Hayat murió con apenas 20 años cuando buscaba el pase a la península. Había dejado la universidad para buscar trabajo en España y poder enviar dinero a sus padres.
Murió después del tiroteo que la Marina Real marroquí realizó sobre la embarcación que la transportaba a ella y a decenas de inmigrantes más. Hayat, junto a un menor herido en circunstancias similares, son el saldo más tenebroso del éxodo que la juventud marroquí protagoniza desde hace meses. Son el reflejo de una generación precaria que no encuentra oportunidades en su entorno, y que ante la falta de derechos, se lanza hacia Europa. Y para muchos de ellos, Ceuta es un punto más en su ruta. La estampa se repite en localidades como Martil, Beliones o Castillejos. Niños durmiendo en las playas o en las escolleras esperando el pase, esperando una embarcación que los suba y traslade de forma clandestina a la península. Buscan el despiste, como ya lo hacen los menores en el puerto de Ceuta, con los consecuentes quemaderos de cabeza que transeúntes y autoridades sufren por su presencia. Jóvenes de entre 16 y 35 años pernoctan en el paseo marítimo de Castillejos, a pocos metros del paso fronterizo con Ceuta. Entre cartones y mantas, guardan sus pertenencias. Se entretienen jugando con un balón de fútbol y con botellas de plástico vacías, improvisados bolos a derribar.
“Odio este país, odio al rey y todo lo que le rodea. Necesitamos conseguir escapar”
Ya son parte del paisaje urbano de la localidad vecina de Ceuta. Y cuando El Faro les pregunta, son contundentes. “Odio este país, odio este rey y todo lo que le rodea. Necesitamos escapar”. En las escolleras de Castillejos duermen una docena de jóvenes originarios de Casablanca, Rabat, Tala... Envuelven toda una vida en una mochila que se echan al hombro. En muchos casos, ya han intentado el pase en varias ocasiones. Desconfían de las mafias que organizan las salidas en las embarcaciones que de forma habitual interceptan los servicios de la Guardia Civil o de Salvamento Marítimo; el último al cierre de esta edición, la madrugada de este sábado al domingo, cuando una semirrígida que salía de Ceuta intentaba trasladar a once marroquíes irregulares hasta costas andaluzas. Abdelmalik es uno de los más mayores de este grupo, uno de tantos que conviven en este entorno a pocos pasos de la ciudad autónoma.
Mohamed VI ha dado un discurso muy centrado en la precariedad juvenil
Tiene 40 años y es de Kenitra, donde trabaja en una chapistería. Él es contundente: para él, Marruecos no es su país. “Mi país está al norte”. Y su querencia por España no es extraordinaria. Tras la muerte de Hayat, una gran parte de la juventud marroquí ha abierto un cisma en la identificación de los súbditos con sus símbolos nacionales. A pesar de que Mohamed VI dio un discurso en las Cortes marroquíes con motivo de la inauguración del curso político y en una clave muy ceñida a la situación por la que atraviesan los jóvenes, lo cierto es que en los últimos meses el desapego al país por parte de muchos jóvenes es abismal. Bilal es un nombre ficticio tras el que se esconde un joven electricista que se encarga de las farolas de todo el paseo marítimo de Castillejos. Ahora no puede intentar al pase a España porque está deportado y expulsado por un plazo de cinco años. Fue descubierto en Asturias trabajando de manera irregular, según relata. Este joven, de origen rifeño, ateo, y muy politizado, pone voz a muchos jóvenes del norte del país vecino. Y es consciente de que su generación se agolpa a las puertas de Ceuta: él mismo fue un habitual del puerto de la ciudad, durmiendo en la calle, y logró el pase a la península dentro de un contenedor de basura. Bilal sabe que lo tiene difícil, como sus compañeros, pero también que lo volverá a intentar.