Cuando se estrena en España una película coreana, seamos realistas, no suele llegar a demasiados cines fuera de grandes ciudades ni tampoco al gran público. Desfila unas semanas como mucho por algunas carteleras de capitales y nunca más se supo. Cuando dicha película coreana hace historia ganando el Oscar a mejor película, se reestrena en muchos más sitios y despierta el interés de muchísima más gente por echarle un vistazo con enorme curiosidad.
La cinta del sorprendente Bong Joon-ho, coautor también de su guion, no solamente se ha llevado el premio gordo de la gala de los oscars este año, sino que también ha arramplado con el de Película de habla no inglesa, Mejor director y también Mejor guion original. Todos los importantes; para qué más… La propuesta coreana ha llegado a Hollywood, ha arrasado, ha sorprendido a yankilandia y se ha llevado su oro de vuelta a Corea. Trabajo fino y sin anestesia. Y no sólo se ha llevado la gloria sin dolor (necesario homenaje a la derrotada de Almodóvar) de los oscars. Ha ganado por la misma vía rápida la Palma de oro de Cannes, el Globo de oro a mejor película de habla no inglesa, y los BAFTA a Mejor película extranjera y Mejor guion original. No es poca cosa.
La expectativas pues son más que altas para un grueso del público al que el estreno le ha pasado desapercibido en su momento, y se torna necesario echarle un vistazo tras la explosión de aplausos autorizados y entendidos en la materia. Aunque ya se sabe que las altas expectativas suelen ser arma de doble filo y, como puede ser el caso, al menos lo ha sido con quien suscribe, acaba por no saciar del todo las ansias cinéfagas.
La muy original historia trata en clave de humor negrísimo de una familia sin trabajo ni escrúpulos que vive en condiciones deplorables y ven su oportunidad de futuro en el momento en que el hijo mayor comienza a dar clases particulares en casa (y qué casa…) de otra familia adinerada. A partir de ahí crecerá el ingenio y se liará todo hasta desenlaces de lo más “asiáticos”, que son muy suyos para el exceso y el despiporre final.
Esta pesadilla social con elementos de un surrealismo que recuerda en cierto y lejano sentido a Berlanga, hinca el diente en las miserias humanas de forma que nos recuerda en cada secuencia que hay determinadas pautas que son universales en cualquier comunidad de cualquier país y cualquier cultura. Inquietante y fascinante por momentos, a ratos magnética, no llega a entusiasmar con su propuesta, aunque parece ser que en Hollywood no opinan lo mismo, sí se trata de una muy buena película con manufactura impecable. Muy recomendable. Lección de cine social sin renunciar al divertimento.
Puntuación: 7
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