Por razones que aquí no vienen al caso, no asistí al histórico acto de la inauguración del nuevo centro cultural en lo que fue la Estación de Ferrocarril de Ceuta, al que había sido invitado. Espero hacerlo en los próximos días recreándome con su entorno arquitectónico, la locomotora, las instalaciones y la exposición que allí rememora 'Un viaje de ida y vuelta' de nuestros desaparecidos trenes, libre ya del boato propio del caso.
Sesenta y cuatro años han transcurrido desde que dejara de funcionar aquel romántico ferrocarril que nos conectaba con Tetuán y medio siglo desde que desapareciera todo el material rodante y la totalidad de las reliquias del servicio que permanecía abandonado en los terrenos de la estación como material de chatarra, tras hacerse cargo en la pertinente subasta la empresa valenciana Hierros Garfer, en 1971, con lo que quedaba expedito el lugar.
Qué pena y rabia siento con la dejadez, la indolencia y el conformismo de este, pueblo nuestro, ante determinados hechos. En este caso con la defensa y el cuidado de nuestro patrimonio histórico y eso es lo que ha sucedido con la estación y su histórica locomotora C-1, la ‘Ceuta’. Décadas y décadas de olvido han sido fatales para tan preciados bienes.
-Mira, Ricardo, me alegra que toques este asunto. Te cedo libre el paso porque yo, ya aburrido, he decidido enterrar mi espada. A ver si a ti te hacen más caso -me dijo por entonces el Cronista.
No defraudé al bueno de Pepe porque, y ahí está la hemeroteca, mis reseñas históricas y artículos reivindicativos han sido una constante, al igual que hice en ‘Canal Ceuta TV’.
Afortunadamente, estación y locomotora se han salvado, pero al precio de un deterioro total, al borde de sus cenizas, Nunca es tarde, diría el refranero, pero nos han privado demasiadas décadas de disfrutar y lucir estas joyas históricas de nuestro pasado más reciente. A quienes ahora lo han hecho posible, mil gracias.
Si el abandono al que se condenó durante décadas a la estación fue cruel y lamentable, el de la histórica locomotora C-1, ‘Ceuta’ quizá aún peor por el grave deterioro y corrosión que sufrió toda su estructura metálica, junto con las piezas y elementos que con los años le han ido sustrayendo al estar al aire libre y sin la menor protección.
La fortuna en este caso, si es que se le puede llamar así, fue que, una vez retirada del servicio, quedó depositada y olvidada durante unos cuarenta años en uno de sus hangares con su acceso perfectamente tapiado.
Protegida de la intemperie y de los vándalos de turno, su legado nos habría llegado, cuando se derribó el citado hangar, en un aceptable estado de conservación, pendiente tan sólo de una sencilla y muchísimo menos costosa restauración.
Pero lo que son las cosas de nuestro pueblo. Con el inicio de las obras de las viviendas del lugar, la locomotora quedó al aire libre, fatalmente abandonada a su suerte. Con anterioridad, allá por 1994, la corporación presidida por Francisco Fraiz pareció preocuparse por el tema y de hecho, por parte del Ayuntamiento, se creó una escuela taller al frente de la cual se colocó al conocido chapista local Diego Carrilero para acometer, de alguna manera, su restauración.
No era mala la iniciativa, pero la locomotora necesitaba algo más de atención, presupuesto y medios por lo que la misma terminó cayendo en el olvido.
Décadas de abandono. Si el de la estación fue cruel y lamentables, el de la histórica C-1, 'Ceuta', quizá fue peor
Al menos dos proyectos firmes se han sucedido desde entonces, de los que nuestro periódico fue dando puntual detalle, hasta que por fin se ha logrado el ‘milagro’ de conseguir hacer justicia con la máquina y el edificio.
La C-1, que en principio se pensó ubicarla en los jardines de la Argentina, colindantes con la estación pensando en una mejor visión y disfrute de la ciudadanía, definitivamente se ha colocado en un lugar privilegiado, un andén adosado al edificio original, pendiente de posteriores trabajos de restauración que todavía precisa este ingenio mecánico de 1917, dado el comentado pésimo estado de conservación en el que quedó.
Pero al hablar de la locomotora, justo es hacer mención a dos nombres propios que bien merecerían tener un recordatorio en ese posible museo de nuestro ferrocarril por el que abogo desde aquí y por el que lucha también un grupo de entusiastas amantes de su historia: Joaquín Ruiz Peláez y Diego Vivo.
Peláez, catedrático de instituto, luchó y peleó por lo anterior sin que aquí se le hiciera caso alguno pese a sus buenos contactos y promesas de ayuda por parte del Museo Nacional del Ferrocarril para materializar un proyecto para las pertinentes restauraciones de ambos bienes. Fueron numerosas sus investigaciones sobre nuestro desaparecido tren dignas de ser aprovechadas ahora si así lo consideraran sus sucesores.
“La locomotora hay que salvarla”, me decía de continuo cada vez que le acercaba a estas páginas o a ‘Canal Ceuta TV’. “Se trata de un valioso patrimonio histórico – arqueológico, una auténtica obra de arte de la arqueología industrial.”
En cuanto a Vivo habrá que reconocerle su gesto de custodiar en su taller la placa frontal identificativa de la locomotora, hasta tanto llegase esa anhelada restauración de la máquina. Curiosamente alguien se la llevó un día y tras mi posterior denuncia con ciertos detalles sobre el hecho en estas páginas, la devolvió de inmediato al lugar.
Unos veinticinco años después, los hijos de Diego Vivo, siguiendo la voluntad de su padre, han entregado esa placa que se ha vuelto a colocar en la tapa del cofre de la máquina y que con tanto cariño custodió en vida su padre, para cuando llegara este feliz momento.
Ciertamente, esa negligencia, ignorancia y falta de sensibilidad de nuestros mandamases pudo habernos dejado huérfanos de esos dos bienes patrimoniales, que ahora vuelven a la vida para disfrute de los ceutíes y de quienes nos visiten atraídos por la muestra. Habría sido algo imperdonable su desaparición.
La estación, con sus inconfundibles cuatro torres a modo de alminares y su conjunto al más típico arte regional tetuaní que quizá rompe con un carácter puramente clásico por la simplificación de esquemas más o menos tradicionales, con sus patios centrales intercambiadores de las distintas dependencias y servicios, y sus andenes cubiertos en forma de galería de arcos árabes imprimiendo un sello de originalidad al edificio que llama la atención de quienes la ven por primera vez o de los que no nos cansamos de recrearnos con ella al pasar por el lugar.
Original edificio. Con sus cuatro torres a modo de alminares y su conjunto representa el más típico arte regional tetuaní con un sello de originalidad que llama la atención
En cuanto la locomotora, de fabricación alemana, ni siquiera está catalogada. Según publicó la revista ‘Amigos del Ferrocarril’, se trata de una de las tres máquinas Tender, tipo 1-3-1, con tres ejes acoplados, frenos de vacío y dinamo para el alumbrado y un peso de 70 toneladas.
Por ella se interesaron en otro momento al otro lado del Estrecho y hasta el propio Museo Nacional Ferroviario de Marruecos llegó a poner sus ojos en la misma, temeroso que el proceso de oxidación y abandono al que estaba sometida pudieran acabar algún día con ella.
El edificio de la estación estuvo a punto de perecer. Recuerdo que tras leer uno de mis artículos al principio de la década de los noventa, un destacado político de la época, buen amigo por más señas me dejaba helado cuando, firmemente convencido, me dijo:
-Sé realista. No le des más vueltas. Restaurar la estación costaría muchísimos millones de pesetas. Y allí van a ir viviendas que es lo que necesita nuestro pueblo.
Por fortuna, la nueva barriada surgió y durante su construcción la estación permaneció en pie. Fue importante que durante bastantes años y tras cesar el servicio ferroviario, el edificio se habilitara para ubicar en él varias viviendas. Qué razón tenía mi amigo Mustafa Enfed-dal, uno de sus moradores, cuando poco antes de abandonar la suya, me vaticinó:
-En cuanto se vaya de aquí el último vecino, ya verás lo que va a ser de la estación en poco tiempo.
Las imágenes retrospectivas que adjuntamos no pueden ser más elocuentes.
Del complejo de la estación fueron desapareciendo paulatinamente algunos elementos como el de cantina, adosado a su izquierda, los hangares de las locomotoras, los almacenes de explotación, los talleres de la línea, la artística edificación de la aguada -Tetuán por cierto ella aún conserva la suya- y los muelles destinados al embarque de vehículos, mercancías y ganado. Y es que todo estuvo cuidadosamente proyectado con el fin de que el ferrocarril pudiese soportar la totalidad del peso de la actividad comercial de la zona hasta que en algún momento, como así sucedió, el desarrollo del transporte por carretera pudiera estar en condiciones de desplazarlo.
Ahora, esa exposición temporal, que con motivo del acontecimiento inaugural podremos contemplar hasta mediados de diciembre, debería permanecer en el lugar una vez se clausure la misma, aumentada y potenciada progresivamente con otros presentes que bien podrían incorporarse para recrear en un museo permanente aquel ferrocarril, casi de juguete, que nos sobrevivió durante cuarenta años tras una azarada existencia.
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