Colaboraciones

El Estrecho de Gibraltar: La travesía más dispar de cuántas se conocen”

Conforme nos aproximamos al mitológico pórtico del Estrecho de Gibraltar, sus insondables aguas, quizás, por momentos desiertas y sosegadas, y en un santiamén, concurridas y vorazmente agitadas, difícilmente pueden esconderse los interminables surcos de muchos siglos de Historia en una imponente travesía civilizatoria.
Y es que, desde estas corrientes marinas de tránsitos impertérritos, se asoman sin querer las legendarias Columnas de Hércules, que sellan la embocadura oriental del Estrecho junto al monte Musa o mujer muerta, inclinado sobre el solitario islote del Perejil, a cuyos escasos metros sobresale la excelsa Ciudad Autónoma de Ceuta.
Nudo tras nudo, el Mar Mediterráneo imperturbable, retraído y denso se achica hasta atemperarse en una especie de embudo geográfico de ocho millas en su situación más quebrada, que aparta a un antojadizo frontispicio natural de África y Europa, o según lo contemplemos, Europa y África.
En las entrañas de este cuello de botella, que es como se parece, muchas embarcaciones se perdieron sin dejar rastro; pero, de repente, nos topamos ante las aguas del Océano Atlántico, más templadas, menos enrarecidas y abiertas, desbordando todopoderosas al avivado Mediterráneo; un choque de placas entre corrientes temerarias que, junto a la silueta escabrosa de ambos márgenes, fustigan a los vientos que dicen estar aquí con inesperados temporales que no se resisten.
Un punto neurálgico singular de la Tierra, que únicamente es tolerado por aquellos hombres de la mar más curtidos y experimentados.
Ya, desde épocas antiquísimas, el Estrecho de Gibraltar simbolizaba la seña de partida de crucial trascendencia para las diversas civilizaciones; siendo cuantiosas las poblaciones que han batallado por conseguir el dominio de los exiguos catorce kilómetros de franja marítima que aparta África de Europa.
Dos espacios a modo de continentes, a los que en lenguaje coloquial podríamos encuadrarlos ante la dicotomía de un mundo decadente y necesitado y un mundo próspero y opulento; una conclusión que es fácil de ratificar, efectuando una simple comparativa en los límites fronterizos más opuestos en renta per cápita y en el índice de desarrollo humano.
Una divisoria que se quiebra entre el norte y el sur y que es la más discordante, sobrepasando en cuanto a peculiaridades a la de Alemania con Polonia o la de Estados Unidos con México, que en su conjunto de elementos obtiene como fruto una presión migratoria ingente en aguas del Estrecho; si bien, para los jóvenes africanos estas aguas se convierten en la última parada antes de tocar Europa.
Una parte como ninguna otra donde se aglutinan advertencias, peligros y coyunturas de primer orden. Una frontera inestable que encadena culturas, religiones, economías, demografías y formas de vivir muy dispares.
Porque, en cierta manera, el Estrecho de Gibraltar coliga y a la vez retrae, es algo así como una encrucijada y un sendero imperativo entre el sudeste asiático, China y Oriente Próximo; al mismo tiempo, que el protagonismo que adquieren sus mercancías y energía y los litorales occidentales de Europa, África y América, que lo convierten en el mayor en cuanto a la densidad de circulación en ese otro comercio global. Es preciso incidir, que por aquí transcurren cada año más del 10% del tráfico marítimo internacional, una proporción que se eleva en el caso de los petroleros, por ser una conexión principal con las partes de mayor industria petrolera como el Golfo Pérsico; sin obviar, el canal que une el Magreb con Europa, que atraviesa el Estrecho.
Por ende, aquí se concentran los dos puertos con más operaciones del Mediterráneo. Me refiero a la bahía de Algeciras, que gradualmente se ha transformado en el centro estratégico de transporte de mercancías entre Oriente y Occidente; y por otro, la comarca portuaria de Tánger Med, de gran calado en la vertiente marroquí, circundado por un sector franco de importantes actividades industriales y logísticas y en curso de acometerse su segunda fase, que a buen seguro centralizará el tráfico comercial de la fachada occidental del continente africano.
Llegado hasta aquí, por este paso de cien kilómetros circulan la mitad de la comercialización mundial y un tercio del gas y el petróleo, lo que supone el 80% y una cantidad equivalente en las mercancías de hidrocarburos, buques gasísticos y materias primas de la Unión Europea (UE).
Por esta teoría, una de las respuestas geoestratégicas y económicas más significativas durante la Guerra Fría (1947-1991) y que curiosamente parece no haber finalizado en esta zona, estriba en no contemplarse con buenos ojos que un solo estado, en este caso España, gobernase las dos orillas del Estrecho de Gibraltar. Fundamentación por la que el Reino Unido jamás ha cedido la colonia británica de Gibraltar, ni España tampoco lo ha hecho con la Ciudad Autónoma de Ceuta.
De ahí, que en las constantes vitales de estas aguas, se afanen sin tregua entre otros: el Centro Nacional de Inteligencia, haciendo hincapié en aparentes pesqueros y navíos oceanográficos de origen ruso que enmascaran prácticas de espionajes, fundamentalmente, cuando concurren movimientos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) o sistemas de monitorización de la Marina Real británica, en inglés Royal Navy. E incluso, la defensa de infraestructuras críticas, como los sofisticados Sistemas de Vigilancia norteamericano en la Base Naval de Rota, que concreta la piedra angular del denominado ‘Escudo Antimisiles’ de la OTAN, o la totalidad de los componentes que integran la flota española reunida en Cádiz.
O igualmente, la presencia apenas indiscreta, de aviones de inspección marítima del ejército del aire español y estadunidense procedentes de la Base Aérea de Morón.
Tampoco puede ser menos, el ‘Sistema Santiago’ de Guerra Electrónica activado en las dos costas; o el ojo de la Defensa Española enclavado en el frente geoestratégico del Estrecho, o lo que es igual, el Centro de Operaciones de Artillería de Costa RACTA-4, operante en el término municipal de Tarifa junto al de Punta Camarinal, preparado para delatar objetivos navales a veinte kilómetros; o los ‘Misiles Antiaéreos Patriot’ operacionales en el Regimiento de Artillería Antiaérea N.º 74 de San Roque, que detecta amenazas a ciento cincuenta kilómetros de distancia.
Pero, sin perder un ápice de lo que acontece en las inmediaciones de las aguas del Estrecho, se encuentra la nueva Base Naval marroquí de Ksar Sghir, a tan solo veinte kilómetros de Ceuta, donde se reúnen las naves de guerra más modernas de elaboración europea.
Por lo tanto, habría mucho que cuestionar y también que argumentar en esta línea equidistante media, entre los extremos de Marruecos y España.
A partir de aquí, tal y como se han ido desencadenando los últimos acontecimientos, el Estrecho de Gibraltar se ha alineado como uno de los lugares más candentes de la Estrategia de Seguridad de la OTAN y la UE; lógicamente, a la sombra del yihadismo, un neologismo occidental aplicado para designar a las ramas más violentas y radicales del terrorismo, agrupado entre la zona del Sahel y dos países ribereños esenciales para el abastecimiento energético de España: Argelia y Libia.
Por si quedase algún otro ingrediente que precisar en estas aguas, ellas mismas acogen el avance majestuoso de la expedición de Estados Unidos en sus acciones de despliegue en África, Asia y el Magreb y desde Kuwait e Irak hasta Afganistán, Somalia y Libia. Siendo una certeza, que desde la Segunda Guerra Mundial, los conflictos en los que ha intervenido, le han hecho enfilar este atajo marino.
La magnitud adquirida por el Estrecho de Gibraltar en lo que atañe a la economía mundial, debe sustraerse por su apreciable valía estratégica y militar, que la han reportado a largos laberintos entre potencias, que ante todo, han pugnado por ampliar su supremacía.
Mismamente, entre ambos lados de estas aguas yace el Peñón de Gibraltar, que desde su elevación de 426 metros proporciona una visión inmejorable de todo lo que sucede en la bifurcación del mar con el océano; la disposición geomorfológica que exhibe, ha hecho que en numerosas oportunidades los gobiernos de España y Reino Unido se hayan enfrentado por la soberanía de esta roca.
Por ello, desde los inicios del siglo XVIII este lugar ha persistido en manos británicas, siéndole imprescindible a la hora de acelerar las diligencias comerciales con Asia, así como de ser garante de su propia protección, tal y como se pudo constatar en el intervalo de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Asimismo, como resultado de una modesta legislación y de un régimen fiscal específico, que en los últimos años se ha retocado para acomodarse a los requerimientos de la UE, este paraje ha pasado a ser un centro financiero, que cada día se hace más atrayente a los ojos de las sociedades que actúan. Disponiendo de un estatuto internacional, que desde el año 1982 reconoce que cualquier estado pueda circular libremente, ya sea por vía marítima o aérea, en superficie o sumergido, sin tener que dar cuentas a los países limítrofes.
En otras palabras, los británicos pueden dejar trasladarse, proveer y arribar a su capricho, tanto barcos de guerra como submarinos nucleares que irrumpen o parten del Mar Mediterráneo.
Paradójicamente, ocurre lo contrario con España, que está comprometida a rendir cuentas ante la OTAN y otras naciones, si llegado el caso, autorizara a columnas armadas a surtirse en otras posiciones emplazadas en la demarcación.
Un ejemplo incuestionable que puede sintetizar lo anteriormente expuesto, es la controversia ocasionada por la flota de naves rusas que se encaminaban a la Guerra de Siria, a la que el Gobierno español había preautorizado para repostar en la Ciudad Autónoma de Ceuta.
Del mismo modo, el Estrecho de Gibraltar podría catalogarse como un entresijo de rutas, en el que se amasan todo tipo de actos ilegales afines al crimen organizado; aparte, de drogas y armas y el paso en el anonimato de inmigrantes, que tan desalentadores resultados han proporcionado en las últimas épocas.
Sin soslayar, las nebulosas tramas con el terrorismo yihadista, que como antes se ha citado, se centraliza en el cinturón del Sahel, que franquea el continente africano, desde el Océano Atlántico en el oeste al Mar Rojo en el este, aprovechándose de alternativa entre el desierto del Sáhara y la sabana africana.
Dentro de esta complejidad geofísica del Estrecho de Gibraltar y de las maniobras clandestinas que percuten a diario, reside con protagonismo el Reino de Marruecos como el segundo productor de hachís tras Afganistán, y España, como la tierra de locomoción y entrega más breve hacia Europa.
Evidentemente, en aras de la realidad estratégica que despliegan Ceuta y Melilla, ambas Ciudades Autónomas conjeturan el flanco sur y suroccidental de Europa y el control de estas aguas, erigiéndose en la cuña sur de la seguridad de España y en el primer escalón defensor de cualquier agresión al Estrecho venida desde Oriente o África.
Es necesario recapitular, que durante numerosos tiempos, el Estrecho de Gibraltar ha figurado como el punto cardinal de acciones ilícitas, desde donde las mafias han efectuado los mayores desplazamientos de inmigrantes en situación irregular con todo tipo de artimañas; mientras que otros, han tratado de sortear los aledaños fronterizos de estas dos Ciudades, como trampolín para llegar a Europa.
Después, lo irracional ha surgido con miles de episodios de inmigrantes hacinados en inconsistentes barcas, que han confirmado graves anomalías y daños en esta forma de viajar, por un tramo de empicadas corrientes marinas como las que se conforman en la contigüidad del Mar Mediterráneo con el Océano Atlántico.
Indudablemente, la intensificación de las inspecciones por parte de las autoridades españolas y marroquíes, ha simplificado la cifra en el número de pateras que pretenden superar cada año el Estrecho. Toda vez, que el negocio sumergido en condiciones inhumanas se mantiene firme como uno de los caballos de batalla, a los que cada jornada deben hacer frente los agentes de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.
Consecuentemente, las estructuras criminales han echado la vista a otros itinerarios más extensos y menos inquiridos, pero, a pesar de ello, prosiguen interceptándose innumerables embarcaciones rescatadas en estas aguas, lo que evidencia que la lucha no cesa y es imperturbable.
En esta tesitura, las muchas actividades perpetradas que se tratan de solapar con todo tipo de argucias, han acrecentado la agudeza a la hora de embaucar los registros o revisiones. Así, ante una mayor presión que a duras penas parece pasar inadvertida, ha conllevado que se hayan establecido otros trayectos, en los que la droga es trasladada desde estados de Latino América hasta los litorales subsaharianos.
Una vez que la mercancía desemboca en África, comienzan a moverse toda una red de contactos entre las organizaciones criminales y los grupos yihadistas que traman en el desierto del Sahel.
La otra cara de la moneda subyace en los cargamentos de drogas, que en último lugar consiguen penetrar en el Norte de África, sin eludir, el papel preponderante, de quiénes desde ambas orillas buscan en el narcotráfico una salida para subsistir.
Su colaboración se basa elementalmente en el manejo de pesqueros, lanchas impulsadas por motores de alta potencia y motos rápidas o aeroplanos a baja altura, que se destinan para transportar el cannabis en el menor tiempo posible.
A ello habría que añadir, que últimamente los progresos técnicos han reportado a los traficantes a introducir otro procedimiento para reubicar pequeños géneros de droga, como es el caso de la explotación de drones, que en ocasiones burlan las frecuencias de los Sistemas de Vigilancia instalados en el Estrecho.
De esta manera, el islamismo radical ha hallado en el negocio de las drogas un conducto sustancial de financiación, que, precisamente, ayuda a agrandar el desequilibrio habido en el Estrecho, dentro de su ideal persistente por amplificar el desconcierto y atenuar a los países que contemplan como sus adversarios.
Sin duda, los yihadistas son consecuentes, que la indisposición del Estrecho de Gibraltar causaría un difícil escenario energético y económico en gran parte de los estados europeos, por ello, su intromisión en las cuestiones que perturban a esta zona, se atisban como de mayor efecto.
En definitiva, diversos son los desafíos a los que ha de enfrentarse este foco inquietante, como es el Estrecho de Gibraltar; un teatro estratégico en el que inexcusablemente confluyen demasiados ingredientes para bien y para mal, una pequeña franja marina por la que transitan cientos de barcos, en algunos casos como rumbo de camino obligatorio para el comercio legítimo, y en otros, como un recorrido más reducido para el ingreso de ilícitos en el viejo continente.
Cualesquiera de los contratiempos calificados como graves en estas aguas, o sucesos que condicionaran su singladura, bien un hipotético desastre, atentado, vertido o incidente de un barco petrolífero o ferri, irremediablemente, obstruiría el tráfico marítimo y apremiaría a una inestabilidad energética de alarmante dimensión.
Aun así, no puede ser menos en este pasaje, la presión demográfica y las necesidades acuciantes de quiénes así lo manifiestan, hasta dar por iniciada una marcha que les llevará en dirección norte para alcanzar un sueño llamado Europa; pero antes, deberán salvar unas aguas que tienen como testigo al Estrecho de Gibraltar, donde, hoy por hoy, se desenmascara una de las mayores tragedias encarnadas en miles de personas, que cada día esperan su encrucijada particular, hasta toparse con ese intento del derecho a salvar el don más preciado: la vida, ante el anhelo de una nueva oportunidad.

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