle alguna respuesta que una los dos mundos natural y sobrenatural puede suponer un gran ejercicio de perseverancia en la alabanza y oración. Al igual que muchos alquimistas de la Edad Media, desarrollaban su labor de estudio con una mano en sus sagrados textos y la otra en la exploración natural y el análisis científico, los estudiosos creyentes de hoy en día se acercan a la fuente del eterno conocimiento. Solo bebiendo de esta copa se puede estar de algún modo presente entre las dos dimensiones temporal y eterna que componen y restauran nuestro mundo interior. Así movemos al gran espíritu inefable e inabarcable a que se derrame con bondad y simpatía, a Él le agrada que su criatura material favorita, nosotros, se preocupe por la obra material contemplada antes del surgimiento del tiempo. Nada hace al hombre más grande que cuando se arrodilla en el templo, o se conmueve ante la sublime imagen de la belleza natural, así se toma conciencia de la pequeñez, y de los débitos con el gran poder que todo lo sustenta.

"Los estudiosos creyentes de hoy en día se acercan a la fuente del eterno conocimiento"

Comprender las paradojas de los textos sagrados y unirlas al quehacer científico habitual, no es un fácil ejercicio para el ser humano de hoy en día, tan obsesionado con durar físicamente, y hacer todo lo que le place al margen de las recomendaciones espirituales bien contrastadas desde tiempos inmemoriales. Así se comporta el sentimiento de “individualidad encapsulada”, gran error y nuevo dogma de fe postmoderna sin texto sagrado ni revelación que la refrende. No existen concesiones a ningún poder invisible, pero si que se acepta la fuerza de la gravedad sin verla o conocer a ciencia cierta su origen, o la misma existencia del átomo con su representación imaginada, o tantos otros interesantes y verdaderos descubrimientos científicos. El racionalismo no acepta la conciencia regalada, que emana de las leyes naturales creadas e instauradas, la presencia de una fuerza intelectual muy superior que no vemos, pero no por ello no deja de revelarse en tantas ocasiones. Incapaces de otorgar un principio de autoridad y confianza en las tradiciones espirituales de la humanidad. Lo que otorgamos a la ciencia moderna como forma de conocimiento de la realidad natural a través de la razón, se lo negamos a las otras formas de conocimiento racional del ser Supremo que exploran las diversas formas de entender y sentir el gran Espíritu que lo gobierna todo.

La desesperanza y convulsiones interiores, la falta de paz y ansiedades, los abundantes estados depresivos, el horror a la muerte física y las actitudes inmorales para con los demás y con la indefensa naturaleza, son síntomas inequívocos de estar perdidos y muy asustados, sin saber realmente el porqué.

El amor es la única respuesta válida del hombre ante su existencia, su destino; todo lo que este fuera del amor, es ir enloqueciendo poco a poco, nos demos cuenta o no. La historia angélica, en la sagrada tradición judeocristiana, nos enseña justo como se enloquece fuera de la presencia de la luz. Antes de la creación material, la desobediencia de una parte de los ángeles fue un tremendo error, no de maldad, sino intelectual, pues al apartarse de la luz se fueron hundiendo en las tinieblas. No se puede estar mucho tiempo sin la presencia divina y los que amaron más su libertad que al mismo amor, sin considerar su divino origen y dependencia de la luz increada, erraron para siempre. Y aunque fueron reclamados para que volvieran, no todos lo hicieron y al existir de forma independiente se perdieron y desarrollaron el infierno como reino apartado cada vez más oscuro y siniestro. La maldad es sobretodo locura y sinrazón que hunde sus orígenes en la soberbia, pero no en la realización del mal per sé, que vino por el alejamiento permanente de la fuente.

Justamente pensar más en el otro y en lo que es más necesario proteger y conservar es hacer de este mundo un lugar mejor y vivir en paz sin máscaras y descansando en aquel que lo puede todo y al que todos volveremos. Por ello, cuidarnos los unos a los otros y explorar las regiones en las que vivimos son actos de amor que nos ayudan a ser mejores personas y a la madre tierra. En ese acercamiento y conexión con el territorio llegamos a escuchar su lamento y entonces desarrollamos la caridad por todo lo creado y también por nuestros semejantes. Las personas que dejaron más huella fueron aquellos que caminaban con los pies en la tierra y la cabeza en el otro mundo. Quienes piensan de esta manera no yerran. Así se hacen eficaces los seres humanos, pues si nuestros objetivos son puramente materialistas nos extraviamos y nos llenamos de miedos; sí por el contrario, ansiamos la eternidad, entonces lo material se nos da por añadidura. El pensamiento ecologista es bueno en sí mismo por bondadoso y considerado, pero en el momento en el que nos convertimos en ecólatras e hipocondriacos del planeta, vemos enfermedad por todos los sitios, nos perdemos en las tinieblas y ennegrecemos interiormente. Así dice C. S. Lewis (veáse Mero Cristianismo) que el hombre mundano solo trata bien a las personas que le gustan, y podríamos decir que también a su propio jardín o a los árboles de su barrio o parterre. Mientras el hombre que camina hacia la eternidad con paso firme “se encuentra así mismo gustando cada vez de más gente, incluyendo personas que al principio jamás se hubiera imaginado que le gustarían”. Y también al territorio en su conjunto deseando bienestar y conservación para todo lo vivo e incluso para lo inerte que tiene, entre otros muchos valores, el disfrute paisajístico. Y según el autor inglés, esta misma ley espiritual funciona a la inversa, así “cuanto más crueles somos, más odiaremos y más crueles nos volveremos……, y así sucesivamente en un círculo vicioso para siempre”.

La naturaleza necesita de la intervención de ese “Ser Humano” más espiritual que material y mundano, lleno de pasión por la vida creada, con profundos sentimientos de bondad y movido por la búsqueda de conocimientos para conservar todo lo bello y salvaje. Así se terminará encontrando con la mayor sorpresa, la luz brillante que lleva en su interior y que no hay ciencia humana fuera del espíritu que pueda explicar convincentemente.

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