Ayer cumplí 66 años. Nací en una casa particular de la pequeña localidad de Dílar. Me cuentan que a mi madre la ayudó en el parto una comadrona local, seguramente no titulada, que asistía a todas las que parían sin ir al hospital y sin contar con apoyo médico. Era la década de los 50 del pasado siglo, en la que en nuestro país había más miseria y necesidad, que colegios públicos. Es decir, nací en 1957 y soy de la denominada generación del “baby boom”, que los demógrafos identifican con los más de 600.000 bebés que nacieron en nuestro país entre 1957 y 1980. Algunos expertos preveían que las tensiones en nuestro sistema de pensiones superarían los 15.000 millones al año. Para solucionar este problema y evitar desequilibrios financieros a la Seguridad Social, el actual Gobierno de España acordó con los sindicatos una pequeña subida de las cotizaciones, denominado “mecanismo de equidad intergeneracional” de las pensiones, que ha sustituido el denominado “factor de sostenibilidad” de 2013. De esta forma, en 2022 se han podido revalorizar las pensiones con arreglo al IPC de 2021.
Por tanto, llevo percibiendo mi pensión de jubilación un año, después de haber cotizado 47 años, lo que significa que he contribuido al sistema de la Seguridad Social 12 años más de los 35 que dicen los actuarios que se requieren para poder cobrar el 100% de tu base de cotización. Esta sería la primera evidencia. Que el sistema público de pensiones no se ha hundido y goza de buena salud.
Si esta cotización, en lugar de haberla hecho a un sistema de previsión público, de prestaciones definidas, y gestionado mediante el sistema de reparto (los trabajadores de hoy financian con sus cotizaciones a los pensionistas), lo hubiera hecho a un Fondo de Pensiones privado, de prestaciones no definidas y gestionado mediante el sistema de capitalización, lo que recibiría dependería de la rentabilidad del Fondo. Y si dicho Fondo hubiera sido uno de los afectados por la crisis financiera internacional, la situación se habría complicado algo más. Por tanto, está por ver si mi pensión es menor que lo que me hubiera correspondido por un sistema de capitalización. Esta sería la segunda evidencia. Uno de los mitos que las grandes compañías financieras hacen correr sobre la supuesta superioridad del sistema de capitalización, parece que no está demostrado.
Ya en el año 1999, los economistas Orszag y Stiglitz, advirtieron que las políticas de alejamiento del sistema público de prestaciones definidas, propiciadas por el Banco Mundial, y puestas en marcha en países como Chile, eran un error. Además, en un magnífico estudio demostraron que los mitos en torno a los sistemas privados de pensiones surgían de la incapacidad de distinguir algunos aspectos importantes, y llevaban a conclusiones erróneas sobre la supuesta superioridad de los sistemas privados de pensiones. Ni aumentaban el ahorro nacional, ni sus tasas de rentabilidad eran superiores, ni las inversiones de los fondos fiduciarios públicos en acciones privadas tenían implicaciones en el bienestar social, ni incrementaban los incentivos del mercado de trabajo, ni incentivaban el retiro anticipado, ni los costes administrativos de los fondos privados eran inferiores, ni la gestión de los fondos públicos es más ineficiente que la de los fondos privados (que se lo pregunten a los millones de chilenos que en la actualidad buscan volver al sistema público de pensiones).
La condición de equilibrio financiero del sistema de pensiones y su sostenibilidad futura depende de distintos factores. Por un lado está la relación de jubilados y ocupados, que tanto preocupa cuando se estrecha por la base y se ensancha por la altura la pirámide de población. Pero también influye, y mucho, el porcentaje de participación de los salarios en el PIB y la relación entre la pensión y el salario medio. Estos tres factores, no solo el primero, serían los componentes del gasto en pensiones. Y para financiarlo tendríamos en el otro lado de la ecuación las cotizaciones y las subvenciones del estado al sistema. Es decir, la solvencia o insolvencia de un sistema público de pensiones como el nuestro, depende de una serie de supuestos, entre los que se incluye la evolución futura de la economía (PIB), el comportamiento del sector público (subvenciones) y la estructura actuarial del sistema de pensiones. Por tanto, además del incremento de los tipos de cotización, también el nivel de salarios, el nivel de empleo y el crecimiento económico ayudarían a sostener el sistema. Los estudios científicos disponibles avalan que las subidas de salarios, las cotizaciones y subidas moderadas de algunos impuestos, no causan perjuicio alguno a la economía, sino todo lo contrario. Esta sería la tercera evidencia científica.
Pero también he de decir que esta noche de mi cumpleaños ha sido la primera, en muchos días y semanas, que he podido dormir sin ayuda del ventilador, gracias a la bajada de temperaturas que se están produciendo a consecuencia del fenómeno meteorológico extremo que estos días se viene anunciando y que da lluvias torrenciales en muchas partes de nuestro país. La crisis climática lleva al planeta al verano más caluroso jamás registrado, según el diario El País de ayer mismo. Esta sería la cuarta evidencia.
El psicólogo positivista Seligman distingue dos fuentes de la felicidad: el placer y el sentido que da a la vida un determinado compromiso. En el primer caso, la felicidad acaba cuando acaba el placer. En el segundo caso, la felicidad perdura todo lo que perdure el propio compromiso. Creo que este segundo camino es lo mejor para conseguir el objetivo señalado de vivir una vida intensa. Por esto, nada mejor que comprometernos en combatir el cambio climático y también los bulos sobre la crisis financiera de nuestro sistema sanitario y de pensiones. Yo estoy comprometido en ambas cosas. Quizás por ello me sigo sintiendo joven y útil en este nuevo cumpleaños.
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