Opinión

La esperanza

Las noches de verano suelen ser muy largas. Si no es por una cosa es por otra. Nunca nos acostamos temprano y más cuando vienen las vacaciones. Esos días, los cuales tenemos que estar con nuestra familia y nos damos cuenta que poco ha poco han crecido. Ya no quieren estar bajo nuestra supervisión. Quieren ser independientes. Pero no los puedes dejar solos por ser unos desvalidos. A pesar de la edad tienen que tener la ropa a su disposición y la comida diaria. Desde el desayuno hasta la cena. Y es que le hemos educado mal. Reconoce mi mujer cuando por fin hemos cogido las maletas y el vehículo dirección al ferry para hacer nuestro añorado viaje anual hacia el pueblo para ver a la familia.

Cuando llegamos lo primero que hacen es preguntar por ellos y le tenemos que decir “ya se han hecho mayores”. Con las lágrimas en nuestros párpados hemos confesado una cosa evidente. Pero lo más eficaz son los envases de plástico donde las comidas están etiquetadas para cada día que faltemos de casa. Váyase que no sepan leer. Mi mujer la pobre se pone a cocinar durante unos días para que sus hijos no se pierdan nada y se queden desnutridos. A parte del dinero que se les deja.

Por mi parte le hubiera dicho que en los grandes almacenes hoy en día existen comidas preparadas que pueden ir comprando a su gusto cada día. O buscar un lugar donde den menús. Pero seríamos muy malos con ellos. Y así nos tienen con el corazón encogido. Recuerdo que el primer día de vacaciones en el pueblo tuve un sueño muy raro. Veía una caja de color negra encima de la mesa del despacho de mi padre. Yo la observaba absorto ya que nunca había estado allí. Le pregunté a mi padre qué era aquello y me respondió: “Hijo está caja representa una serie de cosas que durante tu vida te van a pasar”. Me quedé descuadrado. Pero no quise seguir la conversación.

Al día siguiente me levanté y después de desayunar en comunidad con mis familiares me fui a ver el despacho de mi padre. Allí no había nada que se pareciera a una caja. Por consiguiente llegue a la conclusión que mi imaginación había volado otra vez. Aquella noche volví a tener el mismo sueño. Y estuve nuevamente todo el día pensando. La siguiente noche me hizo estar en tensión y por unas invitaciones no me acosté hasta las tantas pero volvió el sueño. Con la fuerza del alcohol está vez me atreví a entrar en la historia. Aunque mi padre me dijo que no tocará la caja yo iba a mirar lo que había adentro. Estuve buscando por toda la estancia las llaves del objeto. Pero no las encontré allí. Y un nuevo día llegó. Nos fuimos a una piscina que hay en el pueblo.

Allí aprovechando las dialécticas propias entre familiares pude ver que mi padre llevaba un montón de llaves en el bolsillo. Que las ponía siempre en lo alto de la mesa pero donde iba se las llevaba con él. Me vino a la cabeza de hacerme con ellas. Pero la vigilancia era bastante evidente. Aquella noche volvió la escena y yo me desmarqué hacia la habitación de mis padres. Y estaban allí en lo alto de la mesita de noche. Las cogí con mucha suavidad y me fui hasta la habitación. Pero mi mujer me despertó, teníamos que llevar a su madre al médico a la capital. Me levanté me duche y me vestí. Pero deseaba que llegara la noche. Y así ocurrió. Tenía las llaves en mi poder. Por fin podía desvelar el misterio. Y abrí la cerradura y de repente al tirar de la tapa hacia arriba vi volar hacia lo alto de la habitación cómo unos fantasmas que hacían unos ruidos terribles. Se reían. Se escuchaban arrastrar cadenas y la estancia cambió del color blanco hacia una tétrica iluminación oscura. Me desperté de inmediato. Y menos mal ya era de día y mi mujer me dijo: “Dúchate estás empapado de sudor”. Tenía ganas que llegara la noche. Había que contactar con mi padre para intentar llegar a solucionar el problemón que había puesto en liza. Y llegó. Mi padre estaba en la estancia. Con una sonrisa en la boca. Yo como un niño chico le dije: “Papá he metido bien la pata”. Él me respondió: “Como de costumbre”. Abrió la cerradura yo me quedé blanco y le dije: “No. no. Por Dios”. Y él, muy tranquilo, me dijo: “Mira dentro de la caja”. Había una mariposa preciosa que tenía varios colores pero el principal que destacaba era el verde. “Déjala que vuele”. Le hice un gesto de negación. Y me dijo: “¡Has soltado a los diablos del mal! y ¿ahora no quieres que esta mariposa que es el símbolo de la esperanza vuele? Creo que no sabes interpretar la vida”.

Muchas gracias Paco por darme este sueño.

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