Estamos a una semana de las elecciones generales del 23 de julio. Unas elecciones, que a juicio de bastantes, son muy importantes. Quizás sea la primera vez desde el inicio de la democracia en la que se puede producir un retroceso significativo en los derechos y libertades conquistadas, si gobierna esta derecha.
Tras el único debate cara a cara entre los dos principales candidatos, Pedro Sánchez y Alberto N. Feijóo, se ha producido algo inesperado. Las encuestas que se hacen a diario no paran de anunciar trasvases de votos e incremento de diputados en las filas de la derecha. Nadie se explica cómo ha sido posible que el presidente Sánchez no haya podido contrarrestar la batería de mentiras (contrastadas) lanzadas por el candidato Feijóo. No se sabe si fue un mal día o qué pudo pasar. Lo que sí es cierto es que este debate ha puesto a miles de personas de centro izquierda ante su propia realidad. Las elecciones no las puede ganar una sola persona. Dejarlo todo a la pericia del candidato Pedro Sánchez es un error. Sobre todo, porque la gente olvida fácilmente lo que has hecho por ellos. Lo que les interesa es qué propones para su futuro. Pero, a pesar de dicho debate, lo que nadie entiende es cómo es posible que un partido que está lanzando bulos y mentiras continuamente, es seguido por la gente.
He buscado respuestas en un magnífico texto de Joan Ferrés i Prats, del libro “Televisión Subliminal. Socialización mediante comunicaciones inadvertidas”, titulado “El espectáculo político” Nos dice que en el ámbito de la política, los mitos de la racionalidad y de la conciencia humanas quedan hechos trizas cuando se analizan, por una parte, los mecanismos utilizados por los asesores de imagen y por los propios políticos para persuadir o movilizar a los ciudadanos; y, por otra, los motivos que impelen a éstos a implicarse en la política, a tomar partido, a votar….
La mayor parte de los partidos políticos, nos recuerda, contratan para sus campañas electorales a asesores de imagen y a profesionales que, normalmente, coinciden con los mejores publicistas. No se vende política desde la argumentación sino desde la ilusión. No se venden ideas, sino deseos y temores, es decir, promesas y amenazas. El atractivo físico de los candidatos, su fotogenia, su juventud, la confianza que inspiran, el sentimiento de proximidad que transmiten, el interés que muestran por las preocupaciones de los votantes…, son rasgos aislados, a menudo anecdóticos, que son transferidos al conjunto de la personalidad del candidato. Las campañas de propaganda política se basan fundamentalmente en asociar el producto (el partido) a una imagen gratificante. Por esto, el empeño del PP en asociar al Partido Socialista con el Sanchismo, o con lo de “que te vote Txapote”. Sin embargo, lo del verano azul del PP, que ha sido un intento de desarrollar esta estrategia, le ha salido mal al ser rápidamente contrarrestado con el eslogan de “que te vote chanquete”.
"Tras el único debate cara a cara entre los dos principales candidatos, Pedro Sánchez y Alberto N. Feijóo, se ha producido algo inesperado"
Y continúa explicando. Si bastantes políticos prefieren a menudo la seducción al convencimiento, la emoción al discurso, es probablemente porque el discurso explícito activa la conciencia del receptor y, en consecuencia, dispara sus mecanismos de defensa. La seducción, en cambio, burla los controles de la racionalidad. Al no ser verbal, al no ser explícita, la seducción política tiene a bloquear los mecanismos de la mente consciente. La voluntad de muchos políticos es el espectáculo. Para que las informaciones políticas sean aceptadas y comprendidas por el gran público hay que adelgazarlas, caricaturizarlas si es preciso. Para que sean políticamente eficaces hay que hacerlas amenas. El imperio de las emociones comporta la trivialización de la vida política.
Hitler declaró en su Mein Kampg: “En buena medida, su efecto (el de la propaganda) debe apuntar a las emociones, y tan sólo en un grado muy limitado al llamado intelecto. Hay que evitar recurrir en exceso al razonamiento lógico de nuestra gente. La receptividad de las grandes masas es muy limitada, su inteligencia escasa, pero, en cambio, tiene una enorme capacidad para olvidar las cosas. Como consecuencia de todo ello, la propaganda efectiva debe ceñirse a unos cuantos puntos y machacar estos eslóganes hasta que el último ciudadano de esta audiencia entienda qué es lo que queremos que comprenda con este eslogan que le proponemos”. El nazismo manejaba lo emocional como nadie. “Para convencer hay que afirmar, repetir y dar ejemplos”, decía Goebbels. En el campo de la información, los nazis utilizaron mecanismos similares. Mas que recurrir a editoriales o a discursos explícitos, recurrieron a informaciones, a falsas noticias. Lamentablemente, en la actualidad vemos mucho de este tipo de propaganda y noticias falsas.
En definitiva la propaganda política representa, de alguna manera, lo que se ha denominado el declive de las ideologías. Poca ideología y mucha imagen. El relato adormece los mecanismos de defensa racional, mientras que el discurso los dispara. Por esto, Chomski afirmó que la propaganda es a la democracia lo que la cachiporra a los estados totalitarios.
Apenas queda una semana para que se celebren las elecciones. Mucha ciudadanía ha ejercicio su derecho al voto ya. Queda por ver si el espectáculo de la seducción en el que estamos inmersos deja un pequeño hueco para las ideas. Para que podamos analizar los programas electorales y veamos lo que proponen para nuestro futuro. Si logramos hacer esto y no nos dejamos llevar por el ruido de la seducción y la mentira, se habrá abierto un pequeño hueco para la razón y la ideología.
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