Opinión

La estampa idealizada del protectorado español que ahuyentaba la realidad imperante

Si el marco temporal de los años iniciales de posguerra fueron fundamentalmente trémulos a nivel general, la campaña promovida por las autoridades coloniales francesas y españolas para atenazar la revitalización del nacionalismo marroquí como símbolo de la independencia y el anticolonialismo, aquello ennegrecía una atmósfera sumamente enrevesada y llena de dificultades en la que no iba a ser menos la instrumentalización de la política colonial de España, como modus operandi propagandístico para robustecer sus intereses al margen del continente africano.

Dicho esto, valiéndose de la iconografía como herramienta efervescente de una hechura contrahecha a la conveniencia, los pesos pesados del Protectorado emprendieron una concepción sublimada de Marruecos, sobre la que se cimentó el carácter colonial en exposiciones nacionales e internacionales y en elementos de impulso turístico como carteles, sellos o postales.

Claro está, que en esta estampa artificiosa del Imperio Jerifiano era imprescindible abarcar, aunque de modo ocasional, figuraciones visuales enfocadas a engrandecer la modernización que inyectaba el país protector como trenes, automóviles, carreteras o puentes. No obstante, la instantánea originada de los colonizados coexistió con la percepción negativa de la urbe marroquí.

Adelantándome a lo que fundamentaré, con el paso del tiempo diversas interpretaciones echaron por tierra la retahíla de estereotipos asumiéndolos como válidos, porque en 1912 se proclamó el Protectorado y parte del colonialismo franco-hispano.

No debiendo obviar de este escenario súbito, la legitimidad del mandato que tanto Francia como España acogieron de las potencias concurrentes en la Conferencia de Algeciras (16-I-1906/7-IV-1906), ya que exigía a ambos conceder un trato considerado a los colonizados. Y como no podía ser de otra manera, la propaganda gráfica suscitada por la administración fue remisa en los trechos respectivos que derivaron, porque a fin de cuentas la total conquista y pacificación del espacio establecido no se consumó hasta el año 1927.

Por lo tanto, no ha de sorprender que un detalle oficial, pero sobre todo de cara a la galería, sea el que explícitamente se exhibe en los certificados de concesión de las Medallas de la Paz de Marruecos, en cuya descriptiva aflora en el instante de depositar las armas, varios marroquíes a pie enjuto y a caballo.

Con estas connotaciones preliminares, el engendro iconográfico de la administración colonial española, tal como se compuso en la metrópoli y la apariencia que procuró rendir al país alauita, encerraba un objetivo cuidadosamente definido. A este tenor, gracias a lo que estaba en juego, España pretendiendo adentrarse como potencia en el tablero europeo, a duras penas libraba la empresa de poder protector sobre Marruecos, no pudiendo pasar por alto que por muy nominal que este fuera, el papel atribuido en la tangente modernizadora y civilizadora era un hecho confirmado.

De ahí, que la delegación colonial tuviese especial comedimiento en la implementación de los eventos de índole social, académico o artístico, haciendo aparecer en primera plana a Marruecos, con la premisa de darle el suficiente empaque a los cambios que su tarea civilizadora iba incorporando.

Paulatinamente estas imágenes se orientan en los carices propios de la colonización, hasta encarnar el complemento específico de una moderna mano de obra sanitaria como punta de lanza.

“El engendro iconográfico de la administración colonial española, tal como se compuso en la metrópoli y la apariencia que procuró rendir al país alauita, encerraba un objetivo cuidadosamente definido: el reflejo imaginario de un Marruecos próspero”

Prueba de ello es la insistencia de los delegados españoles a la hora de analizar una realidad de extrema gravedad como algo calamitoso, refiriéndose entre algunas, a la lucha contra enfermedades infecciosas como la malaria o el tifus, enfatizando el calibre conferido a la salud y a los procedimientos prácticos sanitarios en el Marruecos de los primeros años de los noventa, en los que el plasmodio de estos padecimientos era un actor histórico ignorado.

Al describir escuetamente algunas alusiones con respecto a la epidemia de la malaria, surgen algunos carteles con evidente proyección de la tendencia vanguardista europea que arribó en España en la Segunda República (14-IV-1931/1-IV-1939), haciendo expresa alusión a una enfermedad potencialmente letal.

Ello revela que examinando los mensajes de texto en árabe y castellano advirtiendo la aparición de la malaria, se enfilan primordialmente a los colonos occidentales. En cambio, otro anuncio de menor magnitud, pero más oportunista en su encaje, se encamina a los pobladores bereberes, como ilustración de intenciones del sujeto acicalado con chilaba que comparece al consultorio visiblemente flexionado, abrumado y ayudándose de un apoyo, y minutos más tarde sale enderezado y sin el requerimiento de bastón.

Otro de los aspectos que desenmascara la entelequia idealizada sobre Marruecos, hay que referirla a los mapas realizados por uno de los grandes artistas de la Generación del 27. Me refiero al dramaturgo, guionista, director de cine, historiador de teatro e incluso humorista, Francisco López Rubio (1855-1965), con cuyo cartel litográfico titulado ‘España y Marruecos Español’, escenifica una terminología con fuerte carga propagandística del Protectorado en Marruecos.

Curiosamente, no se constata el contraste habido en el comercio facilitado a la Península Ibérica, que con el concerniente a Marruecos. Únicamente se tercia una desproporción en la zona del Protectorado francés, en la que existen indicativos de empresarios y operaciones industriales.

Por lo demás, permanece la identificación protagonista de la urbe autóctona, como pormenoriza literalmente el epígrafe del cartel español en Marruecos y que por su notable fuente historiográfica, nos brinda la forma de reconstruir el punto de vista del lapso retratado.

La leyenda que pretende inocular una imaginación idealista y carente de fundamento, dice al pie de la letra: “Marruecos y España constituyen partes integrantes de un país de transición entre Europa y África. La Geografía y la Historia, la Botánica y la Zoología, la Antropología y la Etnología, todo nos demuestra la unidad de los dos países. Marruecos y España elaboraron juntas el período más glorioso de la civilización universal; hoy, ante la crisis de las ideas, ante el materialismo que amenaza destruir la entraña del mundo, vuelve a alzarse en Occidente, un magnífico renacimiento, el faro luminoso de la cultura hispanoárabe. Este mapa quiere dar a conocer, en variados aspectos, la parte Norte de Marruecos, un Marruecos que las conveniencias internacionales hicieron dividir en trozos, como si el alma de un pueblo de tan brillante historia pudiera trocarse. La realidad de la vida de los pueblos, más fuerte que los manejos artificiosos de la diplomacia, trabaja cada día por la unidad de un Imperio a quien tanto ama España y por el florecimiento de un pueblo que tanto deben conocer, para amarlo, los españoles”.

En tanto y respetando el elenco de conexiones públicas, la gestión española hubo de ponerse manos a la obra con la construcción entre algunos, de vías férreas o espacios representativos. Al mismo tiempo, estos recintos se explotan al máximo para rematar el ornato propagandístico del esfuerzo colonial. Ejemplo de ello es la ‘Exposición de Obras Públicas’ coordinada por la Alta Comisaría de España en Marruecos, en cooperación con el Ministerio de Obras Públicas en Tetuán. El cartel lo estampó el Instituto Geográfico Catastral Nacional, por aquel entonces, institución referencial en Madrid, en las disciplinas como la geodesia, geofísica, astronomía, cartografía e información geográfica, exponiéndose en una perspectiva africana con un realce árabe de color blanco y al fondo con palmeras, al objeto de hacerlo más llamativo.

En primer plano, un individuo marroquí solícito y bien retocado contempla el entorno al cobijo de una palmera, con tronco áspero, cilíndrico y hojas pecioladas. Resaltando el nervio central de las mismas, siempre recio y leñoso. Y cómo no, una carretera asfaltada y perfectamente caracterizada. O séase, las velocidades con destello a su kilometraje, la banda protectora y la indicación de curvas.

También ha de subrayarse las editoriales de los rotativos oficiales, donde quedan todo tipo de evidencias de un perfil a primera vista ceremonioso y no paternalista de los colonizadores, participando en ellas algunos de los más distinguidos dibujantes españoles del momento. Este es el caso concreto de la ‘Revista Africana’, subtitulada entre 1923 y 1936, ‘Revista de Tropas Coloniales’; o entre 1942, la ‘Revista Española de Colonización’ y su posterior desaparición en los años setenta.

Cabría significar, la asiduidad de una conformación emprendedora de jóvenes e incansables caricaturistas, quienes en su atrevimiento de consolidarse profesionalmente, marchan a Marruecos proporcionando bríos de restauración, aunque aún poco difundidos en la totalidad del grafismo hispano. Y en paralelo a la órbita de la arquitectura e iconografía, hombres perspicaces engarzaran prematuramente en Marruecos las más innovadoras metodologías arquitectónicas y gráficas.

En lo que atañe a la cartofilia o deltiología de la tarjeta postal circulada, hay que decir que la exigua producción hallada prosigue el mismo acomodo del resto de la elaboración gráfica: el prólogo paternalista de un Marruecos rutinario.

Curiosamente las postales reproducidas por el Instituto Nacional de Estadística, dependiente de la Presidencia del Gobierno, que esgrimían la cifra de marroquíes que conversaban el castellano, acabaron esfumándose de la noche a la mañana de estanterías y expositores de bibliotecas, imprentas y otros locales afines. Además, no ha de soslayarse el entramado de la pintura, al menos la entablada directamente tanto por la Dirección General de Marruecos y Colonias como por la Alta Comisaría.

Para ser más preciso en lo fundamentado, la Dirección General de Marruecos y Colonias, creó una ‘Exposición Anual de Pintura’ sobre tierras africanas. El propósito inicial residió en que las obras galardonadas en los certámenes subsiguientes pasarían a estar en posesión del susodicho organismo y que más adelante la traspasaría al Museo de África, que constituye el Instituto de Estudios Africanos y Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

En base a lo anterior hay que ceñirse a la Orden de Presidencia del Gobierno de fecha 10/VII/1946, por el que queda asociado al Consejo Superior de Investigaciones Científicas por medio del Patronato ‘Diego Saavedra Fajardo’. Sin embargo, este conserva su ensamble por el Director General de Marruecos y Colonias. A su vez, se encuentra administrado por la Junta de Gobierno y opera con varias secciones destinadas a áreas diferenciadas como Geología, Geografía, Física, Geografía Humana, Etnología, Arqueología y Arte, Botánica, Antropología o Medicina, otorgando envergadura a la actividad divulgativa mediante la puesta en escena de ciclos de conferencias, así como la publicidad de libros y revistas, entre ellas, ‘África’, correspondiente a los estudios hispano-africanos y fundada en 1924 por el General Gonzalo Queipo de Llano y Sierra (1875-1951).

Lo cierto es que el museo no llegó a construirse, pero cada año hasta la fecha de la Independencia de Marruecos, se llevaron a cabo múltiples exposiciones temporales de pintura. Con la peculiaridad que las obras finalistas deparaban una expresión propagandística de fondo en el cartelismo y la filatelia de Marruecos y de sus lugareños, comparable a la señalada en otras exposiciones. Asimismo, la promoción de este país en muestras y ferias, así como la estampa quimérica que extrajeron las autoridades coloniales comisionadas para vigorizar el turismo, más los encargados del servicio postal y las entidades u organismos administrativos que pusieron en circulación y financiaron los carteles, postales y documentales, se determinó en una representación análoga de los marroquíes.

En otras palabras: un reflejo imaginario en el que en todo momento era patente la superposición del estado protector satisfecho de un paternalismo notorio, donde al poblador marroquí se le trata con aparente comedimiento. Lógicamente, el alegato colonial tuvo espaciosas aportaciones de retoque político y especulación, pero también demandaba no poco de simulación. La argumentación indicada remolcaba como efecto efervescente que las apelaciones a estimar metafóricamente a los marroquíes, se apuntaba habitualmente a unos residentes indeterminados e inciertos y donde de ningún modo se debatía la influencia hispana en suelo africano.

Obviamente, llama la atención que se destapasen variaciones en etapas incomparables de la política española, como las caracterizadas en los cursos que comprenden de la dictadura (13-IX-1923/28-I-1930) de Miguel Primo de Rivera y Orbaneja (1870-1930), también Alto Comisario de España en Marruecos (16-X-1924/2-XI-1925), la Segunda República y el régimen franquista (1-IV-1939/20-XI-1975).

Tampoco es de extrañar que un único artista, Mariano Bertuchi Nieto (1884-1955), pintor que desarrolló la parte más superlativa de su trayectoria profesional en el Protectorado y por excelencia, valorado como el garante de amoldar el retrato de Marruecos en España a mediados del siglo XX, acabara convirtiéndose en el hacedor de poco más o menos, el conjunto de los carteles y sellos de correos, así como de la amplia mayoría de los diseños encontrados en las revistas oficiales. Ni tampoco que tuviese su papel preponderante en el esquema de los pabellones de Marruecos desplegado en la Exposición Iberoamericana realizada en Sevilla (9-V-1929/21-VI-1930); o en los años cuarenta y cincuenta, en la Feria de Muestras de Barcelona.

De este modo, en Bertuchi entienden que la iconografía norteafricana es sugestiva y podría transformarse en el escaparate oficial, tendiendo al guion de apartarse de las temáticas del orientalismo y adquiriendo el enfoque de un Marruecos saneado de caprichos ancestrales, atrayente y colmado de albor y tonalidades.

Ahora, los círculos políticos y culturales más próximos palpan en la destreza de Bertuchi una opción privilegiada para encarnar alguna de las páginas memorables de la colonización en la zona y por lo tanto, de resonancia en favor de España. El paradigma de Marruecos insertado tanto en carteles como en folletos turísticos, aunque infundido con algún énfasis paternalista, lo descorcha sumergido en un espejismo singular, fusionando puntadas de incuestionable modernidad. Una visual matizada que emite ese halo de admiración, ostentando dinamismo con callejuelas y calzadas limpias, o ese ejercicio metódico de las personas que irrumpen en las acciones extraordinarias.

Bertuchi logró refinar el panorama que en España se tenía de Marruecos, excluyendo dañinas perturbaciones recurrentes y transmitiendo una gama vistosamente acertada y sublime de la crónica diaria del Protectorado. Hasta el punto, de ser el pincel difusor del relato común del Marruecos colonial español, forjando ese transitar influyente que discurre ante sus agudezas, sin ninguna apetencia étnica o de excentricidad. Amén, que a pesar de su esmero artístico por el universo marroquí, también contrajo las riendas como alto funcionario de la administración colonial, no dejando en el tintero su personalización con la propia colonización de España, enalteciendo las hazañas en las campañas y el quehacer próspero de la urbe. De ahí, que tras su fallecimiento (Tetuán, 20/VI/1955) los periódicos de la época coincidiesen en realzar su fuste a la hora de precisar el emblema del Marruecos colonial.

Pronto, la composición magistral de Bertuchi se aprovecha copiosamente por el reclamo franquista, a los efectos de diseminar la labor de España en su protectorado sobre el Norte de Marruecos. La circunstancia de hacer hincapié en el señuelo industrial de Marruecos durante la represión de Francisco Franco Bahamonde (1892-1975), un período algo más favorable que los años anteriores bastante trémulos, se descifra por el hecho de atinarse abrumado por los ahogos económicos de la Península. Con lo cual, era imperativo reforzar la aplicación agrícola e industrial venida de Marruecos para surtir la metrópoli.

Por otro lado, tan precaria de géneros alimenticios, al igual que de productos semielaborados y materias primas, fuera como fuere, había que hacer alarde de los esfuerzos sacando músculo en la carta de presentación, en cuanto a la adaptación y modernismo de Marruecos, para que el altavoz promocional dirigido a los estados árabes, en la que la hermandad hispano-marroquí e hispano-árabe frecuentemente disfrazadas, cumplían un encargo cardinal. Cuestión vital para un régimen permanentemente recluso y abstraído internacionalmente por sus deslices.

A la postre, los funcionarios españoles cebaron un plantel purgado de Marruecos, en el que predominaron los modos de convivir enraizados y del ámbito agrario, cada uno de ellos circunscritos en un contexto sosegado, hacendoso y digamos que irreprochable. Esta definición estuvo salpicada de paternalismo, aunque es incontrastable que por muy intrigada que fuese, quiso ser complaciente con los colonizados.

Pese a todo, corresponde matizar y dejar plasmado en estas líneas, que este cuadro por momentos claroscuro, cohabitaba con la apreciación negativa que de Marruecos había deparado y seguía trascendiendo aún, en los colonialistas y orientalistas de tiempos pasados, así como de una parte manifiesta de la reproducción iconográfica, debida a la sutileza privada de la etapa pormenorizada.

“En esta estampa artificiosa del Imperio Jerifiano era imprescindible abarcar, aunque de modo ocasional, figuraciones visuales enfocadas a engrandecer la modernización que inyectaba el país protector como trenes, automóviles, carreteras o puentes”

En consecuencia, si los preámbulos de la posguerra emplazaron a hispanos y marroquíes en posturas bien distintas en la balanza, el proceder del régimen franquista y el hecho de que el fracaso de los fascismos le limitara en una paradoja inconcebible difícil de asimilar en el nuevo orden mundial, con el ocaso de los imperios coloniales y el pronunciamiento sincrónico de dos superpotencias: Estados Unidos y la antigua URSS, España se hallaba inhabilitada a un retraimiento político, diplomático y económico sin precedentes, que aunque de ningún modo llegó a superponerse en su conjunto, sí que acorraló a las autoridades franquistas a decretar las políticas de sustitución, para al menos aliviar los efectos desencadenantes de esta degradación.

En estas políticas catalogadas de angosta travesía de supervivencia, los nexos con América Latina, el Vaticano y cómo no, con el espectro árabe, básicamente, Marruecos, se vieron endurecidas con una serie de reglas que armonizaban la contención y a su vez, el lucimiento y las señas de signo cosmético. Cabiendo incluir una campaña propagandística desmedida, siempre conducente al enjuagado de imagen de hermanamiento para consumo exterior y proyectando voltear el trámite colonial en una especie de hermandad hispano-árabe.

Y en consonancia con este idílico Protectorado en el que su idealización aireaba la soflama de difusión, no ha de quedar al margen de esta disertación la figura del Jalifa, al disponerse éste en el paladín de la confraternidad entre españoles y marroquíes y donde el contrapeso del tradicionalismo iría desequilibrando el dibujo que brinda la nación colonizada.

De manera, que las funciones del Jalifa se vieron drásticamente inspeccionadas y sobredimensionadas por la Alta Comisaría para inspirar esta panorámica desencajada, de lo que por su naturaleza en sí envolvía la gestión colonial de la zona y el escenario reinante: la sumisión y el acatamiento por momentos embarazosos de las autoridades indígenas a las directrices de los administradores coloniales, mientras el impulso bajo cuerda de la revitalización del nacionalismo como nación independiente dentro y fuera del territorio marroquí iba in crescendo.

En todo caso, hay que recordar sucintamente que el Jalifa personificaba al Sultán, en tanto que máxima autoridad del Majzén Jalifiano y por tanto, se le confirmaba su aprobación al movimiento y el total respaldo a los nacionalistas de la demarcación española, al igual que la Alta Comisaría y el Majzén operaban con su Cuartel General en Tetuán, capital del Protectorado entre 1913 y 1956. La peliaguda conformidad entre ambas posiciones se erigió en una misión inalcanzable, debido a la política colonial desempeñada por la Alta Comisaría.

Finalmente, en este juego de desplantes y apuestas solapadas que prenden irremisiblemente los clichés y estereotipos en torno a la fraternidad de ambos pueblos, se encuentra uno de los más prolíficos ilustradores africanistas al servicio de la acción española en Marruecos: Bertuchi, que sin objetar su rastro paternalista en su deslumbre propagandístico, lleva la mano de un creador artístico detrás de su estandarización, hasta irradiar el punto culminante perfilado en dibujos y lienzos que condensan cordialidad y un tono reverente, impresionando con todo tipo de complementos la vida regular hecha con existencialismo, como los espacios urbanos y rurales, o zocos y cafetines, e incluso los atuendos del cuerpo de la Alta Comisaría, marcando su temperamento instrumental a la hora de generalizar el protagonismo hispano.

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