Lo comentábamos el otro día en la tertulia ‘La voz del Faro’ que hemos inaugurado en la Cope: este pueblo no se merece el nivel de agresividad que está mostrando un grupo muy concreto de inmigrantes a las órdenes de su general. Y no lo merece porque es mucho lo que se ha luchado y se lucha para dar un trato digno a un fenómeno, el de la inmigración, que llegó a Ceuta antes del resto de España, obligándonos a ser los conejillos de indias en el trato y en las resoluciones que debían darse. Lo peor de la situación generada por este grupo de francófonos es el resquemor que están dejando entre los ceutíes y la sensación de rechazo que está anidando en una población que se ha convertido en víctima directa de las iras de un grupo manipulado, dirigido y orquestado desde su nacimiento, hace ya varios meses. Esa mujer que fue acosada en el Sardinero, ese niño que tuvo que agarrarse a su madre increpado por un francófono borracho o ese kiosquero que tuvo que morderse la lengua mientras le insultaban se han convertido en receptores de una situación descontrolada que la lideran unos delincuentes que están atentando, incluso, contra otros subsaharianos. Porque no nos olvidemos que en esta historia hay también víctimas y les aseguro que están aterrorizadas. Así como lo leen. Me ha tocado en las últimas semanas hablar con algunos de estos subsaharianos que temen hasta ser vistos dialogando con una periodista porque quienes trabajan a las órdenes de su general les pegan, les coaccionan y amenazan para que den un plante al Gobierno y abran las puertas a otros.
No sé ustedes como calificarían este tipo de comportamientos. En mi pueblo a esto se le llama mafia, da igual quien la protagonice. Las oenegés callan. Sólo una ha dado su visión a través de este diario, pero cayendo en la falta de claridad y contundencia a la hora de llamar a las cosas por su nombre. Y para eso deben estar también las oenegés: para defender a quienes representan la auténtica inmigración y denunciar a quienes son sólo delincuentes.