Opinión

Por España y los españoles..., por Manuel Castillo Sempere

Quién de nosotros no ha oído alguna vez de parte del político de turno exclamar: ¡Por España y los españoles...! Sí, por los españoles y por España, es lo que suelen decir un día sí y otro también la clase política de este país. Y, pareciera que esta frase tuviera una suerte de sortilegio que hechizara al personal, y fuera la patente de corso para ejecutar cualquier política que les venga en gana con sólo pronunciarla en los diversos foros a los que llenos de vanidad acuden. Y, pudiera ser un día al Congreso o al Senado; mañana a la radio o la televisión en los repetidos programas de tertulias donde todos hablan y nadie atiende a lo preguntado; pasado en un mitin donde vuelven a repetir la misma cantinela de siempre jamás, a saber: ¡Esto lo hacemos por España y los españoles...! Ya lo dijo el Eclesiastés: ¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad...! Sí, todo es vanidad, vacío, incompetencia, futilidad en los políticos de tres al cuarto que nos arengan nada más comenzar cada mañana... Todo son palabras huecas, promesas que sabemos de sobra que nunca cumplen, y que quedan arrinconadas en los panfletos que distribuyen de cara a cualquier elección local, autonómica, nacional o europea. Todo son frases prefabricadas para la ocasión que repetidas mil veces mil, se instalan en la memoria colectiva como un mantra que les hacen héroes de la mentira y del engaño... Nada podemos esperar de estos políticos al uso, que han instrumentalizados la política de tal modo, que la han asaltado como el mejor lugar donde desarrollar sus instintos y sus ambiciones. Todos tienen sueldos y dietas suculentas que salen de los Presupuestos Generales del Estado gravados a los ciudadanos en sus impuestos a pagar de manera religiosa, que Hacienda bendice y rubrica con la máxima solemnidad que pudiera darse. ¡Por España y los españoles!, vuelven a decir una y otra vez, sin que les tiemblen la voz ni tengan escrúpulos en repetirlas cuantas veces haga falta para que el pueblo no olvide nunca: ¿Por qué? Y, ¿para qué emplean su preciado tiempo en repetir esta consigna? No cabe duda, los políticos nunca descansan, ellos consumen sus ajetreadas horas en traernos supuestamente la tan esperada prosperidad y proporcionarnos tranquilidad y beneficios a nuestras afectadas vidas. No hay problemas, descuiden, dicen: porque este año la ratio interanual del paro ha bajado; ya los bancos no desean desahuciar más viviendas, las tienen todas; los muchachos emigran a aprender y ser hombres y mujeres de provecho -como decía mi abuelo Joaquín- a otros países más solidarios; los comedores sociales quitan el hambre al hambriento; la macroeconomía está a tope, mejor que nunca; los catalanes vuelven al redil con el 155; la princesa y el consorte disfrutan sus vacaciones en Suiza; los pensionistas seguirán disfrutando en la tradición ya de años del 0,25 de subida de las pensiones... Y, la corrupción de los partidos políticos ya es «argo», que todos sabemos y es consustancial al Estado Democrático de Derecho que se creó en el año 1978, con una nueva constitución donde incluía un rey designado por un general, sin que el pueblo pudiera participar de esta elección, que es lo que distingue a un estado democrático moderno, donde todo es consensuado y el árbitro -más que el rey- son las urnas... No sé, pero pareciera que a los españoles nos queda algo grande esta cosa de la democracia, porque los políticos siempre hablan de ella como un maná que descendiera de los cielos para darnos «libertad, pan y trabajo». Pero cuando los políticos hablan y refieren tanto de una cosa, bien sabemos que algunos beneficios han de tener, porque, si no, por qué hablarían tanto de ello, y de manera tan desmedida como el camino de la modernidad que nos hará llegar a la felicidad de tener un empleo y una nómina. No sé, pero pareciera que la democracia no ha conjugado bien con este reino de España, y a los reyes la historia no les recuerda con especial admiración. Muy al contrario siempre se han visto envueltos en revueltas, destronamientos, renuncias y abdicaciones, propiciadas por una falta de entendimiento con el pueblo a gobernar. Sin embargo, la democracia -apuntan los entendidos en derecho constitucional- es la mejor forma de gobierno posible para que los ciudadanos participen en la gobernabilidad del país donde habitan. Y, son gente sería e ilustrada los que lo anuncian. Así, que no entendemos por qué en este país nuestro, cuando mencionamos la palabra democracia, todos el personal sale corriendo a resguardarse en una esquina y, de inmediato, a crearse tramas de corrupción que involucran de manera genérica a los que llaman «la casta política». Ver para creer, pero nada es lo que parece, sino todo lo contrario. La verdad, no sabemos si los españoles estamos preparados para la democracia, porque ha estado ausente tanto tiempo que ya no sabemos cuándo convivió con nosotros. Y, la de ahora, la que anda supuestamente en todos los conciliábulos, tramas, foros y tertulias de café -como ya hemos comentado más arriba-, ni siquiera nos preguntaron: ¿qué forma de Gobierno deseábamos?; y, dieron por hecho que debía de ser la monarquía. Así que ya empezó mal desde el principio, si como se nos dijo: era el momento -una vez fallecido en su cama el dictador- de que regresase, si alguna vez hubo democracia en nuestro país. Y, madrugó la madrugada, y regresó sin regresar del todo la democracia, y el rey vino a reinar a sus súbditos, acogido al artículo 56* de la Constitución de 1978 que nos dice: «Titulo II. De la Corona. Artículo 56, apartado 1º: El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes». Y, quedó todo atado y bien atado como bien nos dijera el glorioso general del levantamiento del 18 de julio contra la República; y, que aún hoy, como una orden atávica, un mensaje carismático y salvífico: los políticos de turno, extasiados y arrebatados por la grata encomienda patriótica que llevan a cabo, nos aleccionan con sus formidables palabras, que, a modo iniciático comienzan sus esperados discursos, como comenzaba uno de tantos salvadores de la patria desde las balconadas de su palacio, pronunciando el tan recordado: «Por España y españoles todos...».

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