Ahora que el sol del atardecer abandona el mundo de las formas, pediré como deseo un último rayo de esperanza.
En realidad, nunca dejé de hacerlo, pero es ahora, cuando la vicisitud enseña sus cartas, el momento oportuno de recordar nuestra unidad de destino.
Sueño con el día después, con la imagen de una humanidad renacida, rica en valores humildes, y lejos de la disputa infructuosa.
Somos luces fugaces, estrellas peregrinas, y solo la permanencia de nuestro mensaje nos proyecta hacia el infinito. El infinito, el futuro, son tierra de descubrimiento; ahora solo queda acertar en la encrucijada que son los siglos.
La luz blanca de la felicidad es discontinua; alternamos espacios mejores o peores, y la voz de la memoria nos enseña que debemos ser fuertes en lo peor y cautelosos en lo aprendido.
Es hora de medir nuestra fortaleza, de medir la energía contenida en ese lapso de historia que es la prosperidad. Y perseverar en los aciertos, e indagar en los errores, para que el bienestar goce de salud inmortal y no haya barreras que nos cierren el paso.
Son muchas las imágenes que acuden a la mente en busca de un dueño, pero entre todas destaca la luz de la ciencia. Cuando la fe se entremezcla con el conocimiento se vislumbran nuevos paisajes, y la perspectiva de la preocupación se iguala con la tranquilidad.
Lo he visto a lo largo de los libros que conforman la historia: el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor. Ahora es el momento de la superación.
Tuvo la vida la facultad de renacer. Lo he visto en las aceras: la vida arraiga a la menor oportunidad; démosla cobijo.
Es el momento de sentar las bases; de echar raíces, de establecer lazos inquebrantables, de cerrar el libro del pasado, de escribir un nuevo prólogo, de aprender el idioma de la paz, de explorar nuevos caminos.
Esa tarde caminé hacia el lugar donde se desvanece la luz del atardecer, y al observar el abismo que marca la raya del horizonte, pensé en todas las personas que dieron su vida por el bienestar.
No es el momento de caer; es el instante de volar, de desplegar nuestras alas.
Fijemos todo nuestro potencial sobre el mismo punto, y la fuerza aparecida reventará las cadenas de un destino que nunca escogimos.
Por el bien de los siglos démosle a la humanidad el impulso de la unidad.
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