Toda persona tiene derecho a decidir, tanto en lo que se refiere a detalles mínimos como en asuntos de importancia - cualquiera que sea ésta - bien sean personales o de interés general para la sociedad. Cuanto mayor y más profundo sea el conocimiento de ese derecho, mejor será para la actividad de cada persona y mejor también para su relación con la sociedad, a la que debe atender ya que en ella es donde transcurre su vida.
No siempre se cumple - debidamente - esa obligación; se suele dejar en manos del capricho personal y en las orientaciones que puedan indicar algunos medios de propaganda - no siempre rigurosos - o en los compromisos que se hayan podido aceptar sin medir bien las consecuencias.
Por eso, cuando se presentan situaciones delicadas - en las que puedan estar en juego intereses de la mayor importancia - surgen comentarios que muestran duda y hasta cierta intranquilidad ante las decisiones que puedan ser adoptadas y que hasta pueden fomentar reacciones de ruptura en la sociedad.
Por qué no se reacciona ante unos políticos que son felices fomentando lo que separa; se preguntaba, con toda razón, mi amigo Federico hace tan sólo unos días.
Tal vez sea que hay un olvido general de esa responsabilidad del derecho a decidir libremente, que a toda persona corresponde.
A lo largo de algunos años se ha venido padeciendo, en la práctica, la falta de preparación personal para conocer e intervenir en todos los asuntos que tienen que ver con la política del país.
Se ha minimizado la formación del hombre (del ser humano en general), logrando el desconocimiento, por gran parte de la población del país, de la responsabilidad personal en el quehacer de las orientaciones de gobierno de la sociedad.
Las cuestiones fundamentales, esas en las que se basa la dignidad del hombre, se han anulado o sustituido por unas amplias concesiones a la permisividad, que se intentan hacer valer por medio de razonamientos que repugnan a la ciencia y a la moral.
El hombre, así deformado, no es capaz de comprender que esta situación, a la que se ha llegado, está acabando con su libertad y que esclaviza a la sociedad bajo unos poderes faltos del más mínimo sentido de la verdad.
No es capaz de reaccionar y le cuesta trabajo aceptar toda señal que signifique ponerse en marcha hacia la conquista de su verdadero sentido, el de hombre libre; conocedor de su misión y conquistador, por medio de su esfuerzo personal, de la grandeza de la dignidad, que le ha sido ocultada por quienes huyen de la luz de la verdad.
Hay que salir de esa triste encerrona del hombre; hay que multiplicar el esfuerzo que se viene haciendo para limitar la calidad de la persona; hay que volver a disponer de ilusión en el alma y en la mente para alcanzar más y mejores metas en las que la sociedad se sienta libre, no condicionada en unos cauces que la conducen a la degradación. Hay que negarse a la pérdida de dignidad humana.
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