Sigue lloviendo en Ceuta. A las 6 de la tarde ya es de noche y el tintineo del agua cayendo sobre el agua evoca a estados de ánimo nostálgicos, melancólicos y tristes.
Charcos, paraguas acribillados, calles convertidas en ríos “que van a dar a la mar, que es el morir”, gaviotas apostadas, árboles que dejan deslizar suavemente las nubes caídas del cielo.
En estos días siempre esperamos a que escampe, a los tímidos rayos de sol, al silencio del crepitar mientras dura la tormenta. Miramos por la ventana borrosa por el vaho pintando otra ventana en la que contemplar el exterior como un dibujo difuminado por el aire húmedo de la atmósfera.
Yo estoy en el sofá vestido con una manta, abrazado a mi perra Abby, a su cuerpo caliente, a sus ojos lánguidos y brillantes. Ella también sabe de estos días, de esos días que vagabundeaba buscando en todas las direcciones; hambrienta, abandonada, chorreando soledad, escondida en cualquier sitio esperando que dejara de llover. Tal vez mi Abby recuerde esa espera sin tiempo, resignada, esperando a alguien que la rescatara de su destino.
En días como este parece que estamos esperando. La lluvia nos detiene mientras despliega su manto como si fuera un diluvio universal del que no escaparemos nunca.
Hay muchas esperas, muchas horas sumadas a otras horas que suman semanas, meses, años en la incertidumbre.
Esperar la fase terminal de un amigo al que le han dado dos meses de vida, esperar en el corredor de la muerte para ser ejecutado, esperar un trasplante mientras cada minuto te va matando, esperar la muerte lenta por una enfermedad incurable, esperar que te atiendan en la sala de urgencias, esperar que suene el teléfono de la llamada que esperas, esperar en una cárcel que pasen los 30 años mientras la esperanza de la revisión de un juicio, la apelación o la clemencia se hacen eternas.
Siempre desesperamos en la espera: no llega la segunda venida de Cristo, no llegan las predicciones de Nostradamus, no llega la felicidad que nos prometieron, no llega el amor enamorado, no llega la primavera pues pasó sin darnos cuenta y la seguimos esperando como si volviera a venir.
No llega la carta pues “El coronel no tiene quien le escriba”, no llega la ambulancia, no llegan los bomberos, no llegan las buenas noticias, no llega Dios aunque lo llames, no llega el hijo que lo esperas despierto durante toda la noche, no llega el final de la guerra; esperamos la paz como si tuviera que venir alguna vez.
Hartos de esperar, jodidos y rejodidos bailaremos sobre la lluvia, seremos lluvia y dejaremos de esperar a que escampe. No habrán más esperas, nos filtaremos en la tierra y allí no tendremos que estar esperando a la nada.
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