Opinión

El espíritu de Ceuta y las farolas de la Gran Vía

Si acudimos al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) y buscamos la palabra “identidad” las dos primeras acepciones definen a este término como: “la cualidad de idéntico” y el “conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás”. Las palabras polisémicas presentan cierta dificultad en su empleo por su carácter ambivalente. Suelen confundirnos y confundir a nuestros interlocutores.

A través de la brecha que queda abierta entre los mencionados significados de la palabra identidad se cuelan ideales políticos tan mezquinos como los nacionalismos y los supremacismos. Como queda de manera explícita dictado por la RAE, la identidad es algo que se construye “frente a los demás”.

Nosotros somos “idénticos” en el seno de nuestro grupo, tribu o nacionalidad, mientras que los demás son “distintos”. Este par de opuestos sólo puede superarse elevándonos a un plano superior en el que las identidades y las diferencias se diluyen hasta hacerse irreconocibles al quedar integradas en una totalidad omniabarcante.

Por encima de diferencias de ideologías, creencias religiosas, nacionalidades o rasgos raciales a todos los seres humanos nos une el pertenecer a una misma especie animal dotada de pensamiento complejo y capacidad de expresión.

Puede que en el pasado, donde las fronteras políticas y culturales eran mucho más férreas, se dieran identidades nacionales o locales consistentes y reconocibles. Pero en estos tiempos de avanzada globalización las identidades monocordes son difíciles de encontrar.

No hay que ir muy lejos para apreciar el carácter multicultural de la sociedad actual. Ceuta es un ejemplo paradigmático de la nueva faz de la humanidad del siglo XXI. En nuestra ciudad convivimos personas con tradiciones, costumbres y creencias religiosas dispares, por lo que no es posible hablar de una identidad común. Sería un propósito realmente elevado el intentar subir varios peldaños mentales y contemplar el mundo desde una perspectiva mucho más amplia y abierta, pero ésta no es la tendencia que sigue el mundo en la actualidad.

El hecho de que los ceutíes del siglo XXI no podamos hablar de una identidad común no quita que Ceuta no la tenga. Bueno, más que identidad sería más correcto hablar de espíritu o genius loci. Todos los lugares lo tienen, como mayor o menor claridad e intensidad. Comentaba Patrick Geddes que el que quiera ser un autor de obras que perduren, por no hablar de un artista en su labor, debe conocer verdaderamente su ciudad, haber entrado en su alma y amarla.

En la misma línea, Walt Whitman, en su obra “Perspectivas democrática”, afirmó lo siguiente: “El espíritu y la forma son una sola cosa, y depende mucho más de asociación, de identidad y lugar, de lo que habitualmente se piensa. Sutilmente entretejido con la materialidad y la personalidad de una tierra, de una raza, siempre hay algo, aunque yo casi no sé lo que es, y la historia se limita a describir sus resultados, que es lo mismo que la inadivinable expresión de algunos rostros humanos”.

Llegar a captar el espíritu de una ciudad no es una tarea sencilla. Todo el análisis cívico que Patrick Geddes propuso para una determinada región tenía como fin último conocer su espíritu o genius loci. Una vez identificado este espíritu la misión de la ciudadanía tenía que ser, en opinión de Patrick Geddes (1960: 185), “realzarlo y expresarlo para no borrarlo o reprimirlo más”. Pero, ¿Cómo puede sacarse a la luz y expresarse este espíritu?

Por un lado, mediante el análisis pormenorizado del lugar y de las gentes que lo han habitado a lo largo de la historia. Todo ellas han contribuido a conformar la imagen de la ciudad actual. Este análisis debe comenzar por el estudio de sus condiciones naturales, pues el espíritu de Ceuta está contenido en su misma morfología, su posición geográfica, su clima, su vegetación, su fauna terrestre y su medio marino, y ha quedado incluso marcado en su propio nombre, que es el número siete traducido a distintas lenguas.

A esta tarea de análisis, síntesis y posterior acción sinergética estamos todos llamados a participar y es nuestro derecho hacerlo. Un derecho sistemáticamente negado por el gobierno del Sr.Vivas. En vez de convocar a la ciudadanía a contribuir a despertar el espíritu de Ceuta y realzarlo, ponen en mano de un reducido grupo de personas la transformación radical de nuestros paisajes naturales y urbanos. En estos días hemos conocido los detalles del proyecto de remodelación del corazón de Ceuta, que es la Plaza de África y sus aledaños.

Aquí brotó la primera semilla urbana, a finales del s.VIII a.C, que ha dado lugar a la Ceuta actual. Por medio dejaron su impronta en este espacio geográfico central los romanos, bizantinos, musulmanes, portugueses y españoles del pasado y del presente.

Aquí se instaló la primera factoría de salazones por los romanos entre finales del s.I a.C y comienzos de primer milenio. Algunos siglos más tarde, los bizantinos erigieron una basílica a la Teothokos y sobre ella se elevó la mezquita Aljama, hoy día Catedral de la Asunción.

Enfrente de la sede Catedralicia, y cercana a la bahía norte, los portugueses construyeron un santuario para albergar la imagen de la Virgen de África. Ya en tiempos más recientes, el mismo centro de la plaza sirvió para emplazar un monumento dedicado a los caídos en la Guerra de África.

“Decir que una farola rocambolesca, con un dragoncito y escudo de origen lusitano, está contenida la identidad de Ceuta es una de las cosas más surrealistas y abochornantes que he escuchado en los últimos tiempos”

Se trata, por tanto, de un lugar que ha quedado impregnado del trabajo, el esfuerzo, las experiencias, los sentimientos, las emociones y los pensamientos de muchas generaciones de ceutíes. Estas experiencias, alimentadas por profundas emociones y enriquecidas por la imaginación, son las que dan como frutos determinados símbolos comunes.

No puede ser que un “angelito” situado en lo alto de la cúpula del Ayuntamiento se despierte un día y diga: “estoy cansado de ver la misma Plaza y las mismas calles. Ya es hora de cambiarlo todo”. Así que mando a mi colega y vecino el dragoncito y lo nombro nuevo símbolo de Ceuta. Y me quedo tan pancho. Para que no esté sólo, le planto al lado el actual escudo de nuestra ciudad.

Un escudo que, por cierto, no es un símbolo surgido en esta tierra de la combinación de los sentimientos que nos aportan nuestras percepciones sensitivas, de nuestras emociones e imaginación. Los habitantes de Ceuta en los siglos previos a la conquista portuguesa de Ceuta en 1415, sí contaban con una bandera y un escudo que, a diferencia de la actual, reflejaban a la perfección la captación sensorial de los ceutíes y sus sentimientos por esta tierra.

El rojo de fondo simbolizaba el fuego, el orgullo de una ciudad próspera, independiente y culta, y las dos llaves representaban la importancia geoestratégica de Ceuta para controlar el paso del Estrecho de Gibraltar. Con la llegada de los lusitanos este símbolo fue sustituido por las quinas portuguesas que nada tienen que ver con el espíritu de Ceuta.

El espíritu de Ceuta lleva tiempo intentando resurgir y expresarse de una manera nítida, pero el Sr.Vivas no se cansa de reprimirlo y aplastarlo bajo el peso de losas de granito, esculturas y monumentos que, salvo honrosas excepciones, son de una bajísima calidad artística. Podemos estar más o menos de acuerdo en la oportunidad de reformar o no determinadas calles y plazas de Ceuta, pero lo que consideramos intolerable es que jueguen a inventarse símbolos que nada tienen que ver con Ceuta. Decir que en una farola rocambolesca, con un dragoncito y escudo de origen lusitano, está contenida la identidad de Ceuta es una de las cosas más surrealistas y abochornantes que he escuchado en los últimos tiempos.

Demuestran una total ignorancia sobre la verdadera esencia de Ceuta y su historia, con la que conviene no jugar. Como dijo un asistente, y buen amigo, en la presentación del proyecto de la Gran Vía, no se puede hablar del convento de los Trinitarios y no decir nada de la Madrasa que en parte fue integrada en el edificio conventual. Los sesgos ideológicos son claramente palpables en la elección de los temas históricos que se quieren resaltar con esta obra urbanística. Arquitectura y poder siempre han ido unidas, pero no de una manera tan burda y evidente. Si quieren cambiar las aceras, háganlo. Si desean poner un jardín vertical, adelante. Si les gustan las jardineras y las fuentes por todos lados, el poder está en sus manos. Pero dejen de inventarse símbolos y de manipular la historia.

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