He dejado pasar dos días para ver la reacción de la clase política y de la prensa y no han conseguido cambiar o debilitar mis convicciones vividas en primera persona la imborrable experiencia de haberme sentido catalán por treinta y un años. Sin renunciar a mi melillismo hoy más activo que nunca. No me considero catalanista, ni autonomista, ni nacionalista español, menos independentista, pero respeto profundamente cualquier opción o concepción de Estado, siempre que esté enmarcada en las reglas de juego constitucionales haciendo uso del diálogo, del contraste y de la condena a conseguir el fin por la violencia valiendo y justificando cualquier medio.
España es una realidad presente que se proyecta en un futuro construido desde el día a día. Todos tenemos derecho a expresarnos y tener una visión, una concepción de lo que querríamos imponiéndose el pragmatismo de lo que somos, sin aceleraciones ni sueños imposibles donde la realidad manda.
Que la derecha nacional sea inmovilista y prevalezca en ella, “el una, grande y libre”, es problema que les corresponde solucionar por evolución y puro dinamismo. Si quieren defender el anclado historicismo conservador, allá ellos, pero los cambios son imparables, tiempo al tiempo, y los protagonistas los pueblos y los deseos de llegar a metas a conseguir cuando las condiciones están creadas y por madurez, llegan por su propio peso.
Con la esperada, cuatro largos años, sentencia del Tribunal Constitucional no se consigue ni de menos el encaje de los soberanistas catalanes en el modelo autonómico estatal actual. Sociológicamente están casi al 50% siendo la otra mitad de plena identificación y orgullo de sentirse español y catalán siendo encuentro y convivencia de conservadores, centristas e izquierda no nacionalista.
No es de recibo el trabajo de extensión de la catalanofobia desarrollado por poderes fácticos y medios, interesados en deformar la realidad en la que fácilmente lo predicado se ha convertido en discurso y argumento simplista de muchos ciudadanos, que expresan sin conocer la Catalunya de todos, también sentirla como nuestra, respetando y conociendo su historia y sus anhelos de reconocimiento identitario, atacados, ninguneados, sustraídos en otros contextos históricos de visión homogénea y única del entramado patrio.
Los independentistas que estaban en sus cotas mínimas encuentran ahora argumentos para seguir con sus postulados pero en breve la cresta de la ola se desvanecerá por necesidad de buscar la armonía, en sentirnos responsablemente cómodos, por querer seguir compartiendo lo que tanto nos une, triunfando el respeto, la cordura, el “seny” y la tolerancia en un mundo cada vez más globalizado en valores y superador de fronteras.
La sentencia llega tarde e inoportuna, en plena entrada de campaña electoral autonómica, donde las opciones políticas distorsionan, ponen el acento y cargan las tintas en aspectos programáticos sin renunciar al escaparate. Aprovecharán el fallo y sus interpretaciones para demostrar su/s razones, pero tras esta tensión y radicalidad, se irá imponiendo el equilibrio, sin desmerecer el pronunciamiento de la ciudadanía en las urnas, donde dícese reside el poder que luego diez notables juristas constitucionalistas interpretan de manera infalible y última.
Existe pues una Catalunya solidaria, consciente, responsable con el devenir conjunto no exento de desencuentros familiares. Intentemos ver todas las posiciones, análisis y visiones desde actitudes democráticas de libertad, racionalidad y cordura.
Con esta primera parte espero satisfacer la demanda clamorosa de compañeros y vecinos que me lo reclamaban, no esquivando la situación y expresándolo desde esta, una opinión más que no verdad única, simplemente por humano y sometido al contraste respetuoso, coincidente o discrepante lector. Catalunya sempre al cor, t’ estimaré de per vida.
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