Escondido en una de las habitaciones del antiguo pabellón un indocumentado asoma la cabeza. Ha escuchado ruidos y se esconde. Hasta la llegada de los periodistas dormía en un colchón, tapado con una manta. La antigua puerta del ala que ha ‘reconvertido’ en su habitación propia la ha amarrado con una cuerda, buscando así cierta privacidad consentida. Dice que hoy ha dormido él solo. Pero otras noches le acompañan otros indocumentados, siempre marroquíes. También alguna de las mujeres de la llamada ‘parada del sexo’, ahora más escasas por la fiesta del Ramadán.
El Pabellón Cuartel de las Heras sirve ahora para esto. Abandonado, al menos ahora ya no acoge los kilos y kilos de basura que fueron denunciados en su día. Han sido sustituidas por piedras, alguna que otra lata de cerveza vacía y ropas viejas.
En el caso de la rehabilitación y mantenimiento del inmueble, las dos administraciones se lavan las manos. Contra las dos carga las tintas la asociación de ecologistas y de defensa del patrimonio, Septem Nostra. Se supone que el Ministerio de Interior debe responsabilizarse del mantenimiento de un solar que tiene como objetivo futuro la construcción de la casa cuartel de la Benemérita. La crisis ha convertido esa zona en un terreno baldío, pero aún así debería atenderse lo poco de valor patrimonial que persiste en la zona: este Pabellón.
Hace un par de años se advirtió del uso que las prostitutas de la zona estaban dando al lugar. Aquello provocó que durante unos días hubiera cierta presencia policial en la zona. Todo quedó en un titular periodístico y una reacción posterior. Nada más. Ha pasado el tiempo -más de un año- y la situación no es que siga igual, es que ha empeorado.
El grado de deterioro del Pabellón es tal, que iniciar ahora un proceso de restauración sería complejo y demasiado costoso, debido a la degradación que se ha permitido. A esto se añade el hecho de que sea utilizado como escondite para determinados indocumentados, en su gran mayoría marroquíes, que se quedan a pernoctar en la ciudad sin tener derecho a ello y cuya actividad es desconocida.
La entrada al Pabellón es ahora factible, al haberse abierto el solar para que los vehículos que quieran estacionar durante las fiestas patronales puedan hacerlo. No se ha adoptado medida alguna de protección en el lugar, lo que viene a reflejar el poco o nulo interés que existe hacia este inmueble. La única entidad que realza su valor es, hoy por hoy, Septem Nostra, harta ya de poner de manifiesto la curiosa política que en materia patrimonial se viene aplicando en Ceuta.
La moda o la querencia basada en puros particularismos hace que se preste atención única y exclusivamente a determinados edificios de la ciudad, mientras otros caen en el olvido a pesar de existir, al menos en proyección, la pretendida puesta en marcha de instalaciones en todo el perímetro que rodea al Pabellón.
Mientras ambas administraciones, agobiadas por la asimilación de las medidas anticrisis y obcecadas en sacar adelante sus proyectos estrella, evitan pronunciarse sobre este asunto, el Pabellón avanza en su deterioro. Septem Nostra advierte de que no se cansará de denunciar ni este caso concreto ni el resto, defendiendo que haya una actuación global para la conservación de todo lo que, en definitiva, es historia para la ciudad, con mayor o menor peso, pero en el fondo historia.