Pasar el día meditando y pensando poéticamente e inundar nuestras horas con buenos sentimientos de compasión hacia todo es quizás la gran ocupación propia del ser humano. Emplear el tiempo vital en estas cosas no es por desgracia una opción fácil por la gran cantidad de ruidos que se interponen generados por la red de intereses y falacias creadas por el sistema de consumo imperante. Y sin embargo, el universo gira y gira por amor como así reconocen creencias religiosas en la que se incluye el cristianismo. Ya sé que para sacar proyectos adelante y ayudar al avance social es necesaria implicación profesional y actitud colaborativa hacia los demás y por supuesto para con la naturaleza; al dedicarme a la conservación de ecosistemas y especies, conozco perfectamente las implicaciones que ejercer este tipo de labor si se quiere ayudar a hacer algo que merezca la pena. Por supuesto que tengo que lidiar con trámites burocráticos sin fin, si queremos alcanzar algún rato de plenitud debido al buen trabajo realizado. Sin embargo, aun admitiendo la lucha necesaria y la batalla constante con toda la coherencia que se quiera desplegar, el sistema siempre sale ganando y la generación de tensiones es insufrible, lamentable y en muchas ocasiones también patética. Por lo que dan ganas de gritar “Al diablo con todo” como la canción de Lucas Masciano. Mientras estoy escribiendo esta colaboración enredado con mis pensamientos me pasa al lado un vehículo por la pista de tierra del Camino de Ronda y uno se pregunta porqué hay que soportar la motorización en cualquier rincón del mundo y porqué tienen acceso a todos y cada uno de los pequeños rincones de paz y tranquilidad que todavía nos quedan en la milenaria y marinera ciudad. Al mismo tiempo, me digo que no hay que perder el norte y actuar con mesura y aceptación, pues la tolerancia y la compasión proceden del amor y es este sentimiento el que nos puede salvar de nuestros propios egos y obsesiones. Al fin y al cabo, somos hijos de nuestro tiempo y el mecanicismo ya llegó hace mucho tiempo a la sociedad moderna para no abandonarnos jamás con sus cosas negativas y también con sus innegables logros. Puede que huir aceleradamente de las ciudades y de todo lo artificial y superficial sea tan necesario como respirar para recuperar nuestro estado de ánimo y afinar el espíritu orientándolo hacia el interior. Replegarnos para dejar oír la voz interior y hacer lo que nos dice; cada uno de nosotros poseemos un templo donde habita la divinidad siempre que le dejemos sitio y abandonemos tanta banalidad que tiende a abotargar nuestras pesadas vidas insustanciales. Por supuesto, para progresar en este propósito debemos dejar de lado la oscuridad que siempre acecha esperando la oportunidad para cegarnos y reclutarnos. Desde que conocí el libro de Eileen Caddy (una guía para encontrarnos con nuestro espíritu interior a través de testimonios diarios, uno para cada día del año) de la mano de una muy buena amiga, y ando enredado con lecturas sobre la importancia de meditar, más me doy cuenta que el verdadero cambio interior debe producirse en nuestra vida cotidiana rodeados del ruido y las presiones habituales. Es justo en este escenario donde debemos reflexionar y adaptarnos a las circunstancias con un espíritu diferente. Si no encontramos el aliento interior, proveniente del amor divino, difícilmente penetrará y guiará nuestras vidas y nos perderemos entre los entresijos mentales del ego desbordante, falaz y engañoso y todas sus ficciones por las que somos capaces de morir y vivir sumidos en gran desarmonía.
Aquellos que viven para y por acrecentar su espíritu y luminosidad siguiendo los dictados amables y bondadosos de la compasión pasarán por esta vida de manera más reconfortante y dichosa. Los vacíos de contenido espiritual y dominados por lo material empequeñecen su alma y pasarán una existencia envilecida y cegada por las ilusiones alienantes del ego y e incluso de la maldad.
En este tiempo de pascua, de tan hondo significado cristiano, pero también para el resto del mundo, se presenta una oportunidad para vivir de una forma más auténtica este cambio interior que necesitamos. El cristianismo anima al amor como centro de la transformación humana porque todo lo que se enfoca bajo su prisma se convierte en un pequeño tesoro. Por eso, conectar con nuestro mundo de adentro es tan importante y la mejor manera de escuchar a nuestra alma. Este es el verdadero mensaje de Jesús de Nazaret, el amor para el cambio interior, la paz por encima de todo, saber decir no a la violencia y ayudar a los demás, no juzgar al prójimo, ser humildes y seguir el camino de la perfección interior para que el espíritu de vida divino o espíritu santo nos bendiga y haga sentir la plenitud del mundo venidero. Por encima de todo, aprender a sentir que hay algo muy superior a nosotros que nos trasciende y desea que seamos felices. Todos los seres tienen derecho a ser dichosos y en este empeño podemos expandir la bondad sobre todos, incluso por aquellos con los que no tenemos afinidad e incluso detestamos. Y además hay que hacerlo con autenticidad de corazón, por eso, el mensaje cristiano es tan revolucionario porque pone patas arriba las relaciones tradicionalmente aceptadas en el mundo humano. En este sentido la vida de Cristo fue pura poesía divina porque no hay mayor gesto que el que entrega su vida por los demás.
Cualquier vida debería ser como una poesía: verdadera, profunda y tan fragante que deje un rastro de humildad inconfundible a su paso. Personalmente, ya no puedo vivir la lucha ecológica como la vivía antes, pues al desarrollar el mundo interior los problemas se enfocan de una manera más serena y tranquila. Nos centramos en lo que verdaderamente tiene importancia dejando de lado la parte más negativa que llevamos siempre con nosotros. Lo cual no quiere decir que no sigamos combatiendo aquello que nos parezca negativo para Ceuta y no tengamos capacidad para denunciar la dejadez institucional que se continua practicando alegremente desde las instituciones públicas. Hace mucho tiempo ya que llevo apreciando una gama de matices y consideraciones que me hacen ser menos crítico y juzgador y más arrimador del hombro y bien dispuesto a ofrecer el apoyo. Si bien con muy poco éxito porque tenemos una sociedad bien imperfecta de la que todos y cada uno de nosotros somos responsables. Como hemos venido diciendo tantas veces desde esta tribuna de opinión, sería muy pueril pensar lo contrario y echar siempre la culpa a lo mal que funciona la política.
Por ello, sigo buscando inspiración en la naturaleza, continuo escribiendo mis cuadernos sobre mis viajes y experiencias e intento sacar a la luz aquellos aspectos científicos que pueden aportar algo interesante para tomar decisiones que conserven lo mucho que todavía nos queda del mar. Por último, sigo empecinado en dejar un museo del mar abierto al público de mi ciudad y a pesar de lo lento que va el proceso continuo con afán y mucho corazón intentando llegar a buen puerto, nunca mejor dicho, con las autoridades y siempre dejando de lado el mal humor y poniendo encima de la mesa toda la comprensión y la bondad que puedo.