Soñar, soñar y soñar. Así ha sido siempre el periplo de mi vida en cada estación del año donde he ido, poco a poco, aposando mis inquietudes en este lugar que llamamos mundo.
Mi mente no ha parado, ni para, de fraguar entre los meridianos de los libros con sus páginas, de los cielos nocturnos con sus astros, de las calles aclamando injusticias, de las ratios educativas ingobernables, de los conflictos sociales totalmente polarizadas, de los besos imposibles, de las historias que nunca tienen final, de los dioses que prefieren sentarse en una piedra que en una nube; y con todo ello, mi azotea camina, camina y camina.
Siempre pensé que las inquietudes conquistan amores en las batallas de la vida, pero creo que me equivoque ya que son los amores, realmente, las que atisban inquietudes. Sin el amor nos perdemos y nuestra brújula se lo apodera el miedo quebrantando así cualquier gota de inquietud. A partir de ahí, sin inquietud nos roban nuestro mayor tesoro que es la juventud.
Nuestros amores no comienzan leyendo un verso de una poesía sin nombre ni tampoco con los primeros besos que aparecen en las esquinas de un casco histórico de una ciudad. Asimismo, ese relámpago, que empieza a tiritar desde la niñez, estalla en lo más profundo de nuestras conciencias al ver esa persona que nos desnuda todas nuestras vergüenzas.
Una persona es una inefable libertad que navega continua y ansiosamente hacia ¡un tierra a la vista! de infinitos amores mediante el barco de la inquietud. Todo empieza en el continente de las plazoletas donde tu niñez, día a día, se enfrenta en posición vertical contra la anarquía de tus desvergüenzas; y, a capela, el tiempo dinamita en una fragata sin capitán y sin timón. Por último, tu cara llena de irresponsabilidades solo piensa en que los días jamás terminen.
No obstante, como no queda otra, la vela nocturna, con forma de duro antiguo, vuelve asomar en el adiós de las jornadas. Inmediatamente, cierras los ojos fuertemente hasta que vuelva el sol a llenar de luces el patio de tu barrio. Y así, la anárquica niñez se va despidiendo con un montón de aventuras cargada a tus espaldas para dar salida a la adolescencia. En este valle de tu vida asoman los primeros amores, transformándose éstos en inquietudes para convertirnos en un ser libre…
Al salir del barrio, la adolescencia llama para quedarse y durante un tiempo convive con la niñez, aunque quizás nunca nos abandone. ¡Ay!, la adolescencia esa costurera que con hilo y aguja nos anuncia atavíos decorados con bolsillos llenos de primerizos amores y enajenadas inquietudes.
Ver a la chica o chico que te gusta se convierte en el mayor de los desafíos y los encuentros con ella son retales imaginarios como las fotos que adornan tu carpeta. Las paredes de los institutos son la impaciencia hecha persona que desea cuanto antes salir de los trimestres infumables para anidar en los templos de la rebeldía.
"Una vez dialogando con mi mamá, en sus últimos suspiros, le pregunte: mamá ¿qué es el amor? Y ella me respondió: “el amor es el mismo acto que hace la naturaleza con sus atardeceres"
Mientras tanto el tiempo sigue su curso, andando despacio hasta tu mayoría de edad, declarando amores que en su mayoría suelen ser platónicos; y las inquietudes se te van clavando como las victorias de los pueblos oprimidos por su libertad. Y estas dos corrientes, amor e inquietud, van coloreando tus maneras que son aquellos actos que te definirán como persona.
En este momento, te muestra más rebelde, más revolucionaria y con ganas de cambiar el mundo. Aquí pisas universidad, el templo del conocimiento, y andas por la calle, sin horas de llegada a casa, comulgando ambos escenarios en una obra teatral perfecta para dibujar las más hermosas de las juventudes.
Cada rincón, cada esquina y cada casualidad de cualquier lugar universitario estalla en un embrujo de debate donde, por un lado, tu alboroto cultural te pone en tu sitio y, por otro, las palabras que, en ese momento, contengan tu diccionario personal será el devenir de tu semblante marinero de inquietudes.
En ese caminar, se va respondiendo cada uno de tus interrogantes. Y todo ello, se entre mezcla con el ansia hacia la búsqueda de los besos más verdaderos que son aquellos con lo que te hace trenzas entre el alma y el quebranto de la mirada con la persona deseada.
Miras, miras y no paras de mirarla y es de los pocos momentos donde te darás cuenta de que posees cinco sentidos e, incluso, es tanto querer susurrarle algo al oído que le regalarías cualquiera que ella te pidiera. En ese instante, el miedo te devora ya que, si eres consciente de sentir eso sin apenas poder saludarla, ni te imaginas lo que ocurriría con el chasquido del embeleso. Por tanto, la ecuación es clara ya que tu corazón solo sería una pequeña premisa de lo que sería capaz de robarte.
Así que tu barco, ni se rinde en seguir buscando ese amor eterno ni los libros paran de acumularse en tu sequito. Tempestades de inquietudes no paran de dispararse en tu navío y tú la confrontas como puedes en ese desafío incesante por buscar tus verdades.
En las calles solo vives primaveras ya que no te da tiempo de apreciar otras estaciones debido que sus canallas expresiones jamás marchitan. De mil caras se componen las calles de tu juventud que irritan desde las manifestaciones para denunciar cualquier tipo de inequidad hasta los caprichosos encuentros con todo tipo amores ya sean buenos, malos o regulares.
Aprendes que son muchas las escaramuzas que tendrás que bailar con la calle puesto que tendrás que titubear si sus adoquines son una prostituta de tentaciones baratas o, simplemente, tú eres el prostituto tan módico como una traición.
Fuera como fuere, la calle es la mejor de las asignaturas que te aleccionara de cómo van estas reglas del juego tan paupérrimas para la humanidad. Y cuando llegue a la meta de la juventud tendrás dos opciones: una, seguir agarrado de la mano de la juventud para seguir en el sendero de la revolución donde los resultados son más hirientes, pero, al menos, tus inquietudes y amores se fusionan en pasiones que te servirá para que tu inconformismo, esperanza para los hombres y mujeres condenados, nunca deje de palpitar. O, dos, dilapidar tu juventud, vivir con la venda en los ojos, matar el legado de tu mama, y mantenerte en esta dimensión con la misma vergüenza que la elite, segadores de los “te quiero” más auténticos societarios.
Yo decidí ir con los mismos pantalones desenfadados que visten los agricultores y las agricultoras con la intención clara de lanzar mensajes reivindicativos armados de derechos universales. Además, me gusta mancharme las manos de tierra con los desiguales; y llenar mis bolsillos de inquietudes y amores para que cuando la luna, como si fuera un globo aerostático, decida tirarme una cuerda y así me dirija al paradero de mi madre, obsequiándome con la conversación final, al menos tenga la certeza que mi paso por los cinco mares ha merecido la pena.
Llegó un momento, que anduve pensando que la juventud se me iba de las manos; y que las inquietudes, al igual que los libros, se despedían del firmamento de mi mochila; al igual que lo hacen las pisadas en las orillas en su nicho de muerte cuando les invade el mar. Sin embargo, apareciste tú, el amor de mi vida.
Es cierto, que mi profesión con el cometido de generar inquietudes abarca gran parte de mis partituras amorosas pero es sólo un amante. Así, que me repito: cuando todo me lo robaba los atardeceres apareciste tu; esa niña que siempre que la veía inmolaba cada una de mis inquietudes, y tenía la capacidad de hacer resucitar mi juventud.
Érase una vez, en mi cuento, te tuve tan cerca como los versos con sus rimas; como los pueblos con sus victorias; como los crepúsculos con su tangente oceánica; como los carnavales con sus cachetes colorados; como la bandera con sus vientos; como los barcos con sus mares; como el abrazo con el pecho; como la noche con sus lentejas brillantes…
Érase una vez, que en mi cuento me pigmentabas sonrisas con ese rostro iridiscente donde tus besos eran la mayor dadiva que me podría ofrecer la naturaleza. Nuestras conversaciones jamás tenían final. El futuro era demasiado melifluo. Las aventuras que se avecinaban tenían más capítulos que lustros un milenio, además, en ocasiones…cuando hecho la vista atrás recuerdo nuestros diálogos que eran los más verdaderos. Quizás por nuestra tragedia en común o quizás por la casualidad de nuestras miradas; realmente, no lo se.
Ella: Hola, inquietud. ¿Cómo estás?
Inquietud: Hola, estoy bien. Solo un poco inquieto, como siempre.
Ella: Ya sabes que esa es una de las cosas que más me gusta de ti. Tu pasión y tu curiosidad por la vida.
Inquietud: ¿En serio? A veces siento que mi inquietud puede ser molesta para otras personas.
Ella: No para mí. Para mí es lo que hace que seas tan único y especial. Me encanta cómo siempre estás buscando aprender algo nuevo o descubrir algo diferente.
Inquietud: Eso es lindo de tu parte. Pero a veces me preocupa que mi inquietud pueda alejarte.
Ella: ¿Alejarme? Todo lo contrario. Tu inquietud es lo que me atrajo hacia ti desde el principio. Me encanta tu valentía para enfrentar lo desconocido y explorar nuevas posibilidades.
Inquietud: ¡Eso me hace muy feliz escucharlo! A veces siento que mi inquietud puede ser abrumadora, pero si tú la aceptas y la aprecias, entonces me siento más seguro.
Ella: Siempre te aceptaré y apreciaré por completo, inquietud. Eres el amor de mi vida y no cambiaría nada de ti, ni siquiera tu inquietud. Te amo tal como eres.
Inquietud: ¡Yo también te amo! Gracias por entenderme y por amarme con todas mis peculiaridades. Eres la mujer de mi vida.
Olas y olas de amores se estremecían en la ribera de mis caóticas maneras, como si fuera un niño, cada vez que nos encontrábamos. Me lo enseñaste todo hasta el desamor. Es ahí, en esos capitulo donde el adiós se hace mayúscula y reniegas del presente hasta consolarte con el hasta luego.
El desamor, me elevo a los senderos más tristes, no te puedo mentir amor. Aunque, también, aprendí tanto con ella que se transformó en una compañera fiel acariciándome la faz en cada instante de lágrima emocional pigmentada, y así, dentro de mis posibilidades, poder olvidarme de ti.
Y, olvidarme de ti, únicamente fue una etérea quimera. Lo intenté, pero me fue imposible. Así que mis sentimientos por ti perdurarán a lo largo del tiempo como la juventud y la inquietud de las calles sureñas y trimilenarias.
Amor mío, el mundo gira y éste no se detiene, va, vuela, y viene. A veces el espacio-tiempo va demasiado deprisa y otras parece que nunca llega. Sin embargo, no queda otra que los pretéritos perfectos arriben y llamen a la puerta de tu casa sea con el relato del dolor o con las palmas de la alegría.
Una vez dialogando con mi mama, en sus últimos suspiros, le pregunte: mama ¿qué es el amor? Y ella me respondió: “el amor es el mismo acto que hace la naturaleza con sus atardeceres. Esos colores que inventa, pintando así el mayor de las artes y plasmando en acuarelas al mayor frenesí de los paisajes subrayan el mejor concepto de lo qué es amor. En esta línea, cuando una mujer logré reproducirte lo mismo en las raíces de tus sentimientos y tu no tengas las palabras exactas para explicarlo por qué no hay manera de entender los colores que te reproduce al acariciarla; ¡niño! eso es el amor” …
Por ello, nunca hubo un día que no soñará con la “utopía” de volver a verte; ni con la imaginación de crear un universo entre tu boca y la mía; ni de que escribiéramos juntos la más espectacular de las obras teatrales. Tanto es así, que, desde que deje de verte, cavilé que la tierra era esférica para que fuese una manera más fácil de volver a encontrarnos.
Con mi linaje rebosada de inquietud, con mis palabras repleta de juventud y con la incertidumbre que devora mi corazón; paliqueo con el horizonte cárdeno caprichoso que, sin miedo, y a sabiendas del total conocimiento que tienes sobre mis caricias, que no existió ninguna sola luna donde no le declarase que eres el amor de mi vida.
Quizás la importancia de las pequeñas cosas serán lo que vuelva hacer que volvamos a estar tan cerca como una frontera entre dos naciones. Ser consciente que la inquietud y la juventud me salve, aunque no tengo la suficiente certeza de ello. Esa persona, esa sonrisa, esa conversación, ese destino, ese beso, ese mar; es decir, el laurel de mi vida…
X la revolución de los desiguales.
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