Categorías: Opinión

España derrotó a Madrid 2020

A la capital no la ha vencido Tokio sino la corrupción política, la incultura del pueblo, el inglés de Botella, los ánimos de independencia o las calles asquerosas

 

Es llegar a Atocha, pisar suelo y sentirme, literalmente, alejado de exageraciones andaluzas, en casa. De hecho, Madrid es nuestra novena provincia y así, creo, lo celebramos ya sea a orillas del Guadalquivir, ya sea a la vera del Manzanares, ya sea caminando por la marisma onubense. Madrid, pese a las carencias que tiene, alguna de ellas ciertamente intolerables en el siglo XXI, es una ciudad maravillosa, una ventana desde la que se observan y se viven infinitos mundos y se cumplen cientos de sueños sin salir de unos cuantos kilómetros a la redonda. Madrid es acogedora como pocas urbes del mundo, un poblachón manchego que ha crecido con entusiasmo, paciencia, aires bohemios y buen gusto castizo; Madrid guarda la esencia de los pueblitos y abraza los fuegos de artificio, coloridos e impactantes de las ciudades más fastuosas del mundo; Madrid, bella y caótica; vieja y moderna; divertida y solemne; beoda y deportista; pobre y pomposa; lunática y perspicaz quería, y estaba convencida de que en esta ocasión sí era la definitiva, organizar los Juegos Olímpicos del año 2020.
Pero el implacable gancho que recibió el sábado durante la ceremonia de elección celebrada en Buenos Aires, ha dejado sonada a una ciudad (a un país) que se encuentra, acaso por muchos años, en un coma profundo del que le costará sangre, sudor y lágrimas despertar y sanar. Las semanas, horas y días previos, deportistas, periodistas, ciudadanos no ya sólo de Madrid sino del conjunto del país, y sobre todo políticos y responsables de la candidatura, derrochaban en cada aparición pública, ilusión infinita y firme convencimiento de que Madrid era la mejor posicionada, y por ende favorita número uno, para llevarse el caramelo olímpico, exhibiendo una actitud tan extrañamente henchida que hasta pudiera haberse tomado ésta, en la misma proporción, de soberbia y ridícula y más apropiada en bocas de holligans que de quienes tienen la obligación de comandar el país y de dar ejemplo a la sociedad.
Escuchar a Alejandro Blanco o a la angloparlante Botella (con esta señora haciendo el ridículo, ¿cómo carajo se va a ganar y se va a evitar que se mofen de España?) en tertulias o telediarios de la semana pasada proporcionó al ciudadano medio un chute de energía y optimismo que, como ha quedado demostrado con el conocimiento del resultado final, era en realidad un ejercicio de populismo barato y soez y una irresponsabilidad política de envergadura tal que debiera acarrear ipso facto la toma de decisiones impactantes en forma de adelanto de elecciones en el caso de la alcaldesa y de la renuncia irrevocable en el caso del presidente de la candidatura olímpica Madrid 2020 y del COE, Alejandro Blanco, incapaces ambos de llevar a Madrid más allá de la última posición: el espíritu olímpico obliga a reconocer la derrota, dar la mano al vencedor y dejar paso a nuevas personas que, con ideas renovadas, emprendan otra lucha por la conquista.
No obstante, y pese al daño que provocó a la candidatura de Madrid la actitud chabacana de su comitiva, la capital no hizo el ridículo únicamente por este hecho sino, y en mayor medida, por la actual razón de ser y esencia del país, una nación que presenta un panorama tan funesto, vergonzoso e infame que la mera presentación de su principal ciudad como candidata a albergar unos Juegos Olímpicos bien pudiera haberse tomado a priori como una precaria decisión, una broma de mal gusto y una absurda exposición al ridículo mundial.
Pues, ¿quién en sus sanos cabales estaba convencido del éxito final de nuestra candidatura cuando por todo el mundo es sabido y cacareado que España es un país inmerso en tremebundas sospechas y/o confirmaciones de corrupciones de las que no se escapan ni miembros de la Casa Real, el partido que preside el país y alguno de los empresarios más potentes de la nación? ¿Acaso un sueco, un japonés o un canadiense no asocia en un primer momento, y con razón, a la sociedad española con el fracaso escolar, la mala educación, la incultura y a los españoles como personas incapaces de poder tomar el timón y enrumbar el país desde un pensamiento democrático profundo y una actitud adulta, valiente e instruida basada en el sentido común? ¿No es menos cierto que los carteristas de Barcelona, los robasupermercados del SAT o la picardía cabrona valenciana, males que brillan con fuerza a diario, ha transcendido fronteras (ya desde tiempos del Lazarillo ocurre) fidelizando en el extranjero un pensamiento de que España es cuna de chorizos y cómodo aposento para los que obran al margen de una ley vacilante, boba y veleta?¿No es verdad que la imagen de una ciudad sucia, como lo es Madrid, cuyas calles están llenas de colillas, vidrios y basura amontonada en cada esquina, no es la mejor postal para atraer a las gentes de fuera y convencer a los miembros del COI? ¿Pero es que no ha llegado a oídos foráneos que existen regiones dentro de España que presentan un considerable número de habitantes (acaso la mayoría) que mediante el terror, la coacción o la imbecilidad han mostrado firmes deseos de independencia? ¿Y qué decir de la sombra de dopaje, esa nube negra que para los miembros del COI directamente descargó tormentón hace ya años?
Si España hubiera trabajado a fondo desde el instante en que decidió presentar candidatura en subsanar inconvenientes, mejorar calamidades, eliminar problemas, condenar a los cacos, depurar corrupciones políticas, dar unas clasecitas de inglés y, en definitiva, limpiar y sacar brillo a eso que llaman Marca España, el resultado hubiera sido mejor, más acorde con el extraordinario proyecto deportivo que presentaba Madrid, la calidad asombrosa, histórica y admirable de los deportistas españoles en numerosas modalidades y la belleza de esa ciudad tan imperial que, pese a todo (ojalá), sabrá salir del hundimiento y brindar con un delicioso vermú de grifo por su recuperación y posterior desarrollo social, económico y cultural, con o sin Olimpiadas.

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