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Europa, en manos de canallas

Una vez más lo que no aparece en los medios de esta sociedad posmoderna no existe. La información es poder. Quien controla la información controla el poder. Así, de esta manera, la prensa vendida a esa ideología perversa llamada multiculturalismo silencia las tropelías cometidas por los inmigrantes en los distintos países europeos. Tanto es así que esa prensa vendida a la citada ideología multicultural suele callar la raza, o la etnia del agresor, incluso, si es un inmigrante. A este respecto, no ha dejado de llamarme la atención, en estos años de entrada masiva de inmigrantes, la agresividad, la violencia, la fiereza respecto de los autóctonos con que se conducen los inmigrantes venidos a Europa. Parece que les mueve una cierta clase de odio visceral, un odio enfermizo, hacia todo lo que sea europeo o raza blanca. Además, son delitos horribles y sin que los atacados hayan mediado palabra con el asesino inmigrado a Europa. Les da igual que sea hombre, mujer o niño, o, incluso, anciano. Es una fiereza que causa espanto, es la fiereza con la que se agreden en sus países de origen. Esa es la animalidad con que se conducen esos africanos negros en Sudáfrica cuando le meten una rueda de coche por la cabeza a un individuo hasta inmovilizarles los brazos para, a continuación, rociarlo de gasolina y prenderle fuego. O es la animalidad con esa blanca violada y asesinada en una calle de Pretoria por una turba de salvajes a la vista de todos los que pasaban por el lugar sin que nadie la hubiera socorrido. Pareciera que les mueve una furia infernal contra todo lo europeo, su cultura, sus costumbres, contra la raza blanca. Con razón lo llaman “odio africano”.
Oswald Spengler, pensador alemán medio olvidado, que vivió a caballo del siglo XIX y el XX, alertó que de lo poco que se puede conocer de los acontecimientos del futuro, una cosa es cierta: las fuerzas del movimiento del futuro no serán distintas a las del pasado: la voluntad del más fuerte, los instintos vitales, la raza, la voluntad de poseer y el poder. Spengler falleció en 1936, y a posteriori podemos comprobar que no se equivocó en su pronóstico. “Cuando los pensadores e idealistas –escribió Spengler– hablan de paz, tal y como lo han hecho desde tiempos inmemoriales, el efecto es desdeñable. Pero cuando unos pueblos enteros se vuelven pacifistas, estamos ante un síntoma de senilidad. Las razas fuertes y jóvenes no son pacifistas. Adoptar una posición tal es abandonar el futuro, ya que el ideal pacifista es una condición terminal que es contraria a los hechos básicos de la existencia. Mientras el hombre siga evolucionando habrá guerras. El pacifismo significa dejar a los no-pacifistas tomar el control. El pacifismo permanecerá como un ideal, la guerra como un hecho. Si las razas blancas están decididas nunca más a hacer la guerra, las razas de color actuarán de distinta manera y se convertirán en las dueñas del mundo”. Ahora bien, para entender el pensamiento de Spengler, habrá que recordar que consideraba que las culturas, como cuerpos individuales, pasaban por un ciclo vital de cuatro etapas: Juventud, Crecimiento, Florecimiento y Decadencia. Según su criterio, Occidente se enfrenta a su decadencia, da síntomas de senilidad. De esta larga cita, podría deducirse la respuesta a cuál es la causa del comportamiento violento de los inmigrantes en Europa. Las razas fuertes y jóvenes no son pacifistas, y, lamentablemente, Europa, Occidente, se ha hecho pacifista, y hemos abandonados el futuro, estamos en una condición terminal. Estamos en manos de los inmigrantes que pertenecen a razas fuertes, jóvenes y violentas.     
La lista de las tropelías que cometen los inmigrantes en los países europeos es larga, triste y estremecedora, lista que la miserable prensa europea vendida al sistema y a la ideología multicultural oculta cuidadosa y vilmente para mantener al ciudadano en la creencia de que la mala de la película es la sociedad de acogida y el bueno es ese inmigrante que es ayudado a bajar de la chalupa con cara de dolor y casi arrastras. Pero, eso sí, apenas ese ilegal ha mentido respecto de su procedencia y ha sido provisto de ropa nueva y un sito en el CETI, es cuando empieza a maquinar para evitar ser deportado y, así, cometerá delitos para ser internado en una cárcel española de 5 estrellas para vivir a cuerpo de rey, a costa del contribuyente español. Una vez que ha cumplido, se le abona a lo que tiene derecho, se queda en el país acogido por las infames ONG y, andando el tiempo, se le concede la nacionalidad, porque, pobrecito, al cabo de los años no se le va a deportar a su país, además, cuál es su país. En fin, que ese inmigrante ilegal, pasado por la cárcel, es tan español como usted o yo, e incluso le mirará por encima del hombro y le llamará ¡racista! en su puta cara, amigo, y usted, amigo, tendrá que aguantarse y joderse.  
Lo siniestro de toda esta historia es que cualquier organismo sano, ante estas invasiones, hubiera respondido inmediatamente, hubiera saltado como un muelle, pero nada de esto ha sucedido con la mayoría de los ciudadanos europeos. ¿Por qué? Pues porque se han encargado de desactivar al ciudadano haciendo de él un ser pasivo, conformista, indolente, entregado, aborregado, bovino, silencioso e indiferente. Así, el ciudadano europeo ha sido manipulado por la infame y traidora casta política (con sus leyes-mordaza), los sindicatos, las ONG, la iglesia y sus obispos, con Cáritas incluida, y todos aquellos cooperadores necesarios, convertidos en apóstoles de esa ideología criminal llamada multiculturalismo. Los europeos han perdido el instinto natural de supervivencia y conservación, y, salvo los que aún conservan la mente clara y se dan cuenta de la gravedad de esta masiva inmigración, la gran mayoría de los europeos ha entregado la cuchara, se ha rendido y, convertida en odiadora de su misma estirpe europea y despojada de toda sensibilidad, está siendo conducida alegremente al matadero. Así, es tal la estulticia del ciudadano que se opone a que el gobierno blinde adecuadamente la valla del perímetro de Melilla, aludiendo a unos supuestos derechos del inmigrante ilegal. Vivir para ver.
Todo es una puta mentira. Nos hacen vivir en una mentira permanente respecto de la inmigración. Nos mintieron y nos siguen mintiendo. El engaño consiste, no sólo en predicar la bondad de la inmigración, sino en hacer creer que los que se oponen a esta inmigración masiva son racistas, xenófobos y fascistas. Todo es una descomunal mentira vergonzante. Si no, véanse esas leyes-mordaza que tratan de evitar que la verdad sobre esta inmigración masiva y las tropelías que cometen los inmigrantes salgan a la luz, salgan a la superficie,  tratan de evitar que el ciudadano de a pie se dé cuenta fehaciente de la perversidad de una inmigración de estas características. Se trata de vivir una mentira como si fuera lo mas natural del mundo, escribe, con razón, Antonio Valdivia. ¿Quién en su sano juicio puede llegar a pensar que esa marabunta inmigrada sea un beneficio para nuestro país? Todo lo contrario, la inmigración descontrolada es uno de los peligros para la seguridad interior de los países. Ningún país puede permitir en su interior un cuerpo extraño y además maligno, como la inmigración descontrolada, pues siempre estará debilitado, y, al final, ese cuerpo extraño, lo matará. Como sucederá en los países europeos con la inmigración masiva.
Al final de toda esta historia se halla el Nuevo Orden Mundial y sus muñidores, el sionismo y la masonería, con la complicidad de los organismos supranacionales como la UE y la ONU, verdaderos nidos de filosionistas y filomasones. La ONU es una organización de “naturaleza nuevo-orden” y mundialista que mira hacia otro lado y oculta el acendrado racismo antiblanco que se está llevando a cabo en los países europeos y de la negritud, en colaboración con la mayoría, por no decir todos, de los gobiernos de los países europeos. Si no fuera así, no se comprendería que los Estados permitan la invasión de sus países, a menos que de lo que se trate sea de disolver las fronteras por medio de la inmigración masiva. A estas alturas ya no se puede hablar de inmigración, estamos hablando de invasión.
Para concluir, diré que lo relacionado con la inmigración masiva me produce, digamos, angustia, aflicción, porque es significativo que un país tenga un espanto, como es la inmigración desaforada, y se encoja de hombros. ¡Y se encoja de hombros, oiga! No lo puedo entender después de tantos años. Pero lo que sí entiendo es que Europa está en manos de canallas. Eso sí lo puedo entender.

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