Titulo este artículo mitad paz, mitad guerra, invirtiendo el nombre de “Guerra y paz” de la obra de León Tolstói. Con el primer vocablo concedo mi prioridad anteponiendo siempre la “paz” a la “guerra”, porque hace más de dos mil años Cicerón ya dijo que “Prefería la paz más injusta, a la más justa de las guerras”. Cervantes en El Quijote, que: “La paz es el mayor bien que se tiene en la vida, y que no es bien que hombres honrados sean verdugos de otros hombres”. Benjamín Franklin, que: “Nunca hubo guerra buena ni paz mala”. Juan Pablo II, que: “La guerra es siempre una derrota de la humanidad”. Y Gandhi, que: “No hay camino para la paz, sino que la paz es el camino”. Vemos así, cómo los grandes pensadores abogan antes por la paz que por la guerra.
Entonces, ¿por qué casi siempre hay guerras?. La respuesta la dio el filósofo inglés Hobbe, aseverando en el siglo XVII: “Homo homini lupus” (El hombre es un lobo para el hombre). Y es que, aunque lo ideal sería que todos los países y seres humanos del mundo entero pudiéramos vivir siempre en paz y en buena armonía, sin hacernos daño unos a otros, y que nunca hubiera guerras ni violencias, la realidad de los hechos hace luego que eso sea una mera utopía. Las mismas personas, que tanto bien podríamos recibir de la paz, somos las que nos hacernos luego la guerra y la vida imposible unos a otros, porque somos belicosos por propia naturaleza. Quevedo nos lo dijo así: “Sale de la guerra, paz; de la paz, abundancia; de la abundancia, ocio; del ocio, vicio; y del vicio, guerra”. ¿ Y por qué abogando por la paz luego refiero aquí también la guerra?.
Aparentemente, en Europa ya no existen guerras, tampoco la “guerra fría”, ni peligro de guerra nuclear; ni existen los antiguos bloques beligerantes. Ahora ha emergido un nuevo marco de relaciones internacionales basadas más bien en el diálogo y en la cooperación entre Estados. Sin embargo, lo cierto es que hoy existen otras clases de guerras. Un ejemplo claro de ello se tiene en el integrismo fanático, el fundamentalismo religioso, el yihadismo, que se ha erigido en la más mortífera bomba del mundo. Además, los países y los individuos sufrimos hoy la violencia organizada y la delincuencia casi impune. Viví una época en que se dejaban las puertas de las viviendas abiertas de par en par, y a nadie se atrevía entrar a robar. Ahora se instalan puertas blindadas y acorazadas, y las fuerzan y entran con una facilidad pasmosa. Es rara la familia que no ha sufrido robo en su vivienda, vehículo o ha tenido algún atraco.
A veces, se sale cinco minutos de casa y cuando se regresa se encuentran los “okupas” dentro que se han adueñado del piso y luego hay que esperar años para poderlo recuperar, dejándolo destrozado. Hay grupos mafiosos y bandas organizadas de delincuentes que lo mismo roban un bolso de un tirón, que una cadena de oro que se lleve al cuello, teniendo la desvergüenza de preguntar si el robo se quiere o no con dolor, poniendo un cuchillo al cuello. La violencia de género está al orden del día; se asesina a mujeres simplemente por no tener su posesión sumisa; los secuestros exprés por teléfono es otra modalidad. Hoy, en fin, la vida de una persona no vale nada y los delitos se cometen a discreción, pese a la eficacia y profesionalidad de los Cuerpos de Seguridad, que no dan abasto y en bastantes casos carecen de los medios necesarios para poder llevar a cabo su difícil misión.
Pero obsérvese cómo en la relación de sucesos y autoría de los mismos, en un altísimo porcentaje son cometidos por extranjeros. Muchos delincuentes huyen de sus países con democracias consolidadas, de lo difícil que le ponen allí delinquir, para venir a refugiarse en las democracias blandas y permisivas. Y es que en España no hay término medio; o con regímenes autoritarios ponen a los delincuentes más derechos que una vela, o con gobiernos blandos hay que ir detrás de los delincuentes con velas encendidas rogando por sus sacrosantos derechos humanos, parapeto tantas veces de sus numerosas fechorías delictivas. Y creo que ni lo uno, ni lo otro. Lo que no puede ser es que muchas veces quienes delinquen tengan más derechos y menos problemas que sus propias víctimas, por aquello de la prioridad que ahora se da a la protección de los derechos humanos para no estigmatizar a los delincuentes. ¿Es que las víctimas de los delitos y las personas honestas, no tienen derechos humanos?.
Soy partidario de las migraciones, porque los españoles también emigraron y siguen emigrando. Pero a nadie se le ocurre irse de España a otro país si no es legalmente, con los “papeles” en regla. Lo que no es de recibo es que una horda enfervorecida llegue a una frontera española y la emprenda a palos y golpes hiriendo a la Policía para entrar por la fuerza. Siempre ha habido fronteras y cuando deje de haberlas dejará de haber Estados. En Ceuta mismo se ven a diario interminables colas para poder entrar en Marruecos, y por eso nadie se escandaliza, allí es normal.
Inmigrantes tenemos que tener, y hasta es bueno que vengan ante nuestra baja tasa de natalidad. Pero debe ser una inmigración legal y ordenada, destinada a quienes vengan a trabajar y vivir honradamente, no a delinquir. Son muchos los que vienen a buscar un trabajo digno y a cumplir con la ley lo mismo que tenemos que trabajar y cumplirla los que estamos aquí, y les va estupendamente. Creo que los países ricos deberían promover ayudas e inversiones en los países pobres, pero sin entregárselas a sus dirigentes para que terminen perdiéndose, sino con el debido control para que esas ayudas puedan cumplir con los fines a que se destinan. Y hay que admitir inmigrantes por razones humanitarias, como los procedentes de países en guerra que vengan huyendo en busca de refugio, previo el correspondiente expediente que regularice su situación de exilado. Llama la atención que los inmigrantes no busquen nunca refugio ni encuentren acogida en los países ricos productores de petróleo, vecinos de los que los inmigrantes son originarios, que dilapidan su dinero en grandes fastuosidades, pero nunca ayudan a sus vecinos pobres.
Pues bien, traigo todo lo anterior a colación porque, como es sabido y llorado, una célula yihadista formada por 12 forajidos, asesinó el pasado día 17 en Barcelona a 15 personas y otras 100 heridas, víctimas de tan brutal y triste tragedia. Todas personas inocentes, segándoles sus vidas de la forma más sanguinaria, ruin, abyecta, vil y depravada, por el único delito de ser libres en un país democrático y de ir de forma tranquila y pacífica paseando por la Rambla. Por ella paseé varias veces, encontrando, a su media altura, individuos de los más variada procedencias e ideologías que, sin conocerse de nada, se paraban, formando como un foro popular, donde dialogaban, opinaban, discrepaban y discutían sobre las más diversas cuestiones, de forma libre y educada, propio de una ciudad civilizada y abierta al mundo, como es Barcelona. Pero los terroristas odian la democracia y la libertad, y lo que quieren es imponer con sangre el terror, la crueldad y la barbarie. Pienso que no es el Islam contra Europa, como algunos dicen, sino la barbarie contra la civilización.
Lo que no alcanzo a comprender es cómo sobre esa célula yihadista desmantelada en Barcelona, ha habido tanta falta de control. El imán, Abdelbaki es Satti, que adoctrinaba al resto para dirigir tan horrendos crímenes, había reunido en la vivienda hasta 120 bombonas de butano y materiales explosivos con el propósito de hacerlas explotar en la Sagrada Familia, lugar de tan masiva concurrencia. La tragedia pudo ser como la del “11-M”, con 191 muertos y 1.800 heridos. El imán había sido detenido en Ceuta por narcotraficante, y encarcelado cuatro años; un juez había decretado su expulsión, luego dejada en suspenso por otro juez. Se dice que mantuvo contactos con algún condenado por el “11-M”. ¿Cómo se puede nombrar a ese imán teniendo por misión la salvación de almas, para luego dedicarse sin ningún control a asesinar a tantas almas inocentes?. En Bruselas, en cuanto le pidieron un certificado de penales, ya no volvió a aparecer. Pero en Barcelona, qué fácil lo tuvo todo, durante casi un año preparando los atentados. Los mossos, ni se enteraron.
He aquí la España generosa que da acogida a tan inmigrantes, aprovechándose luego los que son terroristas para convertirla en teatro de operaciones del terror más bárbaro y bestial, por odio y resentimiento. Y no son “lobos solitarios”, de los que tanto se habla, sino grupos organizados y bien estructurados que en Atocha nos causaron cientos de muertos y miles de heridos, más los de ahora. Ahí están también las horrendas masacres de París, Londres, Bruselas, Berlín, Niza, etc, sembrando el pánico, el terror y la tragedia en toda Europa. Tienen la guerra perdida en Oriente Medio, y la han trasladado en forma de terror aquí como quintacolumnas de alimañas agazapados, al acecho del momento propicio para dar el asalto definitivo. Entonces, ¿estamos en paz, o en guerra?. No es una guerra abierta, donde se pueda luchar frente a frente y cada uno defenderse; pero sí es una guerra larvada, donde grupos de descerebrados, desalmados, sin razón y sin sentido común, acuchillan por la espalda, matan y hasta ellos mismos se matan con tal de quitar la vida a los demás. ¿En nombre de qué dios o religión se puede matar sembrando tanto pánico, dolor y sufrimiento?. ¿Por qué almacenan tanto odio contra otras religiones, creyéndose ellos el único poder divino?.
Cada uno busca en su fe la salvación, la paz interior, la esperanza y la tranquilidad de conciencia con el dios en el que cree. No conozco, en teoría, ninguna religión que no enseñe a practicar el bien y evitar el mal, que es un principio de moralidad ecuménica de cualquier fe o creencia. Como también es difícil encontrar una religión que propugne o enseñe a matar. Ni puede ningún creyente de religión alguna quitar la vida a otro o cometer atrocidades contra los demás en nombre de su dios, cualquiera que sea. De ahí que las religiones, por sí mismas, no son malas, sino que las hacen perversas e indeseables quienes luego son fanáticos de ellas, quienes son de pensamiento único y creen que la suya es la única fe verdadera e inseparable de la conciencia universal. Ahí es donde empiezan los verdaderos peligros de una religión, con el fanatismo, el integrismo, el fundamentalismo y los sistemas teocráticos. Esa forma tan radical de ser y de pensar es la que desata odios, rencores, iras, pasiones, revanchas y guerras.
Por eso es gratificante ver estos días cómo los musulmanes moderados se manifiestan en contra del terrorismo. En la tragedia vivida de Barcelona, ha sido alentador ver manifestarse a muchos islamistas con lemas como: “Soy musulmán, no terrorista”. “No en mi nombre”. “No nos representan”, etc. Mahoma, si bien utilizó la guerra santa para imponer el Islam por la fuerza, consta en un documento persa, denominado la “Achiname” y “Carta de la Paz”, probablemente desconocido por muchos musulmanes, en el que el profeta garantizaba la protección a los monjes del Monte Sinaí y a los seguidores de la fe cristiana, además que también proclamó la paz y la fraternidad entre los seres humanos.
En el siglo XXI, no se puede andar por el mundo cortando cabezas y segando vidas de quienes no piensen como ellos; ni se puede ir sembrando tanto mal, tanto sufrimiento y tanto dolor. Creo que deben ser los propios musulmanes moderados y civilizados, quienes deben pararles los pies y aislar a los terroristas, en bien de todos y para que unos y otros podamos vivir en paz, y nunca en guerra.
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