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Entropía, educación y democracia

Según el segundo principio de la termodinámica, conocido como la entropía, nunca se llega a recuperar toda la energía que puede ser almacenada con el fin de producir algún tipo de trabajo útil: siempre ocurre que una parte se dispersará en forma térmica. Se trata de un proceso irreversible, ya que nunca se podrá recuperar esta energía si no es provocando una dispersión aún más elevada. Este fenómeno es fácilmente apreciable en nuestra vida diaria. A nadie se le escapa que resulta más difícil ordenar que desordenar; reparar que romper; unir que separar; limpiar que ensuciar; etc… Resumiendo mucho, se puede decir que el concepto de entropía es equivalente al de desorden.
La entropía se puede aplicar a cualquier orden de la vida. Por eso no es de extrañar que se hable incluso de entropía organizativa o social. Observen a su alrededor y verán lo que suele suceder en un grupo poco compacto y con una dirección débil: el caos se convierte en norma. Las directrices de la dirección, el poder de decisión, rápidamente se disipan debido a la inconstancia en la exigencia del cumplimiento de las normas. En poco tiempo, las organización se viene abajo y los ansiosos de poder ocupan en vacío dejado por un jefe irresponsable e incompetente. La lucha entre los miembros del grupo se agudiza y la caída del orden es muy rápido. Se cumple a la perfección la idea expuesta por Séneca de que “una era construye ciudades. Un hora las destruye”.
En las sociedades llamadas democráticas el mantenimiento de la organización no depende tanto de la voluntad de un jefe o líder supremo, sino que recae en el conjunto de la sociedad. Todos los ciudadanos, a través de la educación y la cultura, toman conciencia de que el mantenimiento de su sociedad depende del respeto de una serie de derechos y deberes. Y que para la satisfacción de tales requisitos existe un corpus de leyes que velan por su cumplimiento. Esto lo tuvieron  bastante claro los griegos, diseñadores del concepto de democracia. De ahí la importancia que concedieron a la paideia o  educación. Como nos explica Werner Jaeger, en su obra “Paideia”, “cuanta mayor importancia se concede a la educación y a la tradición oral, menos es la constricción mecánica y externa de la ley sobre todos los pormenores de la vida”. En la misma línea Cornelius Castoriadis manifestó que la democracia se basa en el arte de gobernar y ser gobernados.  Para ambas cosas deben estar preparados los ciudadanos. Nada conseguiremos sin un alto nivel de conciencia democrática de los ciudadanos, el que, a su vez está condicionado por la paideia o educación.
Dejemos por un momento el plano filosófico y vayámonos a la realidad de nuestra ciudad. Un ciudad caracterizada por un elevado nivel de entropía en todos los órdenes: energético, social, organizativo, ecológico, etc… Nuestro dispendio de energía es alarmante, siendo una de las ciudades de España con mayor gasto energético por habitante y la que, contrario a cualquier lógica, no hace el más mínimo esfuerzo en ahorro y eficiencia energética. De igual modo, el otro gran recurso necesario para el mantenimiento de una  estructura urbana, el agua, se deja perder por una red de distribución obsoleta. Por otro lado, la alta entropía social favorecida por una alarmante falta de cohesión e integración socioeconómica, junto a una estructura de poder ineficiente para controlar el  desorden en  todos los planos, ha llevado a Ceuta a una situación de grave insostenibilidad.
En los espacios pequeños la entropía es mucho más fácil de identificar. Por ejemplo, en un apartamento de reducidas dimensiones el desorden se aprecia con mucha mayor claridad que una vivienda de mayores dimensiones. Esto lo sabemos muy bien quienes hemos estudiado fuera de nuestra ciudad. Así que en Ceuta, el desorden es mucho más apreciable que en cualquier otra ciudad de nuestro país y los esfuerzos para combatirlo deberían ser mayores. La evitación de los desordenes urbanísticos, ambientales, sociales y económicos tendría que ser la prioridad de las autoridades para lo que disponen de un amplio corpus de normativas legales. Unas autoridades que deberían tener presente, como hemos dicho con anterioridad, lo fácil que cunde el desorden y los grandes esfuerzos que se tienen que hacer para recuperar el orden perdido. Pero no todo depende de las autoridades ni de la promulgación de más y más normativas que llegan a condicionar la libertad de todos los ciudadanos, cumplidores o no.
La sociedad en su conjunto tendría que tener presente en su pensamiento el principio termodinámico de la entropía para evitar la proliferación de vertederos incontrolados, el despilfarro de agua y energía, la ocupación ilegal del territorio, los actos vandálicos, el uso abusivo del vehículo privado, etc…Todos deberíamos pensar lo fácil que es tirar un montón de escombros por un barranco y los elevados costes económicos y  ecológicos de su limpieza; lo fácil que resulta romper la convivencia por una acción criminal y lo que se tarda en recuperar la confianza entre los distintos grupos sociales que conforman la sociedad ceutí; la facilidad con la que podemos contaminar el suelo, el aire o el mar y el tiempo que la naturaleza necesita para recuperarse; lo fácil de construir una vivienda ilegal y los graves problemas urbanísticos que provoca esta decisión. Podíamos continuar esta relación hasta el infinito, pero no es éste nuestro objetivo. Nuestra intención es llamar la atención  sobre un hecho incuestionable: sólo a través de la educación y la cultura seremos capaces de un construir una sociedad verdaderamente democrática. Esto explica que los países más cultos y justos sean los que gozan de un nivel mayor de democracia y de calidad de vida.
Por muchas ordenanzas o leyes que promulguen nuestros gobernantes; por muchos policías que tengamos en la calle no vamos a impedir que la gente siga actuando contra el bien común. Si la democracia fue posible en  la Grecia clásica, con todas sus limitaciones y contradicciones, fue porque existía un poderoso sentido de las exigencias de la vida de la comunidad por encima de cualquier interés individual. Los griegos tenían claro la dependencia casual entre la violación del derecho y la perturbación de la vida social. En definitiva, como dijo Platón, cada forma de Estado lleva consigo un determinado tipo de hombre. Y este debería ser el objetivo de la educación, la formación de un ciudadano que tenga como principales ideales la armonía, la moderación, el aplomo, la  integridad, el equilibrio, la simetría y la autodisciplina; y que cuente  con un espíritu personal que haga alarde de flexibilidad, falta de prejuicios, libertad y coraje solitario (“sin ayuda o con el apoyo de todos”).
Sin un  esfuerzo constante en el desarrollo de las capacidades superiores del hombre corremos el serio peligro de ser controlados por nuestros instintos más animales que con tanta frecuencia vemos en los episodios de brutal violencia y destrucción que suceden en el mundo. El hombre, como hemos comentado en otras ocasiones, tiene la obligación moral de ser inteligente.

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