La gran pregunta a priori de la ya quinta entrega de esta saga que marcó una época era la de si Bruce Willis estaba por su edad en condiciones de meterse otra vez en el sufrido pellejo del gran John McClane. La respuesta es un rotundo sí. Willis no sólo está lejos de desentonar, sino que sigue siendo la socarrona percha perfecta para esa camiseta ensangrentada que tan buenos ratos ha dado al aficionado al cine de acción, y esto es lo único bueno de La jungla: un buen día para morir. Logrado el reto de ver al actor principal encarnar dignamente al carismático protagonista se antoja un infame desperdicio que el inexistente guión y el sesohueco predominante en la obra se esfuercen en evidenciar que McClane en realidad sobra, y está metido con calzador en el testigo que se le pretende ceder (cómo no, para qué vamos a inventar algo nuevo…) al retoño aventajado metralleta en mano, que digo sea de paso, no le llega a la suela de los zapatos a “papá” tanto en lo referente a lo interpretativo (complicados inicios para Jay Courtney) como en lo poco que el personaje luce cuando se le concede el peso del proyecto.
Este desastre sin sentido hace aguas en el intento de dignificar a sus predecesoras con una propuesta ridícula con la familia McClane montando un pollo (nada que ver con perversión alguna y literal del diálogo en español) nada menos que en Moscú, así, muy al “american way”, como Pedro por su casa y sin que el apacible señor Putin pueda más que agachar las orejas de lobo que tiene. Y entre bombazos, disparos y lechugazos en persecuciones por carretera, más bombazos, disparos y lechugazos, sin mucho más sentido que “matar a los malos” (también literal).
Ni siquiera se puede aseverar que estemos ante una cinta con buena acción, porque hasta para destrozarlo todo hace falta algo más que un presupuestazo en efectos (el sentido común suele ser de ayuda), pero incluso esa cantidad obscena invertida en pirotecnia (y restado de todo lo demás, visto el panorama), y la banda sonora grandilocuente (pobre Marco Beltrami, menudo papelón) que adereza los chistes con poca gracia y el despropósito generalizado tampoco ayudan demasiado.
Es por ello que si tenemos en cuenta que la archifamosa Jungla de cristal se ha hipotecado por ver perder al protagonista su acidez y toda su esencia en las dos últimas entregas saltando del ala de un avión a un helicóptero que se estampa contra un edificio, perdónenme la ordinariez a la que me empuja la frustración, pues me cago en la tecnología.
Y mira que era sencillo contentarme, porque siempre he pensado que una buena peli de acción tiene todo el mérito del mundo si nos hace pasar el rato, y soy fiel seguidor de Bruce Willis haciendo de antihéroe, pero el actor, además de leerse bien los guiones que le ofrecen, por mucho que tire la nostalgia, poco más puede hacer. Descansado me he quedado.