El presidente de la Ciudad, devenido en émula dignidad de jefe de Estado, facilitó una entrevista a este medio de comunicación con motivo del Día de Ceuta, cuyo resumen, a modo de rutilante titular, expresaba con didáctica ufanía: “A los ceutíes ya no les preocupa que Ceuta sea Comunidad Autónoma”. Le asiste toda la razón. Lo que no explicó es si eso es bueno… o malo.
Antes de profundizar en esta sentencia, y para una mejor comprensión, utilizaremos un símil. Imaginemos una familia muy preocupada por los estudios de su hijo. Son conscientes de la importancia del proceso de formación de su vástago para el futuro. Sin embargo, el joven no consigue de ninguna manera encauzar su vida académica; y la familia responde entregada a esa noble causa. Todo esfuerzo es poco. Se invierte una fuerte suma dinero y el desvelo permanente de todo el entorno. Transcurren los años, y a pesar de todo lo intentado, el muchacho abandona los estudios. En ese momento, el padre (o la madre) dicen con gesto ufano: “Los estudios de nuestro hijo ya no preocupan a la familia” ¿Qué opinión nos merecería tal afirmación? Parece que la estupidez es la definición más precisa.
Es absolutamente cierto que la mayoría de los ciudadanos no encuentran en la reivindicación de la Transitoria Quinta una prioridad. Este hecho tiene su reflejo institucional. En esta legislatura, y por primera vez, el Pleno de la Asamblea rechazo una propuesta para exigir el derecho de Ceuta a ser Comunidad Autónoma. Sólo cuatro votos, los de Caballas (única formación localista) se pronunciaron a favor. El bipartidismo en bloque (veintiún votos) firmó el certificado de defunción de la lucha por la autonomía.
Esta indisimulable deserción implica que Ceuta se ha resignado a ser un apóstrofe descatalogado, dotado de un régimen administrativo diferente al del resto del Estado del que forma parte (España). Así lo exige Marruecos. Es conveniente (aunque duro) recordar que esa una de las condiciones (la más significativa) para definir un territorio como colonia. El tiempo hará el resto…
Durante muchos años, los ceutíes dieron muestras palpables de amar este pueblo. Se entregaron a una causa justa con espíritu infatigable. No había obstáculo que no estuviéramos dispuestos a salvar. Discrepábamos en miles de asuntos, pero nos uníamos como una sola voz luchando por defender nuestra tierra y su españolidad, como seña de identidad por excelencia. Todos sabíamos (y seguimos sabiendo) que el futuro de Ceuta quedaría garantizado si alcanzamos el estatus de Comunidad Autónoma, que es lo que nos iguala con el resto de territorios españoles y nos incardina en el Estado de las Autonomías como miembros de pleno derecho. También lo sabe Marruecos. Por ese motivo, se opone rotundamente. Durante mucho tiempo, creímos. La gente de Ceuta nos sentíamos unidos. Y capaces de todo.
El PSOE fue el primero en pasarse al bando contrario. El primer traidor. Su Gobierno fue el precursor de la fatídica frase: “Ceuta es una cuestión de Estado”, que en realidad quería decir: “En Ceuta no se pueda hacer nada que no tolere Marruecos”. Cuando el Partido Popular accedió al Gobierno de la Nación, se travistió de manera fulminante. Abrazó con la fuerza del converso la teoría acuñada por el PSOE, y traiciona de manera ignominiosa a todos los ceutíes. Desde entonces, el todopoderoso bipartidismo despliega una pertinaz labor propagandística para demoler el espíritu autonomista, con evidente éxito.
Entre los dos partidos traidores, sumisos a los dictados de Marruecos, han logrado que los ceutíes dejen de querer a su tierra. Nos han convertido en un pueblo indolente, sin anhelos comunes ni inquietudes colectivas. Sólo nos preocupamos de los intereses de cada cual a corto plazo, con la vista puesta en otras latitudes. Ya no quedan Caballas. Y de eso presume el presidente con estúpida ufanía.